La sexualidad en la tradición mesoamericana

Alfredo López Austin

Como sucede en las diversas culturas del mundo, en la tradición mesoamericana la sexualidad trasciende sus impulsos y sus funciones reproductoras para formar una extensa red de significados y normas que abarca y condiciona los más diversos ámbitos de la vida humana.

 

El cosmos bipartido

Clasificamos. Clasificamos por una necesidad imprescindible desde la aparición de nuestra especie, desde el inicio de nuestras vidas individuales: no somos capaces de concebir atomizados a los seres de nuestro entorno, y esta limitación nos fuerza a integrar grupos –clases– de elementos a los que atribuimos características comunes. Es cuestión de economía: de economía del pensamiento. Maurice Godelier ha precisado que las clasificaciones forman la base ideal para que se ejerzan y combinen tres funciones del pensamiento: representar, organizar y legitimar las relaciones de los hombres entre sí y con la naturaleza.

A lo largo de la historia aparecen en el mundo cosmovisiones en las que la clasificación parte de un doble ramal de origen que todo lo escinde en opuestos complementarios. Es el primer paso de las muy diversas y complejas construcciones taxonómicas con las que cada sociedad se explica a sí misma y explica su entorno. Es frecuente encontrar que el par de ramales sea calificado por categorías simbólicas en oposiciones tales como luz/oscuridad, alto/bajo, central/periférico y viejo/joven. Así se encuentra en la tradición mesoamericana. Entre las categorías simbólicas de los opuestos complementarios en Mesoamérica estaban los pares calor/frío, fuerza/debilidad, perfume/fetidez, gloria/sexualidad y, en una proyección que el ser humano hace de su propia naturaleza a la totalidad de lo imaginable, masculino/femenino.

El par masculino/femenino no sólo sexualizó el cosmos para explicar la naturaleza y “conducta” de cada cosa: las categorías fundantes se asociaron en dos grandes grupos de oposición. Quedaron de un lado las categorías masculino, calor, fuerza, vida, perfume, gloria, etcétera, contra las categorías femenino, frío, debilidad, muerte, fetidez, sexualidad, etcétera, del otro. Con ello se formaron atribuciones taxonómicas mucho más complejas. Los dos ramales sirvieron para distribuir las jurisdicciones divinas, con las que se concibió un panteón dividido en su pináculo por el Gran Padre y la Gran Madre. Dejaron dicho los antiguos mayas peninsulares en Dzitbalché: “Allí cantas, torcacita, en las ramas de la ceiba. Allí también el cuclillo, el charretero y el pequeño kukum y el sensontle. Todas están alegres, las aves del Señor Dios. Asimismo la Señora tiene sus aves: la pequeña tórtola, el pequeño cardenal y el chichin-bacal y también el colibrí. Son éstas las aves de la Bella Dueña y Señora”. Siguiendo el modelo de sus divinos padres, cada dios del panteón mesoamericano estaba acompañado de su cónyuge o se escindía en dos personas opuestas y complementarias para actuar por separado en campos enfrentados de su ámbio total de competencia.

 

López Austin, Alfredo, “La sexualidad en la tradición Mesoamericana”, Arqueología Mexicana núm. 104, pp. 28-35.

 

Alfredo López Austin. Doctor en historia por la UNAM. Especialista en historia y cosmovisión mesoamericanas. Actualmente es investigador emérito y profesor en la UNAM e investigador nacional emérito en el SNI.

 

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