En 1869 el coleccionista y traficante de antigüedades José María Melgar y Serrano publicó el trabajo intitulado “Notable escultura antigua” en el Boletín de Geografía y Estadística. Ahí hacía referencia al hallazgo de una gran cabeza de piedra en la hacienda de Hueyapan, en el estado de Veracruz; no pudo identificar el pueblo que la había elaborado.
A partir de dicho hallazgo, Melgar promovió interpretaciones polémicas que han sido rechazadas por la ciencia arqueológica. La más famosa es sobre los orígenes del pueblo que creó la cabeza colosal. Escribió: “…es sin exageración una magnífica escultura… lo que más me impresionó fue el tipo etiópico que representa; reflexioné que indudablemente había habido negros en este país…”.
Los escritos de Melgar reflejan un conocimiento profundo de la literatura sobre las culturas prehispánicas de ese tiempo, la cual incluía la idea de que los indígenas de Mesoamérica eran descendientes de migrantes como, por ejemplo, las “tribus perdidas de Israel”. La justificación de Melgar para la presencia de negros de origen etíope entre los pueblos indígenas de América se apoyó fuertemente en las afirmaciones del obispo Francisco Núñez de la Vega de que los etíopes tenían piel de color negro a causa de la maldición de Noé.
Hoy día reconocemos que la clasificación racial es improcedente, pero el siglo XIX fue una época caracterizada por ese mal y los escritos de Melgar revelan su aceptación de la entonces prevalente clasificación racial con base en el color de la piel y los rasgos fisionómicos.
La aplicó a la cabeza colosal aunque el color de la escultura no es negro, sino grisáceo por el tipo de roca con la cual está hecha. Infiere, a partir de las características del rostro, que la piel del personaje fue de color negro.
Desgraciadamente sus inferencias y opiniones han impactado el curso de la arqueología olmeca porque su propuesta difusionista sostiene que la cultura hacedora de la cabeza tuvo origen africano –lo cual ahora ha sido invalidado mediante estudios científicos del ADN mitocondrial en restos óseos olmecas.
A pesar de todos los problemas que Melgar provocó con sus ideas erradas, hay que reconocer que hizo algo bueno, más bien “atinado”, cuando usó la palabra “colosal” para la cabeza. Ahora, cuando se habla de lo colosal en Mesoamérica, casi universalmente se piensa en el pueblo olmeca.
Intuitivamente reconoció que una cabeza tan grande, tan colosal, tenía que ver con fuertes movilizaciones de mano de obra. Más de 150 años después, reconocemos plenamente que la magnitud de las obras olmecas requirió la participación de una gran cantidad de personas, una notable capacidad de organización y extraordinarios conocimientos. Lo colosal es el sello del pueblo olmeca.
Imagen: Descubrimiento de la cabeza olmeca de la hacienda de Hueyapan, hoy Tres Zapotes. Tomada De Descubridores del Pasado en Mesoamérica, 2001. Monumento A de Tres Zapotes, Veracruz. Reprografía y foto: Marco Antonio Pacheco / Raíces
Ann Cyphers. Doctora en historia por la UNAM. Investigadora en el Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM Especialista en el periodo Preclásico (Formativo) y, en particular, en la civilización olmeca.
Cyphers, Ann. “Colosal”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 104, pp. 38-39.