Beatriz de la Fuente
Incontables han sido las obras materiales que la humanidad ha producido a lo largo de un desarrollo milenario y de las cuales tenemos amplia gama de evidencias. Desde las más pequeñas y de carácter íntimo y personal hasta las de enormes dimensiones y de índole variada, todas nos hablan -con diversos lenguajes e intensidades- de búsquedas, deseos, inquietudes y logros de aquellos antiguos creadores en su tránsito existencial. Nos hablan del sólido fundamento en el pasado social común, del actuar en el presente -su propio presente, individual y colectivo- y de la certeza del futuro.
Es legítimo decir que el Homo sapiens se ha distinguido por dar formas concretas a los más recónditos pensamientos y afanes que permean la vida, los que pueden enunciarse bajo las tres preguntas fundamentales del devenir: quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. Para responderlas, la humanidad ha creado multitud de expresiones, entre ellas las que acuden al lenguaje de las formas plásticas: arquitectura, pintura, escultura, dibujo, grabado, orfebrería, alfarería, plumaria, lítica. Habré de ocuparme aquí de dos de ellas, puesto que han sido razón básica de mi interés profesional: la escultura y la pintura.
Las formas plásticas suelen presentarse bajo diversas apariencias que tal vez las hagan merecedoras del calificativo de artísticas, de acuerdo con diferentes rasgos y criterios. Si bien es cierto que existe alguna discusión al respecto, no hay duda de que la obra de arte resuelve en imágenes, y gracias a esa materialidad, la experiencia humana del mundo. Es entonces cuando los ámbitos de la realidad conceptual, intangible y nouménica, se aproximan a los de la concreta, tangible y fenoménica, los tocan y se entremezclan.
Para nosotros, los modernos humanos que volvemos lo ojos a esos múltiples y disímbolos testimonios del pasado, resulta de valor incalculable el objeto así producido. Manifiesta y comunica obras per se y antiguas formas de vida, experiencias religiosas y trascendentales, y respuestas dadas por los creadores y sus sociedades.
Así, el basamento piramidal del templo hecho de piedra con la intención de durar eternamente, la custodia de oro y piedras preciosas con las reliquias sagradas, la máscara funeraria de mosaico de jade y un sinfín más de objetos culturales cumplen con el destacado papel de atestiguar hondas preocupaciones ontológicas, metafísicas, y las respuestas materiales que nuestros antepasados tuvieron a bien otorgarles. Otro tanto ocurre con la carta personal y efímera escrita en papiro, que nos informa sobre asuntos de actualidad, no obstante los siglos transcurridos.
Las obras de arte
Sin duda, los ejemplos mencionados son documentos, pero su valor radica en distintos factores. Es verdad que el científico social en general y el historiador en particular juzgan a los documentos como abrevadero constante de saberes y conocimientos; sin embargo, cada especialidad pone énfasis en otros tantos asuntos y, en consecuencia, valora los documentos según criterios económicos, sociales, políticos, ideológicos o artísticos. Sobre esto cabe señalar que siempre he creído al objeto de estudio como histórico -primero- y artístico -después-; que la historia del arte es primero "historia" y después "del arte".
Ahora bien, en ocasiones, los sucesos estudiados tienen consonancias en extremo familiares o comunes o de suma actualidad. Se trata de elementos constantes a lo largo de la historia y que encuentran su expresión en la obra de arte. Empero, también hay infinidad de variaciones arraigadas en detalles propios a la cultura y al tiempo en que acontecieron tales fenómenos, y que se perciben en el arte. Constantes y variantes, lo permanente y lo mutable, se vuelven objeto de estudio del historiador del arte; atraen su interés. Son, asimismo, los rasgos que muestran la riqueza y complejidad del pasado humano y su análisis. Porque, al cabo, se trata de experiencias humanas compartidas y que trascienden los límites del tiempo y del espacio, dado que son recursos primordiales de comunicación.
Es por todo lo anterior que la carta mencionada líneas arriba se aleja del interés artístico, pese a que tal vez sea objeto de estudio desde la perspectiva de la caligrafía. Por el contrario, los tres objetos restantes son meta inmediata de la historia del arte. Si reciben la atención del especialista es por lo que tales objetos tienen de artístico en el decir del especialista. Bajo su atenta mirada por rescatar y conocer el pasado humano, los objetos de arte se vuelven documentos invaluables que dan cuenta fehaciente del profundo sentir y pensar de quienes nos han precedido.
Debo hacer aquí una anotación a todas luces necesaria. Los objetos artísticos prehispánicos también atraviesan el tamiz de lo arqueológico. Es decir, sólo gracias a la excavación, conservación y preservación de dichos objetos es que pueden llevarse a cabo los análisis clarificadores del ser humano y su desarrollo cultural según las lecturas ofrecidas por la historia del arte.
Nadie ignora, en principio, que los altibajos sufridos por los restos arqueológicos redundan en gradientes de conservación. En ocasiones extraordinarias, las condiciones del clima humedad, sequía, acidez o basicidad de los suelos- permiten la preservación de materiales perecederos como madera, piel, hule y papel. Otros, los más, perduran con mayor facilidad y durante varios siglos o milenios: es el caso de las piedras, los metales, la cerámica y el vidrio.
Cualquiera que sea el caso, es tarea ineludible del estudioso tomar notas precisas y acuciosas de los hallazgos, pues el hecho de alterar el ambiente original en que los restos se conservaron acelera el proceso de degradación o desintegración, al igual que la propia intervención humana en sus muy diferentes formas y mal intencionadas). Así, el primer paso es el registro de la obra, detallado y minucioso en la medida de lo posible y con todos los contextos posibles, ya que una obra sin contexto enmudece y no responde con claridad a las preguntas planteadas.
Beatriz de la Fuentes. Doctora e n historia. Investigadora emérita del Instituto de Investigaciones Estéticas (UNAM) y del Sistema Nacional de Investigadores. Miembro de El Colegio Nacional y de nuestro Comité Científico-Editorial.
de la Fuente, Beatriz, “La obra de arte conservar el pasado para fundamentar el presente”, Arqueología Mexicana núm. 74, pp. 18-25.
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