Pablo Escalante Gonzalbo
Un vistazo a la estratificación social entre los antiguos nahuas del Valle de México -tlatoques, pillis, macehuales, sacerdotes, guerreros y mecaderes-, así como la reconstrucción, parcial pero elocuente, de su vida íntima y cotidiana, aportan piezas fundamentales para una comprensión más profunda del complejo rompecabezas que conformaba el mundo prehispánico.
I. La sociedad
Los nahuas aparecen siempre como los protagonistas de la historia antigua de México; esto es casi inevitable: eran los vencedores de esa histona y las crónicas hablan mucho más de ellos que de cualquier otro grupo. En este vistazo a la organización social del Valle de México vamos a hablar una vez más de lo nahuas, pero antes quisiéramos recordar que éstos no eran lo únicos habitantes del Valle de México: constituían sólo la mitad de la población; la otra mitad se repartía entre una mayoría de otomíes, una minoría matlatzinca y otra mazahua. Los otomíes vivían en las zonas más áridas, en rancherías dispersas; construían chozas endebles con pencas de maguey, y recolectaban y cazaban mucho más de lo que cultivaban. Visitaban las plazas de mercado de las ciudades nahuas, se presentaban llenos de adornos y tatuaje; los nahuas comerciaban con ellos pero los veían con desprecio, como a montañeses rústicos. Los mazahuas tenían un modo de vida muy similar al de los otomíes y los matlazincas parecen haberse asimilado a la vida urbana en algunas ciudades de la zona tepaneca.
La población nahua se encontraba en las riberas, en las aglomeraciones urbanas y en las tierras con mejores posibilidades agrícolas, donde se desarrollaron complejos sistemas de irrigación.
Los trabajadores en la sociedad nahua
En el Valle de México y en el resto de Mesoamérica las comunidades campesinas eran dueñas de su tierra. Los tlatoque o reyes no discutían ese derecho, pero exigían a las comunidades ciertos tributos que eran vistos como pago al soberano por su protección y por su generosa gestión de los asuntos religiosos, mercantiles y judiciales del reino.
Los comuneros vivían con austeridad y no daban pie a que se produjeran diferencias de riqueza notables dentro de las comunidades. Cada familia trabajaba la parcela que tenía asignada para su manutención, y el grupo en su conjunto laboraba las tierras comunales, tanto para pagar el tributo como para el fondo de comunidad. Dicho fondo permitía sufragar los gastos relativos al culto y las festividades locales; también permitía asistir a viudas, huérfanos y otros miembros de la comunidad caídos en desgracia.
En los asentamientos nahuas del Valle de México había, asimismo, comunidades dedicadas a la caza, a la pesca y a la recolección. Quizá cualquier campesino podía cazar un conejo o un venado, pero había actividades cuya complejidad requería de una dedicación casi exclusiva. Así, surgieron grupos especializados en la pesca, en la caza de patos y otras aves lacustres, en la recolección de algas, en el aprovechamiento de la murcielaguina y en otras actividades.
Sabemos que estas comunidades no agricultoras llevaban los frutos de su trabajo al mercado, y que gracias al intercambio obtenían los productos agrícolas que necesitaban para su alimentación. Lo que no sabemos es cómo tributaban al tlatoani y qué títulos o derechos tenían sobre sus pesquerías, ciénagas, cuevas y áreas de labor.
En las ciudades, mucha gente se dedicaba a oficios de tipo artesanal. Había, por ejemplo, barrios enteros especializados en fabricar petates, barrios de alfareros, de cesteros, de trabajadores de la obsidiana, de metalurgistas, de fabricantes de cordajes y redes, etc. Un barrio de gran prestigio era el de los amantecah, gente dedicada a hacer trabajos en pluma como penachos, mantos y tapices.
Los barrios artesanos entregaban parte de su producción a los almacenes de palacio, que de esta forma se encontraban espléndidamente surtidos.
La división social
Todos los trabajadores que hemos mencionado estaban organizados en comunidades que recibían, en náhuatl, el nombre de calpulli, o barrios; sus miembros eran parientes, vecinos, colaboradores en el trabajo, fieles súbditos de un mismo dios patrono. Estas colectividades de trabajadores producían la riqueza material de los antiguos reinos de México. El tributo que dichas comunidades pagaban sostenía a la nobleza. Al noble se le denominaba pilli y al trabajador comunero macehualli. Las diferencias entre ambos llegaron a ser profundas. El origen de la división estaba en el hecho de que los macehuales producían y tributaban, mientras que los pillis vivían del tributo y se dedicaban a tareas de administración y liderazgo; pero a tal diferencia económica se agregaron connotaciones jerárquicas y distinciones jurídicas.
Los pillis vestían con ropas de algodón, usaban mantos largos, se arreglaban con orejeras, bezotes y collares de piedras preciosas; en sus casas se conocía el lujo de los almohadones de plumas y los equipales, y se contaba con la asistencia de numerosos sirvientes. Las fachadas de las casas nobles estaban coronadas con almenas que hacían referencia al rango de los residentes. Los nobles eran juzgados por tribunales especiales.
Los macehuales tenían estrictamente prohibido usar ropas de algodón y mantos largos; debían vestir con lienzos tejidos de hilo de lechuguilla y otras fibras ásperas. No se les permitía engalanarse con pedrería, aunque pudieran comprarla. También tenían prohibido colocar almenas en los muros de sus viviendas.
Historiador. Investigador en el Instituto de investigaciones Estéticas de la UNAM. Actualmente se dedica al estudio de los códices del siglo XVI.
Escalante Gonzalbo, Pablo, “Sociedad y costumbres nahuas antes de la conquista”, Arqueología Mexicana núm. 15, pp. 14-19.
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