Una linterna alumbra el pasado

Juan Villoro

En 1790, la efigie de la diosa azteca Coatlicue fue hallada por accidente en la Ciudad de México. El enorme bloque de piedra, donde habían sido labradas serpientes y calaveras, cautivó y horrorizó a sus testigos. Fue llevado a la Universidad, donde se exhibió por poco tiempo. Las autoridades novohispanas temieron que su presencia reactivara la antigua fe de los indígenas. Además, esa expresión estética y religiosa del mundo prehispánico causó un impacto cercano al terror. La diosa volvió a ser sepultada. En 1804, durante su estancia en la Ciudad de México, Alexander von Humboldt, que había leído acerca de la Coatlicue, pidió autorización para verla.

Por unos días la estatua volvió a la superficie de la tierra. Sólo a partir del siglo XIX su inquietante figura se convirtió en objeto de estudio y paulatina admiración: “La carrera de la Coatlicue –de diosa a demonio, de demonio a monstruo y de monstruo a obra maestra– ilustra los cambios de sensibilidad que hemos experimentado durante los últimos cuatrocientos años”, escribió Octavio Paz en 1977. La imagen de la deidad que emerge del pasado para inquietar el presente resume el trato que hemos tenido con las culturas del origen. Las noticias de esa etapa radicalmente anterior han sido recibidas con estupor y espanto.

Imagen: “Como hace cuatrocientos años, la estatua es un objeto que, simultáneamente, nos atrae y nos repele, nos seduce y nos horroriza. Conserva intactos sus poderes, aunque hayan cambiado el lugar y el modo de su manifestación. En lo alto de la pirámide o enterrada entre los escombros de un teocalli derruido, escondida entre los trebejos de un gabinete de antigüedades o en el centro de un Museo, la Coatlicue provoca nuestro asombro”. Octavio Paz, “Diosa, demonia, obra maestra” 1977. FOTOS: ARCHIVO DIGITAL DE LAS COLECCIONES DEL MNA, INAH-CANON.

 

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

Villoro, Juan, “Una linterna alumbra el pasado”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 95, pp. 14-29.