Ann Cyphers
Las viviendas arqueológicas son indicadores relevantes de las dinámicas diacrónicas dentro y entre los grupos domésticos prehispánicos. Se distinguen de los edificios públicos porque cuentan con vestigios materiales de actividades domésticas, que incluyen fogones, enseres para la preparación de alimentos y utensilios para la elaboración de productos caseros, así como desechos. También pueden albergar entierros de los familiares. La búsqueda de unidades domésticas de los olmecas tiene una larga historia que ha originado conocimientos importantes sobre esa sociedad. Se presenta aquí información sobre las viviendas en las capitales olmecas de San Lorenzo y La Venta, en las áreas rurales, así como comparaciones con sitios vecinos.
Tendencias constructivas tempranas en San Lorenzo
El primer intento por identificar las viviendas olmecas tuvo lugar en San Lorenzo, Veracruz, y fue realizado en la década de los sesenta del siglo pasado por Michael Coe y Richard Diehl, quienes observaron en la superficie del sitio 200 pequeñas elevaciones con menos de un metro de altura. Designados como “montículos bajos”, los interpretaron como las plataformas de las casas olmecas y los utilizaron para calcular la población del sitio. Supusieron que cada vivienda tuvo cinco habitantes, por lo que la población del sitio debió alcanzar 1 000 habitantes.
Excavaciones posteriores, a mi cargo, revelaron que los llamados “montículos bajos” no contienen vestigios de viviendas y que dichas elevaciones se encuentran estratigráficamente arriba de las viviendas olmecas, en lugar de sostenerlas. Por lo tanto, no son plataformas de viviendas y tampoco son indicadores adecuados del tamaño de la población olmeca. A partir de esa revelación, la investigación de las casas de San Lorenzo, Veracruz, empezó a arrojar datos que muestran una variedad de tamaños, diseños y técnicas constructivas a lo largo de su ocupación más temprana, entre 1800 y 1000 a.C.
Las viviendas antiguas del trópico húmedo sufrieron periódicamente serios deterioros por efecto de la lluvia, el viento y los insectos, lo cual incluía la descomposición de soportes de madera y techos de palma y desprendimientos de las paredes de lodo. Por ello se hacían remodelaciones frecuentes, al igual que hoy en día. La remodelación habitual de las estructuras domésticas olmecas implicaba cambios en su diseño y tamaño para ajustarse a las mayores o menores necesidades de sus habitantes, de acuerdo con el ciclo demográfico familiar. En las llanuras de la costa sur del Golfo de México predominan los depósitos aluviales, por lo que los materiales localmente accesibles para la construcción de las viviendas prehispánicas consistían en rocas sedimentarias, arcillas, arenas, grava, maderas y otros productos vegetales de la selva tropical.
Entre 1800 y 1600 a.C. San Lorenzo era una aldea en la que las viviendas típicas contaban con apisonados, paredes de tierra y techos de palma. A partir de 1600 a.C., cuando el sitio creció en tamaño y complejidad, las viviendas de la elite se distinguían por tener pisos rojos, hechos con pigmentos importados que se extrajeron de minas profundas ubicadas a 15 km de distancia. Además de los tradicionales apisonados, las superficies preparadas con grava y arena y los muros de tierra compactada, surgieron estilos novedosos de construcción que incluyeron el uso de rocas de origen local y otras importadas.
La bentonita, una roca sedimentaria que aflora en las colinas de las llanuras costeras, se utilizó para los pisos de las viviendas debido a su cualidad impermeable, que ayudaba a mantener las estructuras libres de humedad. Los olmecas reconocieron el potencial y las limitaciones de este material y sólo lo utilizaron en pisos, muros de mampostería de baja altura, plataformas pequeñas y fachadas de templos.
Después de 1200 a.C. destaca el uso de rocas basálticas, lajas de calizas y arcosas, de origen costero, para crear elementos arquitectónicos distintivos en viviendas de lujo. Estos elementos, a veces de tamaño monumental, son indicio de la necesidad de una mano de obra extra familiar para poder trasladarlos al sitio y colocarlos en las viviendas.
Distribución de las viviendas tempranas
Durante el periodo de mayor esplendor de San Lorenzo (1400-1000 a.C.) la capital se extendió sobre un área mayor a las 700 ha, con una población de aproximadamente 10 000 habitantes. Se terminó la construcción de la meseta, una obra en la que se aplicaron 7 millones de m3 de relleno para acrecentarla y formar múltiples niveles de terrazas en donde se levantaron edificios domésticos, productivos, ceremoniales y administrativos. La creación de esta réplica de la montaña sagrada, un concepto clave en la cosmovisión olmeca, también tuvo la finalidad de establecer reglas o principios para la distribución interna de la población de acuerdo con su posición social. Por ello, se han observado diferencias notables en el tamaño, función, diferenciación interna y técnicas constructivas de las estructuras domésticas ubicadas en la cima de la meseta, las terrazas y la periferia.
Por lo general, las unidades domésticas de mayor prestigio se encuentran en la cima de la meseta, de tal manera que el tamaño, la forma y la organización espacial de las estructuras de la elite tenían una correlación directa con este sector central y más alto del sitio. Durante el apogeo de la capital, esas estructuras tienden a ser grandes con varios cuartos delimitados por muros de tierra apisonada. Los espacios internos y externos muestran evidencias materiales de diversas actividades familiares y productivas, así como de la posición social de sus habitantes. Según un estudio de Virginia Arieta, que se basa en numerosas pruebas estratigráficas con barreno, el conjunto doméstico promedio abarcaba 2 725 m2 y tenía entre 41 a 68 habitantes.
Por otro lado, en el sector de terrazas las viviendas muestran elementos de mayor lujo, como pisos y paredes de color rojo y pisos de bentonita de buena hechura. Se han excavado varias estructuras pero no se pudieron obtener las plantas completas debido a su tamaño y profundidad bajo superficie; sus dimensiones parciales son: 7.5 por 11.6 m, 10 por 6 m y 16 por 20 m; incluyen varios cuartos delimitados por muros de tierra. Según el análisis de las pruebas, los conjuntos domésticos tenían un tamaño promedio de 1 575 m2 y albergaron de 24 a 39 habitantes. En contraste, los conjuntos de casas más humildes, con pisos de tierra compactada, se encuentran en el sector más alejado del centro del sitio, la periferia, y tenían un tamaño de 1 042 m2 , con capacidad para 16 a 26 habitantes.
La presencia de conjuntos domésticos con edificios grandes que muestran una división interna del espacio coincide con el incremento de la densidad demográfica en la capital. Su diferenciación interna refleja diferencias funcionales y posiblemente estatus de los ocupantes. Son indicadores de grupos domésticos muy grandes, probablemente familias extensas o multifamiliares, que habitaron las terrazas y la cima de la meseta y contaron con una mayor mano de obra que las familias nucleares. Esta mano de obra facilitó una mayor diversificación de las actividades del grupo, las cuales incluyeron la producción de bienes artesanales y alimentos.
Ann Cyphers. Doctora en historia por la UNAM. Especialista en el periodo Preclásico (Formativo) y, en particular, en la civilización olmeca. Investigadora en el Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM.
Cyphers, Ann, “Las unidades domésticas olmecas”, Arqueología Mexicana núm. 140, pp. 36-40.
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