Con una mortalidad infantil cercana también al 30 por ciento antes de llegar a los cuatro años, no cabe duda que debemos considerar a las enfermedades de estas criaturas no sólo como graves sino también como muy frecuentes. Las diarreas eran cuestión de todos los días y se acentuaban al acercarse los niños a los cuatro años, edad en la que se completaba el destete. El problema era bien reconocido en su magnitud y seriedad, al grado que era costumbre tener en las casas tinajas especiales para el agua que se bebía y que, cuando el sacerdote del dios Ixtlilton, que debía ser llamado cuando los niños enfermaban, veía que la superficie de esa agua no reflejaba como espejo, es decir, que estaba sucia, acusaba a los padres de gran descuido y hasta los hacía sospechosos de adulterio. Las enfermedades broncopulmonares les siguen en frecuencia, y cabe recordar que en el Códice de la Cruz Badiano se mencionan sólo dos enfermedades infantiles, las quemaduras, e n particular la siriasis, que es como se denomina a la minsolación con fiebre, y la dificultad para mamar debida a común. En cambio no podemos decir nada acerca de las mal llamadas "enfermedades propias de la infancia", como la viruela y el sarampión, ya que no existían en América antes de la llegada de los europeos.
Heridas, fracturas y traumatismos
En culturas orientadas a la exaltación de las virtudes militares y acostumbradas a la guerra, como eran la inmensa mayoría de las que había en Mesoamérica, esta patología era la más común en los varones jóvenes. Abundan las descripciones y los tratamientos de todo tipo de fracturas y los huesos que se han exhumado en diferentes sitios son testimonio de ello. Muchas de las identificadas en cráneos, brazos, piernas y costillas sanaron. Otras dejaron secuelas o tuvieron complicaciones: la osteomielitis, la infección de la médula ósea, fue muy frecuente y producía que se separaran fragmentos de hueso y fueran arrojados al exterior en medio de terribles supuraciones.
Sin embargo, los textos médicos prehispánicos describen tratamientos útiles para todo tipo de heridas, infectadas o no. Llaman la atención los cercenamientos de la nariz, debido a que ésta era la única parte expuesta a los filos de las macanas, o de las orejas, cortadas a los prisioneros de guerra, lo cual, por supuesto, ocurría con frecuencia, aunque se habían diseñado procedimientos quirúrgicos para reimplantarlas.
Tomado de Carlos Viesca T., “Las enfermedades en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 74, pp. 38-41.
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