Elisa Ramírez
En el sur de México, Sol y Luna son gemelos, hermanos del mismo sexo o cuates, niño y niña. Nacen de una muchacha preñada por una pluma o un ave, salen de unos huevos encontrados por una vieja cuyo origen desconocemos o simplemente se aparecen, como en la versión chatina donde una vieja los protege del Mal Aire que les persigue.
Los ciclos de los gemelos o cuates de Oaxaca incluyen, además, la lucha de los hermanos contra la abuela y su esposo venado, las múltiples vicisitudes de su huida, que marcan las características de muchos animales o seres que los ayudan en la ruta y explican, también, las manchas en la cara de la Luna y su brillo más opaco. El ascenso final del Sol y la Luna son parte mínima del relato, su culminación tras tan complejos vericuetos resulta escueta.
Cada vez que la gente pasaba cerca de un árbol de pochota, se escuchaba un ruido que brotaba del interior del tronco. Intentaron abrir el tronco el Cometa y el Rayo; por fin el Pájaro Carpintero quebró la madera y aparecieron dos huevos en el interior. Una anciana pidió los huevos, los envolvió en su pañuelo y se los llevó a su casa. Al llegar a su casa puso los huevos en un chical de los que se usan para guardar las tortillas. Allí los dejó y todos los días los miraba para ver si ya se habían quebrado, pero los huevos seguían intactos. Pasó mucho tiempo. Todos los días la anciana salía de la casa, para buscar la comida de su esposo venado. Un día regresó a su casa y encontró todo desordenado, sus madejas de algodón estaban revueltas (Bartolomé y Barabas, 1983).
El mito chinanteco continúa: con astucia, la abuela descubre que los niños que se convertirían en Sol y Luna tienen quién les avise cuando ella se acerca a la casa y que sacan las madejas para “medir el mundo”. Otro chismoso –generalmente son pájaros– cuenta a los niños que la abuela tiene un marido venado, o que no es su verdadera madre. Los niños matan al amante de la vieja y rellenan el cuero de venado con animales que pican: abejas, avispas, moscardones. A veces le dan a comer a la abuela la carne de su marido muerto, y algún animal o la olla donde lo cocina se burlan de ella: “comiste carne de tu marido”. Quedan marcados como castigo por su impertinencia el colibrí, el zanate, la rana, el sapo, la lagartija.
Tras matar al venado, los niños son perseguidos por la vieja y sus aliados. Las aventuras en la huída o los detalles de sus relaciones cuando viven con la falsa abuela determinan muchas de las características de los animales, aliados o enemigos, del paisaje o de los atributos de los personajes de la historia.
La vieja a veces los sigue hasta el fin del relato; otras, muere en el transcurso del mito. Algunas versiones interrumpen el ciclo tras la muerte del venado; en versiones mixtecas de Guerrero y Puebla, la vieja es la madre del temazcal, pues cuando los niños quieren aliviar a la madre de las picaduras de los insectos la curan con un baño en el que muere asada o asfixiada. Otras veces ellos mismos saltan a ese fuego del temazcal y se convierten en Sol y Luna. En la versión poblana, uno de los hermanos se lleva los cuernos del venado como recuerdo. Por eso la Luna tiene sus dos cuernos (Barlow, 1962).
En la mayoría de las versiones oaxaqueñas continúan su viaje y matan a un águila devoradora en lo alto de una montaña; otras veces es una culebra. Los relatos van minuciosamente intercalados de explicaciones sobre la causa de las cosas más o menos abreviadas o extensas.
Se enojó entonces la Anciana y comenzó a perseguir a los dos hermanos. Corrieron durante mucho tiempo y ya la Anciana los estaba por alcanzar. Sol le pidió a Luna su pasador del cabello, Luna se lo dio y Sol puso el pasador en el camino y de allí mismo nació un cerro. Los hermanos continuaron corriendo y la Anciana tardó mucho en pasar el cerro. Cada vez que la Anciana los estaba por alcanzar, Sol hacía un cerro para que ella se demorara, y así fue que el suelo quedó cubierto de montañas, por eso hasta hoy están las montañas. Llegaron entonces hasta un río, un río muy crecido y al llegar los hermanos comenzaron a nadar para pasar al otro lado. La Anciana también se tiró al río, pero cuando estaba par la mitad los hermanos le arrojaron una bola de acuyo y la Anciana cayó muerta y se hizo Tepezcuintle y por eso hasta hoy el Tepezcuintle anda cerca de los ríos. De su sangre nacieron muchos animales, miles de animales nacieron de su sangre. Se fueron por su camino hacia el Oriente los hermanos. Caminaron a un lugar donde había dos grandes peñascos que aplastaban a la gente que pasaba en medio de ellos. Entonces Sol y Luna hicieron cerbatanas, cada uno de ellos tuvo su cerbatana y con ellas le dispararon a las peñas. Cuando los proyectiles golpearon las piedras, éstas se abrieron y de su interior brotaron las mariposas, por eso las mariposas tienen círculos en las alas, son las huellas de los disparos de las cerbatanas de Sol y Luna (Bartolomé y Barabas, 1983).
Los ojos del águila o la culebra caníbales brillan intensamente, pero el derecho tiene más luz que el izquierdo. Quien obtenga el ojo más brillante, será el Sol. Rara vez sucede directamente, la Luna se queda casi siempre con el ojo brillante y más tarde el hermano mayor o el varón se lo roba o se lo cambia por agua.
