La minería en la Sierra Gorda

Adolphus Langenscheidt

Toda riqueza mineral muy grande suele desarrollar la vocación minera, en especial entre miembros de sociedades rudimentarias. Asimismo, algunos minerales y metales pueden ser señuelos poderosos para ser explotados y comercializados. En la época prehispánica destacó la explotación de cinabrio y azogue en el estado de Querétaro, particularmente en la Sierra Gorda, con lo cual la minería pasó a formar parte de la cultura y la historia de la región.

 

La historia minera

El aprovechamiento prehispánico de la riqueza mineral de la Sierra Gorda estuvo acorde con las circunstancias particulares de cada tiempo y lugar. Así, se puede asegurar que durante la etapa Lítica (aproximadamente desde 30000 hasta 7 000 a.C.) los habitantes de la Sierra tuvieron un modo rústico de vida, de cazadores-recolectores que aprovechaban las rocas y minerales para producir puntas de proyectil y lascas cortantes, además de raspadores. Durante la etapa siguiente, en los periodos Cenolítico Superior y Protoneolítico (entre 7000 y 2500 a.C.), afinaron sus artefactos rallados y elaboraron “muelas” con mano, vasijas de piedra y metales, en la medida en que se dedicaban a la agricultura, sobre todo al cultivo de maíz, y los grupos se iban sedentarizando. Desafortunadamente, de las largas etapas líricas en la Sierra Gorda hasta ahora sólo se conoce una punta acanalada procedente de Jalpan.

La gran riqueza mineral de cinabrio y azogue, presentes por muchas partes de la Sierra Gorda, propició que sus habitantes desarrollaran precozmente las técnicas mineras y metalúrgicas, y que se produjeran esos minerales desde tiempos remotos, como lo indica cierto tipo de cerámica. En antiguos contextos mineros de la sierra se han localizado muchos tiestos de tipos cercanos al olmeca, en especial del conocido como "negro olmecoide". Otro tipo cerámico parece corresponder al llamado Calzadas Carved de San Lorenzo Tenochtitlán, fechada entre 1150 y 900 a.C. por Michael Coe y Richard Diehl (1980). Las muchas referencias a la utilización del azogue y del cinabrio en contextos culturales olmecas y mayas parecen dar soporte a la idea de que la demanda de cinabrio (como sustancia ritual y pigmento) se debió en buena medida a la cultura olmeca, que lo utilizó pródigamente en su zona metropolitana, en los grandes sitios de San Lorenzo Tenochtitlán, en Veracruz, y La Venta, en Tabasco. La demanda de este material, si bien pudo satisfacerse con los muchos yacimientos pequeños que hay en México, sólo en las minas de la Siena Gorda fue tan abundante como para cubrir cualquier tipo de demanda. La producción de cinabrio y azogue (al igual que en otras zonas mineras como Chalchihuites, en Zacatecas) estuvo muy influida por Teotihuacan durante el Clásico mesoamericano.

En la Sierra Gorda el cinabrio y el azogue (o mercurio nativo) tuvieron una producción variable durante la época prehispánica desde el siglo X a.C., decayó hacia el siglo X d.C., resurgió con irregularidad y muy lentamente durante el periodo virreinal y alcanzó un auge muy importante aunque breve en el tercer cuarto del siglo XX, entre 1954 y 1976.

Naturalmente, la plata fue el recurso que, desde el siglo XVI, despertó un especial interés entre los españoles. Es bien sabido que en la Sierra Gorda su aprovechamiento por mucho tiempo fue difícil, ya que los grupos de chichimecas que la habitaban no aceptaban la reducción en caseríos y tampoco a los colonizadores, lo cual desde el principio a los españoles desarrollar la minería de la plata. Los yacimientos argentíferos se pudieron explotar sólo en la medida en que el gobierno virreinal lograba la pacificación de los bravos chichimecas jonaces, prácticamente ya en la segunda mitad del siglo XVIII.

En la etapa virreinal hubo un notable personaje que dejó profunda huella: don José de Escandón y la Helguera, quien encabezó la empresa de pacificación y colonización de la Sierra Gorda que hasta entonces no se había logrado.

