De los códices prehispánicos muy pocos existen actualmente, porque desde la conquista fueron destruidos en forma generalizada; primero en la toma de los edificios donde se guardaban (amoxcalli) y después en “autos de fe” que organizaban los frailes europeos para aniquilar lo que ellos consideraban como “obras del demonio”. En la Colonia, la destrucción se volvió sistemática, continua; por una parte, debido a denuncias de los propios indígenas convertidos al catolicismo y, por la otra, a petición de las autoridades religiosas y civiles. La primera justificación religiosa de los actos crematorios dada por los ministros de la Iglesia se basó en el argumento de que esas “pinturas y caracteres” fueron hechos bajo inspiración diabólica. Más tarde, los prelados de las órdenes religiosas primero y después altos funcionarios virreinales, preocupados por conocer la religión de los vencidos para poder combatirla eficazmente, ordenaron a los religiosos escribir sobre “sus idolatrías y sus historias”. Los frailes-cronistas de la Conquista, sabios e historiadores, como Olmos, Motolinía, Mendieta, Sahagún, Durán, Valadés, Torquemada y muchos laicos, supieron aquilatar el valor, la riqueza que encierran esos testimonios (para sus fines), y de los escasos que se habían salvado de la locura destructiva, se sirvieron ampliamente como fuentes primordiales para escribir sus crónicas, sus historias. Se convocaba a los sabios indígenas para que ayudaran en esas tareas y ellos acudían llevando sus “libros” para leérselos y explicárselos a los autores hispanos, quienes inmediatamente después los hacían desaparecer.
Los documentos antiguos que sobrevivieron (son menos de veinte) fueron enviados casi todos como regalos al rey de España, por eso se conservan en Europa, y sólo dos quedaron en México.
Tomado de Joaquín Galarza, “Los códices mexicanos”, Arqueología Mexicana, Edición especial núm. 31, Códices prehispánicos y coloniales tempranos. Catálogo, pp. 6 - 9.