Las ferias locales también tuvieron un desempeño importante como redistribuidoras de mercancías. Se localizaban en espacios geográficos estratégicos, donde confluían generalmente los circuitos de traslado de ganado. En las afueras de Saltillo, Zacatecas, Querétaro y Toluca se reunían mercaderes de diverso origen, ya fueran españoles o indígenas, donde los precios de sus productos no eran regulados por la reglamentación urbana de abastos y, por tanto, operaban como verdaderas zonas francas. En el siglo XVIII se fueron consolidando diversas ferias, algunas de las cuales llegaron a reunir cerca de 35 000 personas, como la de San Juan de los Lagos, en los Altos de Jalisco, en la que no sólo se ofrecían mercancías locales sino que también funcionaba como concentradora y redistribuidora interregional de mercancías ultramarinas. Se sabe que las más connotadas ferias especializadas en productos extranjeros se realizaban con cierta regularidad en los puertos de Acapulco y Veracruz, y que se instalaban en ese puerto del Pacífico y en Jalapa.
La feria de Jalapa fue organizada en 1720 y ya que el arribo de la flota que salía de Cádiz era irregular, las mercancías eran complementadas con otras introducidas en Veracruz por “el asiento inglés”. Desde Europa arribaban herramientas para la construcción, la carpintería, la herrería y la zapatería, como yunques, bigornias, sierras, escoplos, barrenas, picos, cinceles, gubias, formones y limas. También telas e insumos para la sastrería fina, entre ellos tafetanes, paños, panas, cintas, botones, hebillas, hilos y encajes; enseres como candelabros, azafates, peines, tijeras, barajas, libros; alimentos como jamones, chorizos, aceite de oliva, aceitunas, almendras, sardinas, arenques y bacalaos, así como vinos y aguardiente.
En la feria de Jalapa, las mercancías comerciadas obtenían permisos de internación al territorio virreinal. Por su parte, la feria de Acapulco, organizada desde 1565, dependía de la Nao de China o Galeón de Manila, que arribaba anualmente desde las Filipinas. Traía a la Nueva España, y desde aquí al resto de Hispanoamérica, variadas mercancías asiáticas, entre ellas no sólo las finas telas, sedas y damascos, sino principalmente porcelanas, tibores y vajillas, además de muebles de diversas clases y las valoradas especias empleadas en la cocina criolla (canela, clavo, pimienta, nuez moscada y azafrán). Las ferias al término del periodo colonial tendían a convertirse en espacios esenciales de intercambio, motivo por el cual comerciantes como José María Quiroz propusieron crear en 1808 un circuito de ferias que funcionaran cada mes a lo largo y ancho del virreinato.
Tomado de Enriqueta Quiroz, “Los mercados en la Colonia”, Arqueología Mexicana núm. 122, pp. 68-73.
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