Presentación de la edición especial número 89. Conferencia dictada en el Auditorio “Eduardo Matos Moctezuma”, Museo del Templo Mayor, el 7 de diciembre de 2019.
Los editores de Arqueología Mexicana presentan, en esta ocasión, su Edición Especial núm. 89, homónima de la exposición exhibida actualmente en este museo y dedicada mayoritariamente al tema de los tetzáhuitl o presagios que, según varias fuentes documentales, anunciaron tanto la llegada de los conquistadores españoles como el final del reino de Moctezuma II. Sobre todo, la publicación se centra en los ocho vaticinios contenidos en el Libro XII de la obra sahaguntina.
Como lo hace notar Patricia Ledesma en su Presentación, los informantes indígenas del franciscano decidieron comenzar su relato sobre la Conquista enumerando dichos presagios, a saber: la aparición de una llama de fuego muy grande y resplandeciente en el cielo, el incendio repentino y “milagroso” de la capilla del templo llamado Tlacatecco, dedicado a Huitzilopochtli y en el que se fabricaba su imagen durante la fiesta de tóxcatl, la caída de un rayo sobre el templo Tzonmolco, consagrado al dios del fuego Xiuhtecuhtli, con el consiguiente incendio de su techo de paja, el arribo de un cometa que semejaba tres estrellas con caudas muy largas cuando aún brillaba el sol en el cielo, el súbito ascenso del nivel de los lagos cuyas aguas “hervían o burbujeaban”, entrando entre las casas de Tenochtitlan y derribando algunas de ellas, la audición por las noches de una voz de mujer lamentándose y gimiendo por la perdición de sus hijos (lo cual devendría en la leyenda de La Llorona) y, por último, la captura en el lago de una grulla que fue llevada de inmediato a Moctezuma; el ave tenía un espejo redondo en medio de la cabeza, en el cual el Tlatoani avistó las estrellas llamadas en náhuatl mamalhuaztli, anunciadoras del final de una era.
La publicación que hoy se presenta incluye textos de muy prestigiados investigadores. Alfredo López Austin se cuestiona sobre qué es un augurio y llega, entre otras conclusiones, a la de que los presagios (o una buena parte de ellos) tenían por emisores a los dioses y no necesariamente eran fatales, es decir, que no revelaban algo que sucedería inevitablemente: los hombres, con sus acciones, podían alterar la intención inicial de los dioses emisores, o bien solicitar a otras divinidades su intercesión para librarlos del peligro. Lo anterior me lleva a recordar el intento de Moctezuma para fugarse al Cincalco, la mítica residencia divina del maíz, provocado por la terrible angustia de saber que los conquistadores se aproximaban a Tenochtitlan y que los días de su reino estaban contados; esto es mencionado también en el Libro XII de Sahagún, aunque son fray Diego Durán y Alvarado Teozómoc quienes lo relatan con más detalle y por su relación puede conjeturarse que para ese intento de fuga, malogrado por cierto, invocó la intervención del dios Xipe Tótec.
El texto más extenso de esta edición especial es de Guilhem Olivier, quien curó la exposición exhibida actualmente en este museo. Hace referencia a que varios especialistas han detectado la influencia de modelos occidentales en dichos presagios, relacionados con la conquista de Roma por los galos, la muerte de Julio César o la toma de Jerusalén por los romanos. Sin embargo, Olivier considera que los sucesos descritos en la obra de Sahagún presentan algunos rasgos típicamente mesoamericanos que concuerdan con modelos autóctonos, así como que la mayoría de ellos resultan comparables con los que anunciaron la caída de la Tollan de Topiltzin Quetzalcóatl. Así, por ejemplo, la conquista de una ciudad se representa comúnmente en los documentos pictográficos indígenas con la imagen de un templo en llamas, los cometas eran igualmente presagios funestos, si alguien soñaba con agua que invadía su casa era augurio de muerte, el llanto nocturno de la mujer corresponde a la intervención de la diosa CIhuacóatl, el espejo en la cabeza de la grulla se relaciona evidentemente con Tezcatlipoca, el “Señor del espejo humeante”, patrono de los brujos y adivinos, etcétera.
