David Charles Wright Carr
El papel de los otomíes en la prehistoria y la historia antigua de México fue mayor de lo que generalmente se cree. Una mirada atenta al pasado de este grupo nos obliga a revalorar su contribución al desarrollo de la cultura plurilingüística de los antiguos habitantes del Altiplano Central.
Quienes buscan entender el papel de los hablantes de otomí en los procesos culturales e históricos del Centro de México encuentran un cúmulo de juicios negativos, desde
las obras clásicas de los cronistas novohispanos hasta los estudios recientes que exageran las contribuciones de los nahuas a expensas de los demás grupos lingüísticos. Según esta visión, los otomíes fueron los eternos marginados, que vivían a la sombra de los grandes centros de poder sin participar plenamente en la civilización centromexicana. Una mirada atenta revela una realidad más compleja. Los hablantes de otomí tienen raíces profundas en esta región y desempeñaron un papel fundamental en el florecimiento de las culturas mesoamericanas, desde el surgimiento de las primeras aldeas hasta nuestros días.
Las variables
Estamos acostumbrados a concebir a los grupos lingüísticos como unidades culturales, con identidades étnicas claramente definidas, sin tomar en cuenta que lengua, cultura y etnicidad, si bien se interrelacionan, son variables independientes. Si nos detenemos y reflexionamos, vemos que la lengua es sólo un aspecto de un mosaico cultural más complejo y variado.
Una lengua (o idioma) es una variedad del habla con una alta inteligibilidad interna y una baja inteligibilidad con otras variedades. Las lenguas se dividen en dialectos que son mutuamente inteligibles, pero con rasgos distintivos en la pronunciación, el vocabulario y la gramática. Las lenguas son aspectos muy importantes de las culturas, pero no son suficientes en sí para definirlas. Puede haber otros rasgos culturales con mayor peso.
La cultura puede definirse como las ideas, los valores y los patrones de comportamiento de un grupo humano. Está formada por varios subsistemas interrelacionados cuyas fronteras, que generalmente son borrosas, no necesariamente coinciden. La cultura se adapta continuamente a los cambios geográficos, políticos y sociales. La definición de una cultura depende de cuáles aspectos se toman en consideración y del peso relativo que se les asigna a cada uno.
El concepto de etnia expresa la idea de una comunidad humana con afinidades biológicas, lingüísticas. sociales, económicas, ideológicas o cualquier combinación de éstas. Para definir un grupo étnico hay que señalar un conjunto de rasgos que distinguen al grupo de otras comunidades. Una etnia puede ser definida por el grupo mismo, por sus vecinos o por personas ajenas, como los gobernantes o los académicos. La definición de la etnicidad por el grupo es una estrategia para enfrentar un contexto histórico específico. Los individuos que se identifican con una etnia participan en un sentimiento colectivo de identidad.
En cualquier momento las variaciones lingüísticas, culturales y étnicas se distribuyen en el espacio en redes de cadenas; dicho de otra manera, es usual que las diferencias se den de manera gradual a través del espacio. En ocasiones se pueden observar discontinuidades en estas redes, debidas a migraciones, fisuras sociales u otros factores.
Conviene preguntarnos si los otomíes han sido, en diferentes momentos de su historia, un grupo lingüístico, una cultura o una etnia, o bien una combinación de estas variables. Su identidad lingüística es evidente: los otomíes son los hablantes de un conjunto de lenguas, emparentadas, que descienden de un idioma proto-otomí, hablado hace varios siglos en el Centro de México. La existencia de una cultura otomí es menos evidente, ya que desde tiempos remotos los hablantes de otomí han habitado entornos geográficos diversos, entremezclados con otras comunidades lingüísticas. En tiempos recientes se ha tratado de fomentar, con base en la semejanza de sus hablas, la integración étnica de los otomíes.
