Laura Suárez Pareyón Aveleyra
La restauración de cerámica garantiza la conservación del patrimonio, lo cual no se logra únicamente con la intervención directa; las obras requieren de condiciones estables para su manejo, embalaje, almacenamiento y exposición, además seguimiento y mantenimiento continuo para evitar su deterioro.
La cerámica ha acompañado al hombre a lo largo de la historia, se encuentra en muchas actividades de la vida cotidiana en forma de utensilios domésticos para almacenar, contener y cocinar alimentos. Todas las culturas han descubierto en las arcillas el material ideal para crear objetos decorativos y rituales utilizados en ceremonias, que se ofrendan a los muertos e incluso representan a dioses.
La cerámica ha sido una herramienta importante para estudiar el pasado; constituye una fuente de información arqueológica primordial, pues en ella queda plasmado el desarrollo tecnológico, social, cultural y político de una sociedad, fundamental para establecer cronologías y obtener información específica de una cultura.
La cerámica tiene características físico-químicas que le permiten resistir las condiciones del medio ambiente, lo que permite localizar grandes cantidades de fragmentos cerámicos o tepalcates en las excavaciones arqueológicas. Sin embargo, no es fácil contar con piezas completas, pues bajo tierra los objetos se ven expuestos a fuertes presiones y movimientos, a humedad, a organismos y a toda la actividad propia de la dinámica del suelo, que va dejando huellas en los objetos.
Para entender toda la información que la cerámica guarda es importante estudiarla, tocarla, conocer su forma y características; aquí comienza la actividad del restaurador: con observación detallada, paciencia y habilidad logra interpretar la valiosa información que le permitirá restaurar y conservar un objeto.
Reconocer la cerámica
El trabajo del restaurador no consiste sólo en pegar tepalcates. Para conservar una obra es necesario conocerla, evaluar su estado, identificar todas las marcas que el tiempo ha dejado en ella, aplicar el conocimiento teórico y así evitar su destrucción. El momento ideal para iniciar la conservación de un objeto es desde que es hallado, en la excavación misma; a partir de entonces el restaurador lleva a cabo acciones para levantar las piezas de manera correcta, controlando las condiciones y recuperando información para realizar la intervención más adecuada.
Suárez Pareyón Aveleyra, Laura, “Restauración de cerámica arqueológica. Uniendo fragmentos para entender el pasado”, Arqueología Mexicana núm. 108, pp. 38-42.
• Laura Suárez Pareyón Aveleyra. Licenciada en restauración de bienes muebles por la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRYM), INAH. Profesora del Seminario Taller de Restauración de Cerámica en la ENCRYM.
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