La figurilla de arcilla más antigua de México

Anna Di Castro

La figurilla permaneció enterrada junto a un conjunto de hogares por más de 4 200 años, hasta que, en 1969, la sacó a la luz una distinguida arqueóloga francesa, la doctora Christine Niederberger, quien excavó el sitio de Zohapilco, localizado en el cerro de Tlapacoya, Ixtapaluca, distrito de Chalco, en el estado de México. Actualmente esta singular pieza se encuentra en exhibición en la Sala Preclásico del Altiplano del Museo Nacional de Antropología.

El hombre o la mujer que creó la figurilla vivió al abrigo de este sitio, en la parte oriental del cerro de Tlapacoya, que estaba conformado por un antiguo volcán extinto y erosionado, el cual, hasta el siglo pasado, era una isla del lago de Chalco. En las épocas en que las aguas descendían, el sitio se unía con la orilla norte del lago, lo cual permitía una fácil transportación y la explotación de una gran variedad de recursos.

Las riberas de los lagos de la Cuenca de México constituyeron un generoso hábitat para las poblaciones que se asentaron en ellas. Aun las que no producían sus alimentos encontraron en las aguas y los bosques un abundante sustento; por ello, desde muy temprano, se asentaron ahí numerosas poblaciones. La más antigua y prolongada ocupación fue la que habitó en el cerro de Tlapacoya. En el sitio de Zohapilco, enclavado en ese cerro, hay evidencia de ocupación desde el 5500 a.C. por parte de una población relativamente sedentaria que explotaba los recursos lacustres.

Cerca del 3000 a.C., la Cuenca de México sufrió abruptos cambios debido a la actividad volcánica que desequilibró el ambiente durante varias centurias. El material recuperado en la excavación muestra que para el 2500 a.C. hubo un crecimiento de la población, la cual era completamente sedentaria y fusionada, con una incipiente complejidad social a pesar de no estar conformada aún por productores agrícolas.

Fue en este contexto que, cerca de un conjunto de hogares, se encontró in situ la figurilla cerámica de Zohapilco, asociada a una muestra de carbón que, al ser analizada, dio una fecha de carbono 14 de 2300 a.C. (fase Zohapilco); asimismo, en una capa menos antigua se encontró otra figurilla similar.

El análisis de la composición de la arcilla de la pieza de Zohapilco indica que fue fabricada en el sitio. Es importante resaltar que para la fase Zohapilco el muestreo de las excavaciones no aportó evidencia de cerámica utilitaria, por lo que se cree que la figurilla es anterior a la aparición de la alfarería. Un caso similar es el de las figurillas del Precerámico B de Jericó, Israel. Este periodo, aunque es mucho más antiguo, comparte con la fase Zohapilco la peculiaridad de que en ambos se han encontrado vestigios dejados por una población de tempranos productores de alimentos, los cuales utilizaron incipientes prácticas agrícolas para producir los cereales que empezaban a ser parte importante de su alimentación. Niederberger considera que manifestaciones culturales como la figurilla de Zohapilco son universales en sociedades en vías de adquirir rasgos típicos del Neolítico, es decir, a punto de alcanzar las características de las sociedades completamente agrícolas. En este sentido, la figurilla de Zohapilco también ha sido comparada con las de periodos culturales similares, como el Valdivia, del Ecuador; el Jomon, de Japón; el Neolítico Temprano, del cercano Oriente, Europa Occidental, Sahara Central; y la cultura Diaguita Chilena, en Chile septentrional.

Una característica de la figurilla, que la distingue de otras posteriores y de las de otras tradiciones mesoamericanas, es su cuerpo cilíndrico ligeramente aplanado en su parte anterior. No tiene boca ni brazos, y no posee articulaciones en la cabeza ni en la cadera. Ostenta una pequeña frente y la nariz y las cejas forman una T. Cuatro depresiones, un tanto rectangulares, representan los ojos. El vientre es protuberante; presenta un ombligo y dos piernas cortas y bulbosas. En cuanto a su acabado, no presenta engobe y tiene un color beige grisáceo.

Algunos autores han sugerido que la ausencia de la boca en algunas figurillas es una supresión intencional para presentarlas como mudas, por lo que posiblemente tuvieron un carácter funerario. Por las características morfológicas de la figurilla, también podría tratarse de la representación de un ser andrógino. Sin embargo, no queda claro si en esta pieza se representó la imagen de una deidad, si se trata de un simple objeto de entretenimiento, o si tal vez fue un amuleto votivo o propiciatorio relacionado con la fertilidad de la naturaleza o de carácter humano. Esta pieza representa una incógnita por lo poco que conocemos y que ha perdurado de ese mundo. Sin embargo, la figurilla de Zohapilco es única en su género en todo México y América Central: en ella se manifiestan la plástica y los ideales estéticos de sus más antiguos pobladores.

 

Anna Di Castro. Arqueóloga por la ENAH. Trabaja en el periódico Humanidades de la UNAM y participa en el Proyecto Arqueológico San Lorenzo Tenochtitlán.

Di Castro, Ana, “La figurilla de arcilla más antigua de México”, Arqueología Mexicana, núm. 42, pp. 58-59.

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