Teresa Rojas Rabieta
La abundancia de recursos naturales de la Cuenca de México, la más extensa entre otras regiones lacustres, propició el desarrollo de poblaciones que se convirtieron en grandes ciudades. Partes de los lagos fueron transformadas mediante obras hidráulicas y suelos artificiales para transporte y uso habitacional o agrícola.
La sola evocación de los lagos de la Cuenca de México y las múltiples y variadas representaciones de ellos, realizadas por arriscas del pincel o de la cámara fotográfica, nos trasladan a un paisaje de espejos de agua y de volcanes, luminoso, de intensa hermosura y que materialmente hierve de vida silvestre, de aves y tules, de algas, peces y ajolotes. Los poblados y ciudades se dibujan apenas en el horizonte acuático y los seres humanos parecen meros incidentes en la inmensidad lacustre. Chinampas, canales, árboles, acueductos, embarcaderos, puentes, calzadas y albarradas se entretejen con las aldeas, villas y ciudades de las riberas o el interior de los lagos y pantanos. Todo luce en armonía ...
Esta cuenca admirable, que ya sólo existe en la memoria y en sus deteriorados restos en algunos rincones del sur, era la más extensa de entre varias regiones lacustres de origen volcánico que existieron en el México central, producto de la intensa actividad tectónica del Terciario y del Pleistoceno. En la cadena de grandes volcanes conocida como Eje Neovolcánico destacan el Popocatépetl y el Iztaccíhuall, el Citlaltépetl y el Xinantécatl, los cuales se entremezclan con pequeños conos cineríticos (chimeneas de antiguos volcanes en forma de cono), afloraciones de escoria (la va porosa), xalapazcos y axalapazcos, fumarolas y mananriales sulfurosos de agua caliente, y conforman los complejos paisajes de cuencas endorreicas (sin salida al mar) de la Mesa Central de México. Durante su extensión máxima (en el Pleistoceno), un enorme lago cubrió la Cuenca de México y, al occidente, otro vaso de grandes dimensiones se extendió por las depresiones de Chapala, Magdalena y Zacoalco-Sayula, Zirahuén y Cuitzeo. Más tarde, los espejos de agua se separaron y se formaron las cuencas endorreicas de Zacoalco-Jalisco, Pátzcuaro, Magdalena, Zacapu, Zirahuén y Cuitzeo (Tamayo y West, 1964).
La abundancia de vida silvestre, la fertilidad de los suelos y la facilidad de trabajar las laderas montañosas de las cuencas lacustres actuaron como poderosos imanes que atrajeron a poblaciones humanas desde los orígenes mismos de la ocupación del continente. Fue precisamente en ese tipo de ambientes donde n1vo lugar un hecho extraordinario: la aparición de un modo de vida sedentario previo a la práctica de la agricultura, fenómeno generalmente asociado con la vida sedentaria (la llamada por V.G. Childe, la ''revolución neolítica"). Esta historia fue muy bien documentada por las investigaciones de Christine Niederberger en Zohapilco (1976), sitio ubicado en la base del cono de Tlapacoyan, entonces una isla en el vaso de Chalco. Gracias a la abundancia de recursos biológicos de los lagos y montañas inmediatos, el sitio estuvo poblado desde 6000 hasta 750 a.C., aproximadamente.
La Cuenca de México en el Posclásico
Mucho más tarde, en el periodo previo a la invasión española, las cuencas lacustres de origen volcánico albergaron a dos de las grandes civilizaciones del Posclásico mesoamericano: la mexica y la purépecha. Fue precisamente en el curso de ese periodo cuando la Cuenca de México tendría el aspecto que guarda la memoria, según la cual los tenochcas fundaron Tenochtitlan en medio de llago... Pero, como mucho se ha reiterado, la Cuenca de México no era un valle ni el lago era un solo lago. Se trataba más bien de un sistema compuesto por cinco subcuencas con espejos de agua someros y fondos relativamente planos, con secciones pantanosas y con laguneras, que ocupaba entre 800 y 1 000 km2 de superficie. Esos cinco lagos adquirieron los nombres de las poblaciones vecinas más importantes, cuya orilla se encontraba a una altura promedio de 2 240 msnm. El conjunto, de alturas ligeramente diferentes, funcionaba como un sistema de vasos comunicantes que confluía en el de Texcoco, el central y más bajo de todos. Se encontraba artificialmente subdividido en dos por medio de un albarradón (dique) que fue construido bajo la dirección del gran tlatoani acolhua Nezahualcóyotl. El vaso del oriente, que se conoció como de Texcoco, tenía sus aguas despejadas, era salobre y sus bordes presentaban fuertes variaciones estacionales. El lago de México ocupaba la parte occidental y era menos salino porque fue aislado con la edificación del dique antes mencionado y de otros más pequeños a su alrededor, así como porque recibía agua dulce de los manantiales del sur y de los ríos del poniente. Lo anterior hizo posible que sus pobladores construyeran chinampas agrícolas ramo en la propia ciudad de Tenochtitlan como en sus inmediaciones. En el sur se encontraban los dos lagos de agua dulce más importantes (Chalco al oriente y Xochimilco al occidente), subdivididos también mediante la calzada-dique de Cuitláhuac; se encontraban hasta tres metros más arriba que el de Texcoco. Las aguas de estos lagos eran especialmente ricas en vida silvestre debido a que se alimentaban de muchos y caudalosos manantiales y de ríos originados en los glaciares de la Sierra Nevada. Una capa de vegetación flotante, siempre verde, que cubría la superficie de los lagos, disminuía los efectos de la insolación y brindaba el material necesario, junto con otras especies acuáticas del fondo, para construir y manejar las chinampas, las célebres parcelas o "jardines en los pantanos" (que, por cierto, no flotaban). Al norte de la Cuenca de México estaban los lagos de Xaltocan y Zumpango; situados un poco más arriba que el de Texcoco, se nutrían con agua de varios ríos perennes -como el Cuautitlan, canalizado artificialmente hacia 1435-, de ríos temporales r de algunos manantiales, como el de Ozumbilla, en Xaltocan. Este último formaba una ciénega donde sus habitantes también construyeron chinampas.
Teresa Rojas Rabiela. Etnóloga con especialidad en etnohistoria, Doctora en ciencias sociales; investigadora del CIESAS y miembro del SNI. Especialista en el estudio de la agricultura, la organización del trabajo y la tecnología mesoamericanas del siglo XVI, así como en las chinampas y los sistemas hidráulicos de la Cuenca de México.
Rojas Rabiela, Teresa, “Las cuencas lacustres del Altiplano Central”, Arqueología Mexicana núm. 68, pp. 20-27.
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