Una casa de ancestros reales en el Cerro de la Campana, Oaxaca

Javier Urcid Serrano

La monumentalidad de la tumba 5 del Cerro de la Campana y su rico legado escrito, centrado en recuentos genealógicos y en la veneración de los ancestros, ejemplifican las estrategias de los grupos de poder para perpetuar sus privilegios y prerrogativas sociales.

 

La tumba 5 y un antiguo señorío en el valle de Etla

Si la tumba 7 de Monte Albán es considerada el contexto funerario con la ofrenda más sorprendente en todo el suroeste de Mesoamérica, entonces la tumba 5 del Cerro de la Campana es la cripta con la arquitectura y la escritura más impactantes de la antigua Oaxaca (fig. 1). Esta tumba, una verdadera casa de venerables ancestros, es la manifestación física del poder económico y político de un linaje que hacia el siglo vii d.C. debió gobernar la capital de un señorío con una gran influencia en el extremo occidental del valle de Etla.

La sede llegó a extenderse sobre dos cerros: el Cerro de la Campana y el Cerro de la Cantera, que se elevan entre las actuales comunidades de Santiago Suchilquitongo y San Pablo Huitzo (fig. 2). En realidad, este poblado empezó a tener relevancia regional desde el siglo v a.C., y diez centurias después tendría cerca de 1 800 habitantes; se calcula que para el siglo viii d.C. su población fue de aproximadamente 4 000 habitantes. Para entonces, el núcleo monumental de la comunidad en la cima del Cerro de la Campana incluyó un templo-plaza-adoratorio, un juego de pelota y un palacio. Es ahí, cinco metros por debajo del recinto que se ve al norte, que se construyó la tumba 5 (fig. 3).

Después de su edificación como parte del palacio, la cripta se utilizó en forma continua durante alrededor de 300 años. En el auge de su poder, el linaje de la casa real gobernante debió ser una amenaza para los intereses hegemónicos de los señores de Monte Albán, y es posible que la rivalidad entre ambos asentamientos se haya negociado a lo largo del tiempo mediante una o varias alianzas matrimoniales que unieran a sus elites gobernantes. Sólo así se explica por qué Monte Albán no impuso una edificación estatal sobre el palacio en el Cerro de la Campana, tal y como lo hizo con la residencia de los gobernantes de Lambityeco hacia 750 d.C.

Con el paso del tiempo, cuando los herederos de glorias pasadas tuvieron la necesidad de buscar nuevas oportunidades en algún otro asentamiento, y a medida que la comunidad era abandonada lenta e inexorablemente, las últimas personas en entrar a la tumba hacia el siglo x lo hicieron no para enterrar a alguien, sino para recoger casi todos los restos mortales de sus antecesores y continuar venerándolos en su nuevo lugar de residencia; además, retiraron muchas de las ofrendas que durante tanto tiempo se habrían acumulado en la tumba. La cripta fue sellada ritualmente y sus testimonios escritos quedaron mudos por cerca de mil años antes de ser redescubiertos, en 1983.

 

Los ancestros más remotos: la señora 10 Lagarto y el señor 11 Mono

La tumba es una versión en miniatura de los antiguos espacios domésticos, con un patio central, y su banqueta circundante, rodeado de cuartos en sus cuatro lados, al que se llega por un vestíbulo (fig. 4). Es tan colosal que, como en ninguna otra cripta hasta ahora conocida en Oaxaca, al entrar en ella se puede caminar sin tener que agacharse o arrastrarse. Por la forma en la que se concibió y diseñó su decoración interna, es probable que la pareja gobernante –nombrada en los mascarones modelados en estuco que embellecen las dos fachadas principales– fuera la de los ancestros apicales de quienes llevaron a cabo la construcción de la tumba, para así tener un lugar de eterno descanso (fig. 5). En el mascarón sobre la puerta que da acceso a la tumba se menciona a la señora 10 Lagarto Sol-Ave, y el mascarón sobre la entrada a la cámara principal al señor 11 Mono Jaguar, que es identificado como gobernante mediante una banda entrelazada encima del yelmo de felino que designa su epíteto personal.

Las caras principales de las 10 jambas monolíticas que soportan el peso enorme de los diversos dinteles y techos megalíticos abovedados en ángulo tienen inscrito un recuento genealógico vertical y colateral (fig. 6a). Las jambas forman pares y presentan una simetría bilateral; además, en ellas el formato de la escritura semántica y fonética es el mismo (fig. 6b). Todas incluyen, abajo, la representación de un personaje, y arriba hacen referencia simbólica al Sol, con otro glifo en posición descendente que tal vez aluda al título honorífico del personaje mencionado en la breve inscripción que le sigue. Los apelativos incluyen el nombre calendárico y personal de cada individuo y en casi todas las jambas aparece el conjunto glífico “volutas del habla-glifo D”. Como el glifo D es el logograma dardo, se sugiere que varios de los ancestros vocalizan un llamado de guerra. En los textos breves de tres de las jambas se hace referencia a fechas anuales, las cuales –dependiendo del orden de lectura– cubren lapsos que varían entre 44 y 91 años. En cuanto a los personajes, están representados como si participaran en una procesión; los que están grabados en las cuatro jambas colocadas interiormente a lo largo del eje principal de la tumba (de sur a norte) aparecen como sus egos-alternos jaguar, que es un título de nobleza y un portentoso epíteto. Los personajes en las otras seis jambas, incluidas las que enmarcan la entrada a la tumba, están ricamente ataviados, aunque algunas diferencias sugieren la referencia a diversos rangos jerárquicos. Todos los personajes, señores jaguar o no, portan insignias y tocados muy elaborados y llenos de cargas semánticas que parecen aludir a los oficios que se les atribuía en forma real o imaginaria, entre los que se incluyen avatares del Sol, graniceros, líderes de guerra, maestros del calendario y la adivinación, y aquellos con la habilidad de cambiar de ente y contactar a los ancestros. 

Si el orden de los señores jaguar estuviera relacionado con el paso a través de la cripta, de manera que a medida que se atraviesa el patio se adentrara al pasado hasta estar en presencia del ancestro apical 11 Mono –en la entrada de la cámara principal–, entonces la secuencia de la rama principal del linaje incluiría un total de seis generaciones. Ciertos detalles epigráficos sugieren que una señora llamada 11 Temblor y su esposo 2 Temblor fueron la pareja gobernante que mandó construir la cripta y su registro genealógico.

 

Javier Urcid. Doctor en antropología por la Universidad de Yale. Profesor asociado en el Departamento de Antropología de la Universidad de Brandeis, Boston Massachussetts.

 

Urcid Serrano, Javier, “Una casa de ancestros reales en el Cerro de la Campana, Oaxaca”, Arqueología Mexicana núm. 132, pp. 28-35.

 

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