Nikolai Grube
Entre los mayas, el centro de poder de cada Estado lo conformaba un rey, que portaba el título de k’uhul ajaw, “rey divino”. Los ajawo’ob, “reyes”, fundamentaron su autoridad política superior a través de un estatus que les aseguraba una cercanía especial con los dioses. Los reyes se tornaban así en mediadores indispensables.
Durantela época prehispánica, las Tierras Bajas mayas conformaron un paisaje político fragmentado en numerosos señoríos. Aunque la cantidad exacta de estos reinos se desconoce, los datos muestran que tales entidades tuvieron una extensión muy limitada y generalmente estaban integrados únicamente por un centro urbano, que era el sede del poder y la región circundante. El centro de poder de cada Estado lo conformaba un rey, que portaba el título de k’uhul ajaw, “rey divino”. La palabra ajaw significa literalmente “el de la voz potente” (o “voz de mando”). Estos “reyes divinos” residían en centros urbanos, construidos alrededor de los complejos de templos y palacios en los cuales vivían y gobernaban.
Los enormes conjuntos arquitectónicos de las grandes ciudades mayas como Tikal, Calakmul, Palenque, Yaxchilán y Copán reflejan el poder que poseían tales ajawo’ob y sus cortes reales. Obviamente, su autoridad les permitía recaudar la fuerza de trabajo y recursos humanos necesarios para librar guerras, cobrar tributos y controlar el intercambio de bienes y mercancías. Los reyes mayas disponían sin duda de una gran plenitud de poder. Los ajawo’ob lograban legitimar tal poder ante la población que vivía en los estados, a la cual podían integrar bajo su autoridad. Los reyes mayas disponían de este poder a pesar de la ausencia de un aparato de Estado propiamente dicho, con sus instalaciones burocrático-administrativas. Hasta donde conocemos, no había ni un ejército profesional ni un aparato administrativo, ni tampoco instituciones estatales. Sin embargo, los pequeños estados mayas fueron sorprendentemente estables durante el periodo Clásico y durante mucho tiempo sus carismáticos soberanos definieron el núcleo duro de la organización política maya. La paradójica situación de reyes fuertes que ejercían gran poder dentro de estados poco formalizados se puede explicar mediante las propias características de la institución del reinado divino.
Los ajawo’ob fundamentaron su autoridad política superior a través de un estatus que les aseguraba una cercanía especial con los dioses. Los reyes se tornaban así en mediadores indispensables entre el mundo humano y el divino. Ya desde su origen, los reyes reclamaban un estatus especial dentro de la sociedad. El cargo de ajaw era transmitido normalmente por descendencia patrilinear. Los reyes divinos fueron propensos a enfatizar, o en ocasiones a imponer abiertamente, sus propias versiones sobre el origen de su linaje, sustentando las bases de su poder en narrativas mitológicas que ubicaban a los fundadores de sus dinastías entre los propios dioses. Así, los reyes de Tikal se refieren a un antepasado divino que debió haber vivido más de 5 000 años antes del origen de su dinastía, mientras que el linaje real de Naranjo evoca a un fundador divino que habría subido al trono, según ciertas fuentes, hace 22 000 años, y según otras, incluso hace 896 000 años. Otras dinastías reales proclamaron tener orígenes en lugares exóticos y distantes, desde los cuales sus antepasados habrían llegado a través de migraciones.
Grube, Nikolai, “La figura del gobernante entre los mayas”, Arqueología Mexicana núm. 110, pp. 24-29.
• Nikolai Grube. Director del Departamento de la Antropología de las Américas de la Universidad de Bonn, Alemania. Sus investigaciones recientes tratan sobre la historia dinástica de los reinos mayas y el desarrollo de la escritura en Mesoamérica. Desde 2009 dirige el proyecto arqueológico Uxul, Campeche. Sus libros recientes incluyen: Maya: Reyes divinos de la selva (2002) y Crónica de los reyes y reinas mayas (junto con Simon Martin, 2002).
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