Además de desempeñar importantes papeles a nivel social, medicinal y ritual, los olores estaban asociados a creencias cosmológicas primordiales en la época prehispánica. Como se indicó, varias socoran las tumbas de algunos miembros de las elites mayas y mixtecas. Estos elementos florales no sólo desempeñaban la tarea de contrarrestar la pestilencia de la desintegración física –así como los tratamientos con plantas aromáticas que recibían los muertos–, sino también de negar la realidad de la muerte y asegurar la vitalidad del individuo enterrado. Las noblezas mesoamericanas se caracterizaban por tener un aliento fragante que era no sólo era signo de estatus, sino también señal de su vitalidad por ser la expresión de su alma-soplo. En cuanto al inframundo, si bien era imaginado como un lugar donde todo está podrido o se pudre, se pensaba que esa descomposición desembocaba en la regeneración y en el nacimiento de nuevos seres. En este sentido, es interesante apuntar que los nahuas recurrían al mismo verbo, itlacahui, para aludir a lo podrido y a la concepción de un ser humano.
En contraste con esas ideas respecto de lo infra-terrestre, los nahuas pensaban el mundo superior como el lugar de “los diferentes tipos de flores”, in nepapan xochitl, mientras que imaginaban el viaje diurno del astro solar por la bóveda celeste como un trayecto por un sendero sembrado de especies florales que comparten la particularidad de florecer durante la temporada de secas y de desprender perfumes agradables. La concepción del cielo como un mundo florido también está confirmada en varios grupos uto-aztecas de Mesoamérica y del Suroeste de Estados Unidos, y pervivió en los cantos cristianos del siglo XVI donde convergió con la representación del paraíso en la tradición cristiana. En el Clásico maya, el astro y el dios solar se relacionaban estrechamente con las flores y su perfume: el signo solar k’in se representaba como una flor de cuatro pétalos, mientras que el dios Sol llevaba volutas en las comisuras de la boca que acaso figuraban su aliento fragante.
Dupey García, Élodie, “Olores y sensibilidad olfativa en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 135, pp. 24 – 29.
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