En la Sierra Tarahumara (como en muchas comunidades indígenas) la celebración de la Semana Santa trasciende a la fe católica. La expansión de esta fe a prácticamente todos los continentes promovió que su herencia mediterránea (tan medieval como barroca) entrara en contacto con innumerables tradiciones locales, forjando poderosos sincretismos expresados en liturgias y dramaturgias ceñidas a un guion que sigue una secuencia temporal.
Así, desde el Domingo de Ramos y hasta el Sábado de Gloria, los fieles recrean los últimos días de Cristo, desde su entrada triunfal en Jerusalén, pasando por su última cena y prendimiento, además del juicio, viacrucis, su crucifixión y muerte, y así hasta su resurrección. Estas fiestas admiten variantes, reacomodos, síntesis y reinterpretaciones, que ponen en juego símbolos y personajes que comparten el escenario con Jesucristo.
En efecto: tanto el canon bíblico como el que aportan los evangelios apócrifos informan sobre el elenco dramático de la Semana Santa: a los apóstoles se suman mujeres piadosas y fariseos, los sacerdotes judíos y las figuras romanas de Poncio Pilato, junto con sus soldados y centuriones.
Este drama ritual arribó a la sierra de la mano de los misioneros de la Compañía de Jesús, fundadores de las primeras misiones desde finales del siglo xvi y hasta su expulsión en 1767. La orden se encontraba en plena expansión, y su tardía llegada a la Nueva España les obligó a explorar nuevos territorios de predicación, e ingresaron con no poca dificultad en los actuales estados de Sinaloa, Durango, Sonora, Chihuahua y Baja California.
Imagen: Semana Santa en la Sierra Tarahumara: soldados romanos. Fotos: Carlos Hernández Dávila.
Carlos Arturo Hernández Dávila. Etnólogo, maestro y doctor en antropología social por la ENAH. Su línea de investigación es el cristianismo indígena. Es profesor en la ENAH y en la Universidad Iberoamericana- Ciudad de México.
Hernández Dávila, Carlos Arturo, “La victoria de los hijos de Onurúame”, Arqueología Mexicana, núm. 175, pp. 64-69.