La arqueología y las crónicas son complementarias; la primera encuentra el dato directo tal cual fue, con los vestigios del pasado a la vista, en tanto que la crónica nos da su versión de ciertos acontecimientos a los que se puede acceder por medio de informantes, documentos o por observación directa. En el caso de la arqueología, más de dos siglos de hallazgos en el centro de la ciudad de México han permitido descubrir monumentos relevantes que ayudan de manera significativa a conocerla.
Los ojos occidentales que por primera vez veían las ciudades mexicas de Tenochtitlan y Tlatelolco no escatimaron en sus relatos la profunda impresión que les causaban ambos sitios vecinos. Las palabras del cronista soldado Bernal Díaz del Castillo son elocuentes acerca de esto. Desde lo alto del Templo Mayor de Tlatelolco observó el panorama que ante él se presentaba: acueductos, calzadas, templos, palacios, casas, mercado… todo aquello que forma una metrópoli y le da vida. He aquí sus palabras:
…y allí vimos las tres calzadas que entran en México […] Y veíamos el agua dulce que venía de Chapultepec, de que se proveía la ciudad, y en aquellas tres calzadas, las puentes que tenían hechas de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte a otra; y veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas que venían con bastimentos y otras que volvían con carga y mercaderías; y veíamos que cada casa de aquella gran ciudad, y de todas las demás ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa a casa no se pasaba sino por unas puentes levadizas que tenían hechas de madera, o en canoas; y veíamos en aquellas ciudades cúes y adoratorios, a manera de torres y fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiración, y las casas de azoteas, y en las calzadas otras torrecillas y adoratorios que eran como fortalezas (Díaz del Castillo, 1943).
¿Cuál es la razón de que obligadamente tengamos que referirnos a las dos ciudades? En primer lugar, tomemos en consideración que fueron construidas por el mismo pueblo: el mexica, la primera supuestamente en 1325 d.C. y la segunda hacia 1337 d.C. En segundo lugar, desde tiempos antiguos y conforme relatan algunos pasajes, ambas estaban destinadas a jugar papeles específicos: Tenochtitlan era el asiento del imperio político y el lugar asignado, según sus leyendas, por su dios Huitzilopochtli. Tlatelolco surgió por la inconformidad de un grupo de mexicas asentados en la primera que deciden trasladarse un poco más al norte, donde se establecen para crear con el paso del tiempo un emporio comercial. Sean estas las razones o no, la verdad es que a partir del inicio de ambos centros de poder va a existir una rivalidad entre ellos que culmina en 1473, cuando el tlatoani Axayácatl conquista a Tlatelolco y éste queda sujeto a Tenochtitlan. Más aún, sus destinos estarán unidos hasta el momento de la conquista peninsular en el fatídico año de 1521.
De sobra conocido es el plano que Hernán Cortés manda a hacer y envía al rey de España con su segunda Carta de Relación, en el que se aprecian ambas ciudades y apenas se podrían establecer límites entre una y otra. Destaca también la plaza principal de Tenochtitlan, en la que por cierto vemos algunos edificios, entre ellos el Templo Mayor; si observamos éste detenidamente, vemos que fue colocado invertido, es decir, que su fachada principal está viendo hacia el oriente, cuando en realidad veía hacia el poniente. Otro tanto ocurre con otros edificios, como el tzompantli que aparece frente al Templo Mayor cuando debería estar colocado al poniente de éste. De igual manera, se ve otro tzompantli o altar de cráneos ubicado al sur del templo principal, cuando en realidad se ha localizado al norte del mismo. Se ve también la figura de un ídolo decapitado frente al templo, probablemente Coyolxauhqui, colosal escultura que formaba parte del edificio (Matos, 2001).
Matos Moctezuma, Eduardo, “Tenochtitlan y Tlatelolco. De cronistas, viajeros y arqueólogos”, Arqueología Mexicana núm. 99, pp. 40-47.
• Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH
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