Lucero Enríquez
La música en la Nueva España (1521-1821) puede ser estudiada como instrumento de conquista y evangelización, admirada como manifestación de esplendor del culto religioso, entendida como medio de cohesión social o de insurrección, usada como vehículo de oración, vista como elemento imprescindible en fiestas y saraos, revisada como objeto de sanciones inquisitoriales y, desde luego, escuchada para el disfrute personal.
Si bien en la actualidad se puede reproducir la música de muchas maneras, no deja de ser la más frágil de las artes: su materia son los sonidos organizados en el tiempo, empieza a existir en el momento en que escuchamos el primer sonido de una obra y deja de existir cuando suena el último. Pronto se olvida; resulta imposible recordar una melodía mentalmente mientras escuchamos otra. Los sonidos musicales son por sí mismos portadores de significados. Por ello, su representación aparece como simple grafía. Sea en papel, pergamino o piedra, los signos permanecen mudos: hay que leerlos e interpretarlos, traduciéndolos en tonos musicales. Habrá que tomar en cuenta estas consideraciones para una aproximación a la música de nuestro pasado virreinal.
Muchos papeles y libros de música que algún día se encontraron en archivos y bibliotecas de nuestro país se han perdido irremisiblemente. No podemos recrear la música escrita ex profeso para acompañar las procesiones del día de Corpus o las entradas de los virreyes, por ejemplo. Menos aún, la que se transmitía por vía oral y auditiva, como la música de trompetas con que el futuro doctor de la Real y Pontificia Universidad mandaba sus conclusiones a los doctores y maestros antes del examen de grado, allá por el año de 1680. Conocemos el texto del chuchumbé que llegó de Cuba al parecer en 1766, pero no la música con que se cantaban y bailaban las irreverentes coplas denunciadas a la Inquisición: “En la esquina está parado / un fraile de la Merced / con los hábitos alzados / enseñando el chuchumbé”.
Al relatar la conquista, en el Manuscrito anónimo de Tlatelolco (1528) se dice: “nos quedaba por herencia una red de agujeros”. Esta metáfora dolorosa la podemos aplicar a la música de nuestro pasado virreinal, también llamado colonial. Sin embargo, bibliotecas con fondos antiguos y archivos musicales de catedrales poseen libros y papeles de música que han sobrevivido a pérdidas y robos. Hoy en día se puede conseguir, con relativa facilidad, una variedad de discos compactos que permite apreciar esa música. Además, dado que ésta desempeñó múltiples funciones en la sociedad novohispana a lo largo de 300 años, podemos acercarnos a otro tipo de fuentes para inferir algunas de esas funciones.
Enríquez, Lucero, “La música en la Nueva España”, Arqueología Mexicana núm. 94, pp. 52-59.
• Lucero Enríquez. Clavecinista concertista (Amsterdamsch Conservatorium, Holanda), diplomada en música barroca (Eduard van Beinum Stichting, Holanda), doctora en historia del arte (Facultad de Filosofía y Letras, UNAM), investigadora de tiempo completo en el área de música colonial (Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM), coordinadora del Seminario Nacional de Música en la Nueva España y el México Independiente, responsable del proyecto Musicat (Conacyt-DGAPA).
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