De los demás metales mencionados, se puede decir que sólo tuvieron importancia en la medida en que se conjuntaban factores como la pacificación de la región, la construcción de caminos, el desarrollo de la tecnología metalúrgica y el surgimiento de la demanda industrial.

En estas circunstancias, el plomo se comenzó a explotar tempranamente pero de manera irregular y se utilizó como colector de la plata en el muy antiguo proceso pirometalúrgico de fundición de minerales. Por tratarse de un mineral mixto, el antimonio se obtuvo propiamente de una aleación con plomo, en forma del llamado "plomo antimonial", para hacer tipos de imprenta, cuya demanda fue escasa en México hasta finales del siglo XIX y principios del XX. El cinc sólo fue explotado hacia los veinte y los treinta del siglo XX.

Por las circunstancias descritas, se puede decir que después de la época mesoamericana las operaciones mineras más formales se dieron hasta principios del siglo XX. Así, se aprovechó la riqueza de las minas de San Juan Nepomuceno, El Santo Entierro, Maconí y otras pequeñas situadas por Calabacillas. El área en que se localizan estas minas, y donde se trabajó más intensamente, es más o menos circular y tiene alrededor de 16 km de diámetro; en ella muchos mineros esperanzados han dejado sus energías y sus recursos.

Las minas de El Santo Entierro fueron trabajadas en 1870 por el señor Víctor Beurang, cónsul general de Bélgica en México, quien fue el primero en obtener todas las concesiones mineras del área, incluida la mina La Negra. Beurang 
instaló el primer horno moderno en terrenos del caserío de El Doctor, donde había abundante agua del río Moctezuma, aunque había que subirla con bombas. Después de la muerte del
señor Beurang continuó el trabajo su hijo, aunque sin éxito. A partir de 1880, algunas empresas británicas reabrieron, entre otras, las minas de El Santo Entierro, San Juan Nepomuceno y Maconí, y obtuvieron una buena producción por día. A finales de 1930, tras la compra de las concesiones mineras, los señores Óscar y Tomás Braniff reiniciaron las operaciones extractivas e instalaron una fundición de minerales junto a la mina de San Juan Nepomuceno, donde también se fundía el mineral extraído de la mina de El Santo Entierro.

En 1951, la compañía minera La Esmeralda explotó ambas minas por dos años, sin éxito financiero. Entre 1962 y 1965 la compañía minera San Miguel, de Zimapán, Hidalgo, explotó minerales oxidados de la mina de El Santo Entierro y suspendió sus actividades cuando, en 1980, el señor Marín Torres instaló en los patios de la mina de San Juan Nepomuceno una planta concentradora por floración para los minerales de plata, plomo y cinc de minas pequeñas cercanas a Pinal de Amoles y a Río Blanco.

A principios de la década de 1950 varios mineros de Zirnapán adquirieron equipo que incluía un horno de soplo para fundir minerales y una máquina Dwight-Loyd para eliminar el azufre. Ese equipo se trasladó desde el patio de las minas de El Doctor hasta Zimapán; puede uno imaginar la titánica labor de llevar ese equipo por caminos antiguos mucho menos adecuados que los de ahora.

Se tuvo mayor éxito en el área a la que nos venimos refiriendo cuando la compañía minera La Negra (subsidiaria de la compañía Peñoles) instaló una planta moderna de concentración por flotación con gran capacidad (1 000 toneladas de mineral por día), la cual comenzó a funcionar en 1971 en Maconí. El mineral se extraía de la mina La Negra, muy cercana a la planta de beneficio. Al lado de la planta concentradora se localizan los interesantes vestigios de una fundición de tiempos coloniales, los cuales se respetaron, que aún conservaban la parte alta de la "trompa hidráulica” que producía el aire a presión muy baja. En San Pedro Escanela se encuentra una trompa del tiempo colonial mejor conservada.

