Abundan los poemas en los que se busca captar la esencia de un sitio arqueológico. Efraín Bartolomé visita Toniná; José Emilio Pacheco, Tulum; Jaime García Terrés, Yaxchilán; Efraín Huerta, Tajín. En esos sitios, “nada descansa pero todo duerme”, según escribe José Carlos Becerra. Las piedras hablan con el lenguaje de los sueños. Entre los poetas que se han acercado al misterio de las piedras que duermen destaca Rubén Bonifaz Nuño. Conocedor de la cultura prehispánica, a la que dedicó varios ensayos, buscó en su poesía una original entrada a ese universo. Bonifaz Nuño evita las alusiones obvias al pasado, la mención a héroes, zonas arqueológicas o deidades, y procura un entendimiento íntimo, cotidiano, un contacto con lo otro de extraña naturalidad. En el presente, el poeta hace suya la estética de entonces. Con una economía de recursos, equivalente a la de la tradición de “flor y canto”, recorre los mismos temas (la fugacidad de la vida, la sensación de estar en una tierra prestada y la íntima rebelión ante ese destino), pero les agrega el tono y cadencia de la poesía moderna:...
Bonifaz Nuño escribe novedosos poemas con un sustrato ancestral. Los temas esenciales de la poesía náhuatl están ahí (el destino al que no se puede escapar, la fugacidad de todas las cosas, el instante que se atesora como el brote de una flor), pero se recuperan con la llaneza del lenguaje contemporáneo. Lo lejano adquiere intimidad; Bonifaz Nuño agrega a la tradición de “flor canto” la segunda persona del singular. El poeta no le habla a alguien distante, surgido a través de los siglos, sino a quien podría estar a su lado: “Y que nadie me llame a esta hora / en que, tal vez me esperas”.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Villoro, Juan, “La poesía”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 95, pp. 60-89.