La prehistoria otomí
Si nos atenemos al criterio de la inteligibilidad, no hay un solo idioma otomí, sino cuatro: 1) el otomí occidental, hablado desde el valle de Toluca hasta la Sierra Gorda, pasando por el Valle del Mezquital; 2) el otomí oriental, hablado en la Sierra Madre; 3) el otomí de Tilapa, hablado en un pueblo del sureste del Valle de Toluca; 4) el otomí de Ixtenco, hablado en la falda oriental del volcán La Malinche. Esta distribución refleja dos procesos: por un lado, la pérdida del otomí en algunas regiones, debido al desplazamiento de sus hablantes o su asimilación lingüística; por el otro, las migraciones otomíes hacia el oriente (Tlaxcala y Puebla) y el poniente (Michoacán), en tiempos precortesianos, y hacia el norte (Guanajuato y Querétaro), después de la Conquista.
Algunos lingüistas usan el método estadístico de la glotocronología para calcular cuánto tiempo ha transcurrido desde la separación de las lenguas emparentadas. Los resultados son poco precisos, pero nos permiten correlacionar, de manera aproximada, los datos lingüísticos con la información arqueológica e histórica.
Las variantes del otomí presentan similitudes con otros idiomas de Mesoamérica y el Norte de México. Esto demuestra que las lenguas emparentadas eran una sola. Los idiomas más cercanos al otomí son, en primer lugar, el mazahua; después el matlatzinca y el ocuilteco, estrechamente emparentados entre sí. También se relacionaron con el otomí, aunque mas remotamente, el pame del sur, el pame del norte y el chichimeco jonaz. Todas estas hablas integran la familia lingüística otopame. Descienden de un idioma ancestral que podemos llamar proto-otopame, cuyo proceso de diversificación interna comenzó durante el periodo Protoneolítico (hacia 5000-2500 a.C.), cuando el idioma proto-pame-jonaz se separó del proto-otomí-mazahua-matlat-zinca-ocuilteco. Hacia finales del mismo periodo, o durante el Preclásico Inferior (2'500-1200 a.C.), el proto-otomí mazahua se separó del proto-matlarzinca-ocuilteco.
Hay una estrecha correspondencia entre las distancias lingüísticas de las lengua., otopames y su distribución geográfica: las que son más semejantes están cercanas en el espacio. Los pames y los jonaces se encuentran en los estados de San Luis Potosí, Guanajuato, Querétaro y el norte de Hidalgo. El otomí y el mazahua se encuentran en el norte del estado de aunque el otomí tuvo una distribución más amplia, por migraciones expansivas. El matlatzinca y el ocuilteco se encuentran en el suroeste del estado de México. Las redes de cadenas lingüísticas están esencialmente intactas. Esto indica que los grupos mencionados han estado cerca de sus ubicaciones modernas durante el proceso de ramificación de las lenguas, porque las cadenas lingüísticas difícilmente se transportan intactas de una región a otra. Podemos concluir que los antepasados de los otopames han estado en el Centro de México desde antes del Preclásico Medio (1200-600 a.C.), cuando se consolidaron las primeras sociedades complejas. Ante la ausencia de otras cadenas lingüísticas en la región, es razonable suponer que los otopames formaban la base demográfica, durante el Preclásico, en los valles de México, Toluca, el Mezquital y quizá partes de Morelos, Puebla y Tlaxcala.
Los periodos Protoclásico y Clásico (150 a.C. - 600 d.C.) vieron el surgimiento y florecimiento de Teotihucan. Los otopames probablemente tuvieron un papel central en estos desarrollos; el registro arqueológico muestra un descenso demográfico en los valles centrales que corresponde al crecimiento de Teotihuacan. También llegaron inmigrantes de otras regiones para formar enclaves étnicos: la evidencia arqueológica sugiere la presencia de grupos de Oaxaca. la Costa del Golfo, Occidente y el área maya. En el Epiclásico (600-900), con el colapso del Teotihuacano, la población de los Valles Centrales se reacomodaron y se formaron varios estados rivales. En el Posclásico Temprano (900-1200) Tula absorbió buena parte de la población del Mezquital y la Cuenca de México, a la vez que llegaron inmigrantes desde el noroeste. Después del colapso de Tula surgió un espeso mosaico de asentamientos en el Centro de México, con múltiples señoríos que rivalizaban por el control del tributo y el comercio.