 

Técnicas mineras

En la Sierra Gorda sobreviven interesantes ejemplos de las técnicas mineras utilizadas por muchos siglos en el aprovechamiento de minerales, especialmente cinabrio y azogue. El aprovechamiento mineral tuvo un desarrollo naturalmente lento que comenzó con la recolección de rocas y minerales encontrados a flor de tierra, siguió con las excavaciones someras "a cielo abierto" hasta llegaran las excavaciones subterráneas que aun en nuestros tiempos causan asombro.

Tanto en la Sierra Gorda como en el área mesoamericana todas las operaciones y las técnicas mineras estaban acordes con las circunstancias de cada mina y con el nivel tecnológico alcanzado en cada etapa cultural por los grupos humanos que aprovecharon los productos mineros. Los habitantes más antiguos de la sierra, tanto nómadas como sedentarios, supieron aprovechar las rocas y los minerales, y manipular diestramnte la herramienta básica: el percutor minero. Los había sin mango, que se manipulaban a mano libre, y con mango, que se manipulaba con movimiento pendular, y eran ele piedra de origen local, a la que se hacía una cintura para asiento, donde se fijaba el mango. Por lo general, estos percutores se escogían entre las piedras rodadas de ríos y arroyos. Los había de todos los tamaños y pesos, y es probable que los más pequeños fueran utilizados por niños mineros que trabajaban en las galerías más pequeñas, que aún se pueden ver.

Otro instrumento indispensable del minero eran las teas y los hachones de maderas resinosas locales, que servían para iluminar el camino en las oscuras galerías subterráneas y el lugar mismo donde asestar los golpes del percutor. El trabajo se hacía en la penumbra, naturalmente. El mineral quedaba pulverizado en el piso, de donde se recogía a mano o con escobetas y se llevaba a la superficie en cestas o en vasijas de cerámica (o en costales), para ser concentrado gravimétricamente con agua en pequeñas bateas de minero. En ocasiones, cuando el mineral era muy rico, se trituraba y seleccionaba manualmente dentro de la mina o en el patio de la bocamina, en morteros fijos o portátiles.

Para entrar o salir de las minas subterráneas se usaban escaleras hechas de troncos con muescas o muescas en las paredes que permitían apoyar pies y manos; también podían utilizarse cuerdas, ramas de árboles y toda clase de travesaños de ramas. Cuando las circunstancias lo permitían, también se usaban cuñas y palancas de madera. En las zonas de minas sin árboles a la redonda, la explotación se planeaba de tal forma que no fuera necesario utilizar madera.

Se empleaban también pequeñitas herramientas e instrumentos especiales de cuerno de venado, de huesos de otros animales e incluso huesos humanos. Éstos servían al minero para localizar el cinabrio en hendiduras naturales en la roca y sacarlo de éstas.

Las minas mismas y los vestigios parecen indicar una morivación mítica y religiosa en el trabajador minero. Ésta se comprende si se acepta la hipótesis de que, aunque el interior de las minas y las condiciones del trabajo no podían ser agradables en sí mismos, el lugar podría haber sido considerado sagrado, al igual que los productos que ahí se obtenían. Es decir, si el minero consideraba que su lugar de trabajo era el inframundo, el cinabrio podría ser la sangre de la Tierra y el azogue un agua mágica. Sin esta poderosa motivación espiritual, el minero no podría haber aceptado los rigores normales del trabajo en las minas. Para mantener la producción minera, el sistema social de la minería prehispánica en la Sierra Gorda tuvo que proporcionar al minero alimento tanto para su cuerpo como para su espíritu, este último mediante ideas que lo motivaran a aportar voluntariamente su esfuerzo, ya fuera por medio de ceremonias como el juego ritual de pelota, entre otras. Quizá para algunos casos de disidencia se estableció un régimen administrativo duro, pero temporal.

 

Adolphus Langenscheidt. Ingeniero de minas y metalurgista por la UNAM y arqueólogo por la ENAH. Desde 1963 realiza investigaciones sobre minería prehispánica.

 

Langenscheidt, Adolphus, “La minería en la Sierra Gorda”, Arqueología Mexicana núm. 77, pp. 46-52.

 

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