Por 30 siglos el Rey, con la altivez que le confiere su linaje, ha atestiguado el paso de distintos señoríos. Sabemos de la naturaleza de la autoridad política de los soberanos olmecas por la magnificencia de los grandes monolitos en que se les representó. Las esculturas de talla monumental –como las cabezas colosales, las estelas y los tronos que se exhiben en el Museo de Antropología de Xalapa– revelan una organización en jerarquías, algo que no existía en otros grupos mesoamericanos durante el Preclásico. La roca volcánica con la que se elaboró provenía de las canteras de la Sierra de los Tuxtlas, que a veces significaban un recorrido de hasta 60 km desde las cuencas de los ríos en donde se establecieron los grandes centros olmecas.
Para transportar los bloques sin duda se requirió de un sistema complejo, probablemente utilizando rodillos, y la intervención de muchos hombres. Los instrumentos con los que fueron esculpidas las piezas eran de piedra.
El número que se asigna a las cabezas colosales alude al orden cronológico en el que fueron encontradas. Ésta fue la primera localizada en San Lorenzo Tenochtitlán y por sus dimensiones y su calidad plástica se le llamó el Rey. Fue descubierta por Matthew Stirling, de la Smithsonian Institution, en 1946, durante su última temporada de excavaciones en México. A los rasgos olmecas característicos: nariz chata, labios gruesos, ojos rasgados con un ligero estrabismo, se suman algunos elementos mitológicos.
Tomado de Maliyel Beverido Duhalt, “Cabeza Colosal Número 1 (El Rey)”, Arqueología Mexicana, edición especial 22, Museo de Antropología de Xalapa, p. 24.