Mario Humberto Ruz
De profunda raíz prehispánica, aun cuando entremezclada con signos y símbolos cristianos, el Ch’a Cháak, ceremonia de petición de lluvias que se realiza cada año en la península de Yucatán, tiene como objetivo asegurar la benevolencia de las deidades de la lluvia –encabezadas por Yuum Cháak– a fin de contar con el agua necesaria para la supervivencia humana y, con ella, del universo todo.
Bajo la inmensa laja de piedra que cubre la península corren silenciosas las aguas. Sobre ella, el fuego solar devora la tierra. Se acerca el 16 de julio, día del k’eexebchaak, fecha de “cambio” de los yumts’ilo’ob chaako’ob, guardianes de los vientos y las lluvias, y han brotado ya las flores del chakmolché que, como cualquiera sabe, abren sus corolas para urgir el rocío celestial. Es tiempo, pues, de plegaria. Tiempo de que el especialista ritual, el h-men, comience su invocación milenaria para que Yuum Cháak, señor de las benéficas humedades, se apiade del sediento Mayab y ordene a sus ayudantes celestiales derramar sobre él la Santísima Agua.
Recrear el universo, delimitar la comunidad
Bajo la guía del h-men, los hombres de Tixhualahtún, en el oriente yucateco, preparan el escenario: una mesa-altar que representa el espacio comunal (por eso se cubre de hojas de jabín, alegoría del monte) y cuyas patas se hunden en la tierra, comunicándola con el inframundo. Luego, partiendo de las esquinas, suspenden sobre ella los varejones de xi’imché, que evocan el firmamento comunitario. En torno a la mesa-altar, en los cuatro puntos cardinales –Lak’in, Chik’in, Xaman y Nohol– se alzan los arcos que representan las moradas de los chaako’ob, los señores de la lluvia; al centro de cada uno de estos arcos se yergue un palo-horcón rematado por una cruz donde irán las jícaras para las ofrendas. De cada arco se tiende un bejuco xtajkaane’ que los enlaza simbólicamente a la bóveda celeste extendida sobre la mesa. Busca dirigir con precisión los rumbos del rayo, no vaya a equivocarse y descargar sobre otros pueblos su húmedo homenaje (por algo a ese bejuco se le nombra beel-cháak, “el camino del Cháak”). La imago mundi maya, conteniendo el cielo y sus rumbos, la tierra y sus montes, el inframundo y sus accesos, ha sido concluida.
Los nombres de los chaako’ob principales pueden variar según la comunidad, pero cualquiera sabe que son cuatro, como cuatro son los rumbos del cielo desde donde se desplazan. Y no es inusual que algunos de ellos ostenten nombres cristianos; al fin y al cabo lo que importa es granjearse el favor de los más poderosos aliados. Como Yuum Miguel Arcángel, ese que la iconografía católica representa en ocasiones con una espada flamígera en la mano, que bien recuerda a los rayos. Deidades mayas, vírgenes, arcángeles y santos cristianos se prestan de buena manera a colaborar. Si no florece la Santa Gracia del maíz formador de los hombres, ¿cómo podrían éstos a su vez sustentarlos? El universo maya presupone un perpetuo y renovado engarzamiento de naturaleza, hombres y dioses.
Ruz, Mario Humberto, “Cha’a Cháak. Plegaria por la lluvia en el Mayab contemporáneo”, Arqueología Mexicana núm. 96, pp. 35-39.
• Mario Humberto Ruz. Doctor en etnología, adscrito al Centro de Estudios Mayas y comisionado al Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales (UNAM, Mérida). Es autor de diversos títulos sobre la historia colonial y la etnografía contemporánea de los pueblos mayas de México y Guatemala. Actualmente lleva a cabo investigaciones en Tabasco y Yucatán. Miembro del SNI (nivel III).
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