La geología del jade mesoamericano

Ricardo Sánchez Hernández

Los yacimientos de jade son escasos en el mundo, y en Mesoamérica se dieron las condiciones geológicas necesarias para su formación. Esos yacimientos constituyeron la fuente del material que se aprovechó para las obras lapidarias durante cerca de 3 000 años, desde el Preclásico hasta la conquista española.

 

En la antigüedad, como en el presente, las rocas y minerales considerados como piedras preciosas y semipreciosas han desempeñado un papel muy importante en la elaboración de objetos con fines ornamentales y rituales, los cuales han servido como indicadores de estatus social o se les han conferido atributos mágicos o curativos. Los objetos lapidarios encontrados en sitios arqueológicos como La Venta, El Opeño, Tlatilco, Zacatenco, Ticoman y El Arbolillo, muestran que en Mesoamérica desde el Preclásico hubo preferencia por las piedras de color verde, y aunque la variedad de rocas y minerales aprovechados fue amplia, sin duda la más valorada fue el jade, un material que geológicamente es escaso y del cual una de las contadas zonas de yacimientos que existen a nivel mundial se encuentra en Guatemala.

 

Nomenclatura

La palabra “jade” surge como resultado de la modificación que a lo largo del tiempo experimentó el término “piedra de yjada”, mencionado originalmente en el siglo XVI por el médico sevillano Nicolás Monardes para referirse al jade proveniente de Nueva España, al que describió como “una piedra que la muy fina dellas parece plasma de esmeraldas, que tira a verde con un color lácteo, la más verde es la mejor”. Usado como amuleto en el costado del cuerpo, tenía grandes virtudes para evitar el dolor y ayudaba a expeler las arenas y piedras, de lo que evidentemente eran biomineralizaciones patológicas como son los cálculos biliares y renales. También en el siglo XVI, Francisco Hernández, médico, botánico y científico comisionado por Felipe II para hacer un registro de los recursos naturales del Nuevo Mundo, en su Historia de los minerales se refiere al jade como “piedra nefrítica” (itlilayo teoquetzaliztli), menciona que los naturales la usaban para los mismos fines medicinales que dice Monardes, y agrega que “se prefiere la más verde, más brillante y sembrada de puntos de color lechoso”. En el siglo XIX, el mineralogista francés Agustín-Alexis Damour realizó análisis químicos de piezas de jade provenientes del Oriente, y determinó que los minerales que las componían eran esencialmente dos: uno perteneciente al grupo mineralógico de los piroxenos, al que denominó jadeíta, y el otro un mineral que correspondía al grupo de los anfíboles y es el que se conoce como nefrita.

 

Mineralogía

En la actualidad el término jade se usa para referirse a dos rocas metamórficas caracterizadas por la presencia predominante de jadeíta o nefrita, que dan origen a dos variedades o tipos de jade: el jadeítico y el nefrítico. Aunque ambos minerales son silicatos, se distinguen porque su composición elemental y el grupo mineral al que pertenecen son diferentes.

La nefrita es un silicato de calcio y magnesio, un mineral del grupo del anfíbol perteneciente a la serie de la tremolita-actinolita, que se caracteriza por ser compacto, de grano fino y presentarse como intercrecimientos de cristales fibrosos, con coloraciones verde esmeralda, verde grisáceo y negro verdoso, con una dureza de 5 a 6 en la escala de Mohs, y densidad de 3.0 a 3.35. Es considerado el material natural más tenaz que existe (tenacidad: la resistencia que opone un material a romperse o deformarse). El jade nefrítico, también llamado simplemente nefrita, es una roca metamórfica que no ha sido encontrada en Mesoamérica.

Por su parte, la jadeíta es un silicato de sodio y aluminio,  un mineral perteneciente al grupo de los piroxenos, cuyo color puede ser blanco, verde, verde azulado, verde grisáceo claro, verde esmeralda y verde muy oscuro; la coloración verde se debe a la presencia de hierro o cromo; su lustre es subvítreo, es de translúcido a opaco, normalmente es masivo, fibroso o granular, su dureza va de 6 a 7 en la escala de Mohs, su densidad es de 3.3 a 3.5 y su textura varía de macro a microcristalina.

En Mesoamérica el tipo de jade existente es el jadeítico, también llamado jadeitita, la cual es una roca metamórfica que está compuesta principalmente por el mineral jadeíta, además de otros como: albita, onfacita, micas blancas (paragonita o muscovita fengítica) y titanita. La jadeitita es un poco más dura que la nefrita y casi tan tenaz como ella.

En la época prehispánica, como en la actualidad, el tipo de jade más preciado era el de color verde esmeralda, hoy en día llamado comercialmente “jade imperial”, que debe su color a la presencia del elemento cromo, que reemplaza al aluminio de la jadeíta y puede dar lugar a la formación de jadeíta cromífera y también del mineral denominado cosmoclor, un silicato de sodio y cromo que no es muy abundante. Un buen ejemplo de la utilización de este tipo de materiales en piezas prehispánicas son los objetos que conforman el ajuar funerario de Pakal, décimo primer gobernante de Palenque, en especial la máscara funeraria de mosaico cuyas teselas presentan una coloración más o menos homogénea en un tono verde esmeralda; para lograr esta homogeneidad, los lapidarios mayas en algunos casos debieron reutilizar piezas. Por medio de la técnica de difracción de rayos X aplicada al estudio de muestras de teselas de la máscara, se determinó que están compuestas principalmente por los minerales cosmoclor, jadeíta y albita.

 

Ricardo Sánchez Hernández. Ingeniero geólogo por el Instituto Politécnico Nacional. Investigador de la Subdirección de Laboratorios y Apoyo Académico del INAH, especializado en el estudio petrográfico y mineralógico de la lítica arqueológica mesoamericana.

 

Sánchez Hernández, Ricardo, “La geología del jade mesoamericano”, Arqueología Mexicana núm. 133, pp. 37-41.