¿Quetzalcóatl fue un hombre-dios, rey y sacerdote?

Desde la antigüedad hasta nuestros días tanto el poder para el manejo de lo sagrado como el necesario para la conducción social se han atribuido a la posesión divina. El alma adicional de poder, una porción del dios que elige al humano como su instrumento, se manifiesta con frecuencia desde la infancia en conductas extrañas o en marcas corporales. Hoy, por ejemplo, se cita con frecuencia la posesión de algún dios-rayo. ¿Hasta qué punto pudo haber estado extendida esta idea en las comunidades antiguas? Las palabras con que se menciona la quema de libros ordenada por Itzcóatl hacen pensar que se usaban algunos códices sagrados de los calpultin como instrumentos para dar a los dirigentes de las comunidades un poder sagrado. Este poder, según las autoridades centrales, obstruía la incipiente centralización del poder en Tenochtitlan y era tenido como creador de concepciones erróneas, de tipo supersticioso.

Llevada al extremo, la posesión hacía que los gobernantes supremos fueran la presencia misma del dios sobre la tierra. La historia legendaria del gobernante sacerdote Quetzalcóatl en una Tollan terrenal era no sólo el arquetipo de esta clase de posesiones divinas, sino que se había convertido en la fuente de autenticidad del gobierno legítimo y sacralizado en las dinastías gobernantes. Se hablaba, por ejemplo, de una Tollan ecuménica, portentosa, donde había gobernado un hombre-dios, rey y sacerdote, que portaba en su interior el fuego divino de Quetzalcóatl y, por esta poderosa razón, usaba su nombre. A esta Tollan habían sucedido otras ciudades santas en el mundo. Era el caso de Tollan-Cholollan, a la que acudían los gobernantes para el ritual de yacaxapotlaliztli, mediante el cual se les perforaban el tabique nasal o las aletas de la nariz para atravesar por la abertura la joya del poder.

En las tierras altas guatemaltecas gobernó Gucumatz, poderoso descendiente de la línea Cawek. El nombre del soberano significa, como el de Quetzalcóatl, Serpiente Emplumada. El Popol Vuh se refiere a él y menciona sus prodigios:

“Siete días subía al cielo y siete días caminaba para descender a Xibalbá; siete días se convertía en culebra y verdaderamente se volvía serpiente; siete días se convertía en águila, siete días se convertía en tigre: verdaderamente su apariencia era de águila y de tigre. Otros siete días se convertía en sangre coagulada y solamente era sangre en reposo. En verdad era maravillosa la naturaleza de este rey, y todos los demás señores se llenaban de espanto ante él”.

 

Tomado de Alfredo López Austin, “La cosmovisión de la tradición mesoamericana. Tercera parte”, Arqueología Mexicana, Edición especial, núm. 70, pp. 73-87.

Alfredo López Austin. Doctor en historia. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM.

Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:

http://raices.com.mx/tienda/revistas-la-cosmovision-de-la-tradicion-meso...