Siguieron entonces los hermanos su camino hacia el Oriente, caminaron tanto que comenzaron a sentir mucha sed. Luna se quejaba y sufría mucho por la sed. Cuando vio eso, Sol le dijo que si cambiaban los ojos del águila, él encontraría agua para que pudiera calmar su sed. Aceptó el trato Luna y es así que Sol quedó con el ojo más brillante, por eso es que Sol brilla más que Luna. En esa época no había manantiales, se escuchaba el rumor del agua que corría bajo de la tierra, pero no se veía el agua por ninguna parte. Entonces Sol arrancó un poco de zacate y de allí comenzó a brotar un hermoso manantial, por eso hasta ahora hay manantiales; Sol fue quien creó los manantiales (Bartolomé y Barabas, 1983).
Luna debe esperar hasta que un sacerdote bendiga el agua para beberla, o alguna otra condición. No obedece.
Cuando Sol regresó con el sacerdote se dio cuenta que Luna había bebido, porque el agua estaba alrededor de su cara, igual que ahora cuando Luna tiene agua se ve el halo alrededor suyo. Luna tenía el halo y un hoyito arriba del labio superior. Desde entonces es que existe ese hoyito sobre el labio superior de la gente. Sol se puso furioso cuando vio que su hermana lo había desobedecido, se puso tan furioso que cogió al sacerdote y lo arrojó contra la cara de Luna. El sacerdote (un conejo) pegó con tanta fuerza contra Luna que la dejó marcada para siempre, es por eso que hasta hoy Luna tiene manchas en su cara. Se fueron después de eso los hermanos y llegaron al cielo. Allí los estaba esperando Dios. Allí Juna’ri les puso nombre a los dos, el nombre de Sol fue Juan y el de Luna fue Lupe. Entonces Juna’ri les dio el encargo que Juan iba a trabajar de Sol y Lupe de Luna. Luna protestó y pidió que ella quería ser Sol, quería ser Sol para alumbrar más. Pero Sol tenía el ojo más brillante, el ojo de Luna no tenía suficiente luz para alumbrar. Por eso es que la luz de Luna alumbra menos que la de Sol, así fue que Sol quedó con el encargo de iluminar todo el mundo (Bartolomé y Barabas, 1983).
Las contiendas para tener el ojo más brillante quitan su predominio a la parte femenina. El sexo del futuro Sol es definido hasta el momento mismo en que los hermanos suben al cielo; el mayor o el varón suele convertirse en Sol, pero no siempre es así. En la versión náhuatl de Puebla recopilada por Barlow, uno de los muchachos engaña al venado travistiéndose, para que crea que se trata de su abuela y accede a convertirse en Luna, sin dejar de ser varón. O bien el hermano se queda con una moneda –que tiene pintado el Sol– y así se sustituyen los ojos monstruosos. El hermano menor o la hermana cambian el objeto preciado y entonces es golpeado con la mano, un huarache, un conejo o manchado por el lodo, y los cráteres visibles de la Luna quedan marcados para siempre en su cara.
En muchos mitos o en relatos independientes hay nuevas contiendas entre Sol y Luna que explican los eclipses. Chocan, luchan, se aman, se cruzan en el camino. “Durante el eclipse Sol y Luna tienen relaciones sexuales. Por eso los albinos son hijos del sol y pueden ver en la noche, pues los protege su madre la Luna. Durante los eclipses hay peligro para los niños. La Luna les muerde el labio superior a los que están por nacer. El Sol hace que nazcan ‘mecos’, es decir, albinos. No se sabe si son gente. Huelen a huevo. Son grandes cazadores porque ven en la oscuridad perfectamente” (Talleres de la Palabra, Benito Gutiérrez Girón, tojolabal, sede Ocosingo, 2000).
Cuando se enferma la luna con un eclipse dicen los abuelitos que los grillitos empiezan a gritar porque ven que la luna se va acabando. Mientras va oscureciendo los grillos gritan cada vez más y más y en su grito dicen: “sí, sí, sí”, porque ayudan a la luna para que se recupere. Cuando se enferma, todos tenemos miedo; la gente de mi comunidad y de otros lugares lejanos ayuda a la luna: unos la ayudan sonando la campana, otros pitando el cuerno de la vaca. En fin, no queremos que se acabe la luna, todos queremos vivir en el mundo. Cuando se recupera la luna todos quedamos tranquilos, grandes y chicos, con mucho ánimo (Morales, 2001).
Hay otras versiones menos comunes acerca del origen del Sol:
Al Sol lo andaban buscando. Una lagartija que era topil vino a dar cuenta a la autoridad que detrás de una piedra que no podía mover alumbraba mucho. Llevaron al pájaro carpintero y de un picotazo abrió la piedra. Ahí estaba acurrucado el Sol, y fueron todos los danzantes a bailarle. El Sol dijo que iba a salir, con la condición de que siempre hubiera danzas como esta vez. El Sol salió y parece que le pusieron como un vidrio en el corazón para que no quemara tanto. Así es ahora el Sol (Williams García, 1972).
El nacimiento del Sol y la Luna, solos o en colaboración con otros astros, parece fijar las características del mundo: lo secan y lo cuajan. Más tarde el diluvio recrea las condiciones primordiales; todo parece retornar a un estado previo y húmedo, anterior al fuego y a la aparición del Sol. De modo que los mitos del diluvio pueden considerarse en esta categoría o como una nueva prueba que, de manera más breve, dará como resultado la reproducción de esta epopeya inicial.
Ramírez, Elisa, “Nacimiento del Sol y la Luna 2”, Arqueología Mexicana núm. 97, pp. 16-17.
• Elisa Ramírez. Socióloga, poeta, escritora para niños y traductora. Colaboradora permanente de esta revista.
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