Olivier aborda también otros importantes e interesantes temas: el del regreso de Quetzalcóatl encarnado presuntamente por Cortés, la cuestión de si los presagios tuvieron algún fundamento histórico y el hecho de que los españoles también creían en presagios (las intervenciones del apóstol Santiago y de la Virgen María), así como el papel que jugó Blas Botello Puerto de Plata, el soldado astrólogo que –según varias fuentes—aconsejó a Cortés atacar de noche a Pánfilo de Narváez y luego lo habría influenciado para huir de Tenochtitlan la noche del 30 de junio de 1520, la llamada “Noche Triste”, en la cual por cierto sucumbió el mismo Blas Botello. Concluye, finalmente, que los presagios se integran a una concepción mesoamericana de la historia que permite entender e integrar sucesos inéditos y extraordinarios; asimismo, con base en los numerosos testimonios que muestran la posibilidad de reacción ante un mal presagio para actuar en consecuencia y no someterse a la voluntad de los dioses, Olivier nos dice que es necesario corregir la idea según la cual los mexicas se habrían quedado “pasmados” ante los europeos debido a sus creencias religiosas. Sin duda, el episodio conocido como la “Noche Triste” constituye un claro ejemplo de ello.
Berenice Alcántara Rojas aborda con erudición el contexto histórico y académico en que se desenvolvieron los indígenas informantes de Sahagún, alumnos del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, teniendo así acceso a una educación privilegiada. Explica que tuvieron contacto con signos apocalípticos, tanto a través de la prédica de los frailes como de los muchos libros que tuvieron a su disposición, leyendo a clásicos como Séneca, Virgilio y Tácito, entre otros; de esta forma, se enteraron de los conflictos que habían terminado con grandes imperios y de los presagios que los habían anunciado. En ese contexto, la caída de la gran Tenochtitlan debía haber sido anunciada por portentos terribles y presagios funestos. Sin embargo, se adhiere a la opinión de Miguel Pastrana y Diana Magaloni (y a la ya comentada de Guilhem Olivier, aunque no lo mencione) respecto a que los presagios del Libro XII “son plenamente tetzáhuitl desde una perspectiva indígena, pues también se encuentran vinculados con muchos elementos de la tradición mesoamericana”.
Debe resaltarse, como aporte significativo de esta edición especial, incluir una traducción de los textos nahuas del Códice Florentino relativos a los presagios, realizada por la propia Berenice Alcántara, gran conocedora y traductora de la lengua de Nezahualcóyotl.
El número se complementa con otros dos textos: el primero, del investigador peruano Luis Millones, hace énfasis en la ausencia total de comunicación que no fuera la oral en los Andes precolombinos, razón por la cual lo que se conoce sobre la historia de los incas fue escrito en el siglo XVI a partir de una perspectiva occidental. No obstante, se refiere a la destrucción del santuario del dios oracular Catequil o Catequilla, en la sierra norte del Perú, y a que su mal vaticinio respecto a Atahualpa se cumplió, como un augurio que sí podría tener un origen autóctono.
El segundo, del historiador francés Bernard Grunberg, aborda el fenómeno de los signos y profecías desde la perspectiva de los conquistadores y cómo valoraron la conquista del nuevo mundo en función de la más o menos reciente caída de Granada, como un destino trazado por Dios donde el Santiago Matamoros que ayudó en la península se transformó aquí en Santiago Mataindios. Los presagios del Libro XII de Sahagún, presentes de manera muy similar en las obras de Muñoz Camargo y Durán, aparecen en los escritos indígenas –religiosos y laicos—hacia la mitad del siglo XVI. La ausencia sobre ellos antes de 1550 permiten pensar que fueron “fabricados” tras la caída de los mexicas, si bien su origen se encontraría en el mundo indígena, con préstamos de la Biblia y de algunas referencias europeas. Grunberg los considera como herramientas forjadas por los indígenas para poder comprender y explicar lo que les había ocurrido y prácticamente cierra su texto con una frase que a mi juicio merecería enmarcarse: “La conquista de Tenochtitlan fue, tanto para los mexicanos como para los españoles, un suceso que excedió su comprensión”.
Con los escritos ya referidos, añadiendo inserciones pertinentes de fuentes como Diego Durán, la Relación de Michoacán, Francisco de Aguilar, Bernal Díaz del Castillo y la Visión de los vencidos, del recientemente desaparecido maestro Miguel León-Portilla, debe felicitarse a los editores de Arqueología Mexicana por la atinada y oportuna presentación de este número.
Carlos Javier González González. Arqueólogo. Doctor en estudios mesoamericanos. Fue Director del Museo del Templo Mayor.