Cuando llegaron al Centro de México, los españoles encontraron a numerosos hablantes de náhuatl, los cuales eran mayoría en varios de los señoríos más poderosos. Asimismo, había nahuas desde Jalisco hasta Centroamérica. Semejante distribución geográfica, aunada a cierta homogeneidad lingüística, indica que los nahuas eran inmigrantes recientes. Los académicos siguen discutiendo la cronología de las migraciones nahuas. Queda claro que el lugar de origen de los nahuas es el Occidente de México, porque ahí están las redes de cadenas lingüísticas de la subfamilia yutonahua meridional, del cual el náhuatl forma parte, junto con el cora, el huichol y otras lenguas. El idioma ancestral proto-yuro-nahua meridional empezó su proceso de ramificación interna durante el Protoneolítico o el Preclásico Temprano. En algún momento del Preclásico (o a más tardar en el Protoclásico) surgió el idioma proto-nahua-pochuteco, el cual se dividió durante el Clásico o Epiclásico con la separación del pochuteco, cuyos hablantes se establecieron en la costa de Oaxaca. El proto nahua se dividió en las variantes oriental y occidental durante la última parte del Clásico, el Epiclásico o principios del Posclásico Temprano.
El nahua oriental se habla en la Sierra Madre Oriental, el sureste de Veracruz y Centroamérica. El nahua central (náhuatl) es una ramificación tardía del nahua occidental: sus hablantes se encuentran en el centro de México, al lado de los otopames y otros grupos.
Tomando en cuenta lo anterior, si hubo una presencia nahua en Tetihuacan habría sido como enclave étnico vinculado con Occidente. Es probable que las migraciones nahuas hacia el Centro de México empezaran en el Epiclásico, después del colapso de Teotihuacan, o en el Posclásico Temprano, cuando surgió Tula. En el primer caso su presencia podría asociarse con la cerámica del Epiclásico llamada Coyotlatelco. Hay quienes relacionan este estilo con los de la periferia septentrional de Mesoamérica: otros la ven como un desarrollo regional o bien como la fusión de tradiciones locales y norteñas. Son más claras huellas arqueológicas de la llegada de inmigrantes del noroeste durante el Posclásico Temprano, particularmente en Tula, donde los estilos foráneos se mezclan con otros de la tradición centromexicana. En cualquier caso, esta primera ola migratoria puede asociarse con el nahua oriental. La segunda ola, la del náhuatl occidental, se vincula con la historia de los y puede fecharse hacia el siglo XIII.
Si buscamos la huella material de los otomíes en el registro arqueológico, pronto nos damos cuenta de la relativa homogeneidad de la cultura material de los antiguos habitantes del Centro de México. Había, en el Posclásico, una cultura centromexicana plurilingüística. Si bien se ha sugerido que algún elemento cultural pudiera ser un “marcador étnico” de los otomíes (por ejemplo los bezotes de obsidiana en Xaltocan o los rituales en Chapantongo), sigue siendo muy difícil distinguir sus materiales de los de sus vecinos.
David Charles Wright Car. Maestro en bellas artes por el Instituto Allende, miembro corresponsal de la Academia Mexicana de la Historia, candidato al doctorado en ciencias sociales del Colegio de Michoacán y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guanajuato. Estudia manuscritos otomíes novohispanos.
Wright Car, David Charles, “Lengua, cultura e historia de los otomíes ”, Arqueología Mexicana núm. 73, pp. 26-29.
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