Un paraíso de plantas medicinales

Xavier Lozoya

En la historia del conocimiento sobre las propiedades curativas de las plantas, el mural de Tepantitla, en Teotihuacan, que representa al Tlalocan o paraíso de Tláloc, constituye un importante testimonio en el que se pueden apreciar plantas medicinales utilizadas en el México antiguo. Sin embargo, sigue siendo difícil interpretar la información que brinda el mural, así como la de otros edificios
y objetos prehispánicos.

 

Ha tomado casi todo el siglo XX reponernos del trauma que representa constatar que el pueblo europeo conquistador de Mesoamérica en el siglo XVI, hizo un enorme esfuerzo para destruir, intencional y sistemáticamente, el conocimiento acumulado por las grandes civilizaciones que se habían desarrollado en México. Existen escasos ejemplos de esta índole en la historia del mundo. Pocas veces se ha visto tanto entusiasmo por borrar la memoria de otros, acumulada durante milenios. El conocimiento sobre la forma de conservar la salud y curar las enfermedades entre los antiguos mexicanos no fue la excepción en este proceso de borrarlo todo.

Los fundamentos teóricos de la medicina de los habitantes del mundo prehispánico y el uso que hacían de los recursos curativos, principalmente de las plantas, fueron constantemente impugnados por los españoles debido a que eran parte inseparable de la religión indígena que se decidió erradicar. Esta cuestión no deja de ser absurda, ya que en otros momentos de la historia de Occidente, en los cuales ocurrieron cruentas guerras que provocaron grandes cambios en la organización social y cultural de los pueblos confrontados, no se desechó ni destruyó el conocimiento médico de los vencidos.

Después de la expulsión de los infieles de la península ibérica, por ejemplo, la teoría médica árabe y sus recursos curativos no fueron destruidos ni prohibidos en España; por el contrario, fueron incorporados a la medicina de los siguientes siglos y llegaron a formar parte de la cultura del nuevo dominio español. ¿Y qué decir del conocimiento médico de las épocas clásicas griega y romana que sirvió de base al desarrollo de la medicina europea durante el Renacimiento? ¿Acaso fue un impedimento la condición religiosa de Hipócrates, Galeno, Dioscórides o Avicena para incorporar sus propuestas médicas y la terapéutica que diseñaron a la medicina de los pueblos europeos?

 

Fuentes sobre la herbolaria

Hoy hemos tenido que aprender a leer entre líneas la poca información escrita que se conoce sobre la medicina herbolaria que prevaleció en el mundo de los aztecas. El marco conceptual que dio fundamento a la terapéutica es plenamente desconocido, y hoy sólo es posible hacer algunas especulaciones con base en los recursos mencionados en las fuentes bibliográficas.

Los libros antiguos que existen sobre este tema provienen todos del siglo XVI y son el resultado del trabajo de unos cuantos españoles que, con diversos propósitos, intuyeron la necesidad de registrar el saber de los habitantes de una región del mundo que se transformaba en sus costumbres a gran velocidad, como resultado de la colonización. La cultura que agonizaba tenía construida una interpretación propia sobre la vida y la salud; los médicos indígenas habían sistematizado el conocimiento sobre las propiedades de las plantas y su aplicación en el tratamiento de las enfermedades de acuerdo con esa conceptualización médica. Sin embargo, estos aspectos no fueron considerados al rescatar la información sobre el uso de las plantas, ya que los compiladores no reconocieron en los informantes indígenas las mismas condiciones intelectuales que en los médicos europeos.

En ciertos casos, como el de los escritos de Sahagún, la información sobre la flora medicinal de los indios formaba parte de un conjunto de datos que integraban un voluminoso tratado general, el cual serviría, primordialmente, como una herramienta lingüística de los evangelizadores para conocer mejor el idioma náhuatl y los puntos clave de una cosmovisión que se buscaba erradicar. En otros casos, como en el de la obra del médico español Francisco Hernández, se buscó contar con un inventario preciso de los recursos vegetales americanos susceptibles de ser incorporados a la práctica médica, pero sin aceptar el fundamento teórico de la medicina indígena de donde provenían. En otros más, el propósito fue ilustrar la riqueza botánica del Nuevo Mundo y la potencialidad de su explotación puramente comercial, de acuerdo con las necesidades médicas y alimentarias de los europeos. No deja de ser sorprendente que las hoy llamadas “fuentes históricas” de la herbolaria prehispánica vieran la luz pública y fueran estudiadas hasta el siglo XX, ya que ninguna de ellas fue utilizada en su tiempo. En su momento, estas fuentes no fueron concebidas por los autores para preservar, conocer y utilizar la medicina herbolaria indígena.

Por otra parte, aunque la información etnobotánica medicinal de los habitantes del México actual es muy valiosa, debe ser vista como el resultado de 500 años de un complejo proceso de combinación de ideas de origen indio con otras de origen médico europeo. Este sincretismo ocurrió en condiciones desventajosas de interculturación, ya que el conocimiento médico autóctono no tuvo acceso a los medios de transmisión formal del conocimiento; es decir, durante todo este tiempo no existieron escuelas, libros u organizaciones profesionales de medicina indígena que fueran reconocidos formalmente, mientras que la medicina española gozó de todos los privilegios legales y profesionales. Para decirlo más claramente: la medicina indígena no tuvo acceso a la imprenta hasta finales del siglo XX.

Fue también en este siglo cuando los arqueólogos mexicanos y de otras nacionalidades se abocaron a la tarea de desentrañar la información sobre la flora registrada en algunos templos y edificios de los antiguos mesoamericanos. En este sentido, el problema de su interpretación sigue siendo grande, ya que a la falta de información sobre el marco teórico que regía su uso ritual, se agrega la dificultad que representa la identificación taxonómica de las plantas presentes en algunos murales, relieves, esculturas, vasijas, etcétera.

Como seres vivos que son, las plantas medicinales autóctonas han vuelto a nacer una y otra vez en los sitios donde en los últimos 500 años se han construido otras ciudades, se han diseñado jardines con otras especies introducidas y se han producido otros alimentos y medicinas. Como vestigios de un paraíso perdido, las plantas medicinales autóctonas que en otra época integraron jardines y colecciones escrupulosamente cuidados, que se cultivaron con propósitos curativos específicos, y cuya producción permitió el abastecimiento de mercados para el ejercicio formal de la medicina indígena, hoy se detectan como especies silvestres rodeadas de una nueva flora que ha adquirido certificado de nacionalidad. Aunque los expertos no se ponen de acuerdo en la cifra, se estima que entre el 50 y el 70% de la herbolaria medicinal actualmente usada por los mexicanos ha sido introducida desde Europa en los últimos cinco siglos, y con ella las ideas y prácticas de muchas otras culturas del crisol ibérico.

 

Xavier Lozoya. Médico e investigador en plantas medicinales del Centro Médico Nacional Siglo XXI del Instituto Mexicano del Seguro Social.

 

Lozoya, Xavier, “Un paraíso de plantas medicinales”, Arqueología Mexicana núm. 39, pp. 14-21.

 

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