Las fuentes
Aunque la imposición del cristianismo determinó ciertamente un profundo cambio en la mentalidad indígena y ocasionó la destrucción de muchos elementos religiosos prehispánicos en el ámbito de la religión oficial (con la desaparición del sacerdocio, los templos, los códices y los rituales públicos), en la vida doméstica el culto a los dioses siguió vivo, asociado a la agricultura, a la magia erótica y adivinatoria y a la medicina. De ello tenemos abundantes noticias gracias a los tratados sobre las idolatrías que varios clérigos del siglo XVII escribieron para ayudar a los párrocos a combatirlas. En uno de ellos, el escrito por Jacinto de la Serna, se explica que muchos indios ponían sus ídolos en medio de los sembradíos de maíz o entre sus mercaderías, con la confianza de que con ello se conservarían o aumentarían. Tales imágenes eran de manufactura reciente y se vendían clandestinamente. Ante su presencia se sacrificaban gallinas y otros animales e incluso algunos “derramaban su propia sangre, como antiguamente se solía hacer, picándose las orejas y otras partes, por que no se eche de ver”.
Gracias a otras fuentes, como los manuales de confesión (que servían de ayuda a los religiosos y curas seculares para administrar ese sacramento), sabemos que los lugares donde se guardaban los “ídolos” eran barridos con cuidado y cubiertos con ramas, y que las imágenes eran sacadas a calentar al sol y envueltas en blancos algodones con veneración y respeto. En algunos de esos tratados se describe incluso la manera en que los indios degollaban aves, les sacaban el corazón, rociaban a sus ídolos con la sangre y se sometían luego a ayunos una vez concluidas tales ceremonias. A menudo esos ritos se practicaban para aliviar a los enfermos; se le suplicaba de rodillas a los ídolos que otorgaran la salud, y se encendían candelas y se quemaba copal frente a ellos. Muy posiblemente, como sucedía en el ámbito prehispánico, esas imágenes eran de piedra, madera o incluso de materiales comestibles como maíz o huauhtli (amaranto), y a menudo se les revistió con textiles.
Es probable que también sobrevivieran los tlaquimilolli o bultos sagrados del mundo prehispánico, en los cuales se depositaban diversos objetos (como dientes, picos y garras de animales, semillas y piedras) envueltos en paños o pieles; esos bultos llenos de reliquias eran transportados con gran veneración en las migraciones y colocados detrás de los dioses en los templos.
A los pocos años de la conquista, algunas rebeliones indígenas tomaron como bandera la restauración de las antiguas ceremonias y proclamaron el advenimiento de los dioses ancestrales que destruirían el orden español. La supervivencia de las idolatrías varió de una región a otra, de acuerdo con la intensidad de la cristianización, y en una misma zona fue mucho más notable en las visitas, alejadas del control de los religiosos, que en las cabeceras. En el norte, por ejemplo, durante la rebelión del Mixtón se supo de indígenas que veneraban a una tortilla y al dios Tecoroli, quien les prometía larga vida y muchos hijos. En ésta, como en muchas otras prácticas (como el encendido de candelas o los sacrificios por crucifixión) se puede apreciar el sincretismo de la indígena con elementos cristianos.
Antonio Rubial García. Profesor de historia medieval e historia novohispana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Doctor en filosofía y letras por la Universidad de Sevilla y en historia por la UNAM.
Tomado de Antonio Rubial García, “Ídolos y dioses. Imágenes prehispánicas del México virreinal”, Arqueología Mexicana, núm. 46, pp. 58-61.
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