Eduardo Matos Moctezuma
Los resultados de los trabajos en la zona arqueológica de Tlatelolco –realizados por destacados investigadores y que abarcan desde 1944 hasta la fecha– confirman las maravillas de ese sitio de las que ya hablaban el cronista español Bernal Díaz del Castillo, en el siglo XVI, y el estudioso Antonio León y Gama, en el XVIII.
Dirán ahora algunos lectores muy curiosos que cómo pudimos alcanzar a saber que en el cimiento de aquel gran cu echaron oro y plata y piedras de chalchihuís ricas y semillas, y lo rociaban con sangre humana de indios que sacrificaban, habiendo sobre mil años que se fabricó y se hizo. A esto doy por respuesta que desde que ganamos aquella fuerte y gran ciudad y se repartieron los solares, que luego propusimos que en aquel gran cu habíamos de hacer la iglesia de nuestro patrón y guiador señor Santiago, y cupo mucha parte de la del solar del alto cu para el solar de la santa iglesia para aquel cu de Huichilobos, y cuando habrían los cimientos para hacerlos más fijos, hallaron mucho oro, plata, chalchihuís, perlas, aljófar y otras piedras (Díaz del Castillo, t. I, 1943).
Con estas palabras se refiere Bernal Díaz del Castillo al Templo Mayor de Tlatelolco, aunque exagera en la antigüedad del monumento. Es fácil imaginar que de aquellos hallazgos se desconoce la suerte que tuvieron, aunque es posible pensar que quienes abrieron los cimientos para construir los primeros asentamientos del lugar se hicieron de ellos y sólo quedan las palabras de Bernal Díaz del Castillo, que son a todas luces elocuentes: como parte de la destrucción de los templos indígenas considerados como obra del demonio, ahora se iniciaba la obra de los ángeles con el pillaje producto del triunfo militar.
Un dato interesante al respecto lo tenemos en la Iglesia de Santiago, ubicada sobre la parte posterior del Templo Mayor de Tlatelolco, como lo dice el cronista soldado. La destrucción de este último y de otros templos traía aparejada la utilización de la piedra para la edificación de la iglesia, como se puede apreciar en los muros de la misma. En efecto, en la parte externa del ábside de la iglesia aún se ve, empotrado, un bloque de piedra con el rostro de una deidad que podría ser un Tláloc que ve hacia el norte. Otras piedras muestran talla prehispánica.
Siglo XVIII
Asentado el poder peninsular, muchos años debieron de pasar para que se volviera a poner atención en Tlatelolco, último reducto de la resistencia mexica. Correspondió al sabio don Antonio León y Gama hacer mención de las riquezas que allí podrían encontrarse en el “Discurso preliminar” de su Descripción histórica y cronológica de las dos piedras…, publicada en 1792, en la que dice:
Siempre he tenido el pensamiento de que en la plaza principal de esta ciudad, y en la del barrio de Santiago Tlatelolco se habían de hallar muchos preciosos monumentos de la antigüedad mexicana […] y habiendo sido la segunda plaza de Tlatelolco el último lugar donde se retiraron y mantuvieron los indios hasta el día de la toma de la ciudad; es de creer que allí hubieran ido conduciendo así sus penates, ó ligeros idolillos, que de todas materias (aún de las más preciosas, según las facultades de sus dueños) fabricaban y guardaban dentro de sus propias casas, como todas las alhajas y tesoros que poseían […] es, pues, de creer, que todo esto, o la mayor parte de ello esté debajo de la tierra de Tlatelolco (León y Gama, 1990, pp. 1-2).
Matos Moctezuma, Eduardo, “La arqueología de Tlatelolco. De la Colonia a los setenta del siglo XX”, Arqueología Mexicana núm. 89, pp. 38-44.
• Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Profesor emérito del INAH y miembro de El Colegio Nacional. Coordinador general del Proyecto Templo Mayor y del Programa de Arqueología Urbana. Miembro del Comité Cientifico-Editorial de esta revista.
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