La Señora de Chalma

Leonardo López Luján, Laura Filloy Nadal

La información contextual es decisiva para el arqueólogo. Con ella le resulta mucho más fácil dilucidar la función y el significado de los vestigios que exhuma, así como reconstruir escenas de un pasado siempre cambiante. Por ello, quienes saquean el patrimonio arqueológico logran recuperar para su propio beneficio objetos de gran valor intrínseco, pero a costa de despojarlos de sus vínculos con las sociedades que los crearon.

 

Una escultura excepcional

 

Entre las obras maestras del Museo Nacional de Antropología, la llamada “Diosa de Coatepec Harinas” (MNA, inv. 10-74751) ocupa un lugar de privilegio. Exhibida en la Sala Mexica, sobresale por sus indiscutibles valores estéticos y por tratarse de una de las raras tallas en madera que han logrado llegar desde tiempos prehispánicos hasta nuestros días. Un rápido examen de su fisonomía nos indica que la estatuilla femenina fue concebida para ser vista frontalmente y para transmitir, a través de su rigurosa simetría, los ideales indígenas de la armonía y la templanza. El rostro, como suele suceder en la plástica del Centro de México, no expresa sentimientos melodramáticos, mientras que el cuerpo –erguido y con los pies bien apoyados sobre el suelo– adopta una postura firme y a la vez serena. Apegándose al canon escultórico regional, las proporciones anatómicas se compactan en sentido vertical, al tiempo que se amplifican el tamaño y los detalles de la cabeza, las manos y los pies.

El artífice de esta bella imagen representó a una mujer de rasgos juveniles y con el cabello peculiarmente trenzado sobre la frente. Puso especial énfasis en su torso desnudo, el cual nos muestra unos senos exiguos y rodeados por las manos en actitud de ofrenda. En contraste, dejó ocultas la cadera y las piernas bajo un largo enredo carente de faja. La estatuilla, hay que mencionarlo, no es demasiado grande: mide tan sólo 39.5 cm de alto, 15 cm de ancho y 10 cm de espesor, mientras que su peso es de 1.2 kg. Fue elaborada con una madera latifoliada rojiza y de grano fino, quizás cedro, lo que permitió crear superficies bien redondeadas, tersas y brillantes. La talla se complementó con pigmento negro sobre la totalidad del rostro e incrustaciones de caracol de la especie Turbinella angulata para simular las escleróticas de los ojos y dos incisivos superiores.

Con respecto al origen de la estatuilla, hasta fechas recientes era realmente poco lo que sabíamos. Los únicos datos contextuales con que contábamos provenían del libro The Wood-Carver’s Art in Ancient Mexico, escrito por Marshall H. Saville (1925: 83). Ahí, el arqueólogo norteamericano se limita a decirnos lo siguiente: “Fuimos informados por el Dr. Nicolás León que esta imagen, junto con otra que ha desaparecido, fue descubierta hace algunos años en un montículo en Coatepec Harinas, Estado de México”. Estos datos, proporcionados por el afamado antropólogo michoacano, siempre nos parecieron dudosos, no tanto por la referencia a esa población matlatzinca de las faldas meridionales del Nevado de Toluca, sino porque una pieza de madera difícilmente se habría conservado en tan buen estado bajo los vestigios de un edificio prehispánico. Por regla general, este tipo de objetos logra sobrevivir en las zonas boscosas del altiplano cuando las comunidades indígenas los siguen utilizando de generación en generación o cuando son abandonados en el interior de cuevas secas.

Felizmente, tales sospechas se confirmaron hace unas cuantas semanas con un descubrimiento de la historiadora Ana Luisa Madrigal: en el Archivo Histórico del Museo Nacional de Antropología, ella se topó con cuatro fotografías en blanco y negro de la estatuilla, las cuales fueron tomadas el lejano 28 de marzo de 1897 (AHMNA, caja 2, 87a-d). Estas viejas tomas muestran la escultura desde distintos ángulos y nos revelan que hace poco más de un siglo el ojo izquierdo aún conservaba su aplicación circular de piedra negra, que la oreja derecha ya estaba rota y que los hoyos de las polillas todavía no habían sido resanados. Pero más allá de estos detalles de conservación y restauración, una de las fotografías nos deja ver una ficha rectangular de papel que acompañaba a la estatuilla. También carcomida por la polilla, la ficha tiene inscrita en letra manuscrita la siguiente aclaración:

 

La figura de madera adjunta fue encontrada en el cerro del tambor cerca de Chalma, enterrada en marmaja, junta [sic] con otra figura cuyo paradero se ignora. Dicha figura la cede el que suscribe á su querido maestro y amigo Mr. A. M. Hunt, amante de las antigüedades mexicanas. Tenancingo, Diciembre 1o de 1888. José Ma. de J. Ríos.

 

López Luján, Leonardo, y Laura Filloy Nadal, “La Señora de Chalma”, Arqueología Mexicana, Núm. 117, pp. 71-77.

 

Leonardo López Luján. Doctor en arqueología por la Université de Paris x-Nanterre. Profesor-investigador del Museo del Templo Mayor, INAH.

Laura Filloy Nadal. Maestra y doctora en arqueología por la Université de Paris i-Panthéon-Sorbonne. Restauradora perito del Museo Nacional de Antropología, INAH.

 

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