Las sociedades mesoamericanas basaban los arquetipos de sus roles de género en la observación de los procesos naturales y su interrelación dinámica. En muchas historias de la creación, las cuevas -enormes matrices terrenales-, o su contraparte c deste, la región de la Estrella Polar, fueron el lugar mítico donde se originaron los dioses y la vida humana.
Las aguas terrenas y sus mareas, regidas por la Luna, se equiparaban al líquido amniótico que rodea al feto en la matriz. La cuenta calendárica de 260 días era esencialmente una cuenta femenina de nueve ciclos lunares, que es lo que tarda en nacer un niño a partir de la suspensión de la menstruación. Estos vínculos indican que el concepto de lo femenino se relacionaba con categorías de humedad, frío, bajo, interior, receptividad y generación. La vegetación de la superficie terrestre fue considerada como la falda o el cabello la Tierra sagrada y femenina; en muchas sociedades se le representó como una falda tejida con cuentas de piedra verde; el primer ejemplo conocido de esto es la ofrenda de mosaicos de La Venta, Tabasco. Uno de los relatos mexicas sobre la creación cuenta que un rayo con forma de pedernal, técpatl, cayó desde la matriz de la diosa celestial Citlalinicue, falda de estrellas, gran madre de las estrellas. Penetró en la tierra en Chicomóztoc (Siete Cuevas), lugar mítico de origen, y así fueron generados los mil seiscientos dioses. Cuando éstos pidieron comida a Citlalinicue, ella les elijo que hicieran seres humanos preparándolos con su propia sangre sacrificial mezclada con los huesos de humanos anteriores. Estos seres se convirtieron en servidores y en comida de los dioses.
Esta metáfora de unión entre la energía celeste masculina y caliente con la matriz receptiva y fría fue la base estructural del pensamiento mesoamericano. La masculinidad estaba asociada con lo caliente, con las cosas duras originadas en lo alto para penetrar y fertilizar la Tierra, la cual era baja y más fría. Prototípicos de la masculinidad fueron el rayo, el calor del Sol y la lluvia al precipitarse. Además de ser alto y caliente, el Sol desaparece la mitad del tiempo, para librar su lucha diaria por el renacimiento. Esta observación llevó a la concepción de los roles masculinos que incluyen guerra, viajes largos, dominio político, rituales para el fuego y el calendario de 365 días. Sin embargo, las mudanzas de la tierra y el cielo, de las interacciones sociales y de las fuerzas vitales muestran siempre una lucha constante por lograr un equilibrio - usualmente asimétrico- entre estos polos opuestos.
Dualidad genérica como estado ideal
Una de las metáforas primordiales de la identidad humana fue que el “cuerpo humano es comida”. Entre los mayas, la identificación principal se dio entre los humanos y el maíz. En el Popol Vuh se cuenta cómo Xmucane (componente femenino de la pareja creadora) hizo a los hombres actuales de maíz, agua y grasa de sus manos. Los gemelos varones (quienes finalmente vencen a las fuerzas negativas del inframundo - femenino- y logran que el mundo sea propicio para la vida humana bajo la luz del Sol) mostraron a su abuela plantas de maíz como testimonio de su existencia, mientras viajaban por el inframundo.
Cuando los pueblos del México antiguo supieron que las plantas de maíz se polinizan a sí mismas -probablemente en el periodo Preclásico Medio-, y que poseen partes femeninas y masculinas, consideraron al maíz florido como una entidad con ambos géneros. Los caracteres sexuales del maíz cambian conforme la planta se desarrolla; de la misma manera, la sexualidad humana florea, madura y se marchita a lo largo de la vida. En la festividad del mes mexica de atlcahualo, que incluía el sacrificio de niños, se usaban mazorcas de maíz en los tocados. Los niñitos representaban a la planta de maíz antes de dar fruto. Conforme los individuos crecían y tenían niños, el estatus de género se desdibujaba. Entre los mayas, mientras mejor funcionaba una cosa, manifestaba más las cualidades de ambos géneros. En el Clásico los gobernantes varones usaron a veces, durante los rituales de renovación, renacimiento o creación, un traje hecho con cuentas tejidas que representaba la vegetación de la superficie terrestre, que era femenina. Muchos investigadores suponen que los hombres sangraban sus penes para imitar las ofrendas femeninas de sangre menstrual. Los más dorados contadores de días del Momostenango actual, en Guatemala, son ancianos a quienes se llama “padres-madre”, a los que se elige para encabezar un linaje y hacer rituales a nombre de dicho linaje y de la comunidad.
Carolyn E. Tate, “Cuerpo, cosmos y género”, Arqueología Mexicana, núm. pp. 36-41.
Carolyn E. Tate. Profesora de historia de arte prehispánico en la Texas Tech. Especialista en arte y cultura maya y olmeca, y en temas de género.
Texto completo en la edición impresa. Si desea adquirir un ejemplar:
http://raices.com.mx/tienda/revistas-ser-humano-en-el-mexico-antiguo-AM065