Una de las razones por las que Chichén Itzá se cuenta entre los sitios arqueológicos más visitados de México es, sin duda, el fenómeno conocido como la bajada del dios Kukulcán. Año tras año, miles de visitantes se reúnen en los equinoccios, sobre todo en el de primavera, para observar el efecto de luz y sombra que se produce antes de la puesta del Sol sobre la balaustrada norte de la llamada Pirámide de Kukulcán, conocida también como el Castillo, dando la impresión del descenso de una serpiente de cascabel con triángulos dorsales iluminados. Las cabezas de los ofidios que adornan las bases de la escalinata norte hacen este efecto aún más persuasivo.
Desde que en los años sesenta y setenta del siglo pasado Jean-Jacques Rivard y Luis Arochi publicaran sus primeras descripciones del juego de luz y sombra, afirmando que ocurre en los equinoccios, la popularidad del fenómeno ha aumentado enormemente, lo que se manifiesta en la creciente afluencia equinoccial a Chichén Itzá de turistas nacionales y extranjeros, así como en numerosas publicaciones que interpretan el fenómeno como resultado de un diseño arquitectónico cuidadosamente planeado, cuyo objetivo fue registrar los equinoccios. Sin embargo, algunos investigadores advirtieron que, en realidad, el efecto también puede observarse unos días antes y después del equinoccio. Si es así, ¿podemos afirmar rotundamente que los constructores quisieron conmemorar precisamente los equinoccios? ¿Qué es lo que sucede en los días previos y posteriores a esas fechas?
Las fotos que amablemente tomó nuestro colega Miguel Ángel Cab Uicab del 15 al 29 de marzo de 2017 arrojan luz sobre estas preguntas. Las fotos fueron tomadas cada día desde las tres de la tarde hasta la puesta del Sol en intervalos de cinco minutos. En todos esos días la sombra ondulada de los cuerpos de la pirámide empieza a proyectarse en la cara poniente de la escalinata norte unas dos horas y media antes de la puesta del Sol. Conforme baja el astro, la sombra va subiendo y sus picos empiezan a tocar la arista de la alfarda, formando triángulos iluminados. El primero aparece en el extremo superior y el último, aproximadamente una hora antes de la puesta del Sol, en el inferior, con lo que se forma todo el conjunto de triángulos. Como se observa en las fotos que aquí publicamos, todas tomadas en ese momento en los 15 días consecutivos, el fenómeno no cambia mucho durante tal lapso. Se ha afirmado que en los equinoccios aparecen siete triángulos iluminados y seis sombras intermedias, apoyando la idea de la deliberación del fenómeno, ya que el número 13, la suma de estos elementos, es de obvio significado calendárico y simbólico. En efecto, en las fotos tomadas en los primeros días sólo se observan seis triángulos iluminados; sin embargo, el séptimo (en el extremo inferior) empezó a formarse unos días antes del equinoccio, que en 2017 ocurrió el 20 de marzo a las 4:29 de la mañana (hora del centro de México). Por lo tanto, el conjunto de los siete triángulos, visible también durante varios días después del equinoccio, no pudo ser empleado como marcador exacto del día equinoccial.
Además, no tenemos ningún indicio de que fueran particularmente importantes los siete triángulos iluminados. La simulación de los efectos de luz y sombra con el modelo tridimensional del Castillo ha mostrado que varios días después del equinoccio de marzo, empieza a formarse el octavo triángulo en el extremo inferior de la alfarda y que, hacia mediados de abril, incluso hubiera aparecido el noveno, unos momentos antes de la puesta del Sol. Este efecto es difícilmente visible en la actualidad, ya que los árboles que crecen al poniente de la gran plaza donde se encuentra el Castillo arrojan sombra sobre la pirámide antes de ocultarse el Sol tras el horizonte lejano, pero habría sido observable en la época del auge de la ciudad. En lugar de los siete triángulos iluminados, ¿no parecería aún más significativa la aparición de los nueve, proyectados sobre la alfarda por los nueve cuerpos escalonados de la pirámide? La verdad es que no lo sabemos. Lo cierto es que ninguna fecha puede determinarse con precisión tan sólo observando el juego de luz y sombra.
Para sustentar la idea de que el Castillo de Chichén Itzá fue diseñado para marcar el fenómeno equinoccial, se ha advertido que un efecto comparable se produce alrededor del solsticio de diciembre en la escalera norte de una pirámide similar en Mayapán, también conocida como el Castillo. En este caso el fenómeno se observa durante aproximadamente un mes antes y después del solsticio, también con el variable número de triángulos iluminados, por lo que tampoco pudo servir para fijar una fecha. Otro detalle que se ha mencionado es que la iluminación equinoccial se produce en la escalinata norte del Castillo de Chichén Itzá, que es la única adornada en sus bases con cabezas de serpientes. Sin embargo, el hecho puede explicarse porque es precisamente esa escalinata la que conduce a la entrada principal del templo superior, que mira hacia el norte, en dirección del Cenote Sagrado.
En resumen, los efectos de luz y sombra en los Castillos de Chichén Itzá y Mayapán pueden observarse durante varias semanas. El número de triángulos iluminados varía, dependiendo de la fecha y de la hora de observación, y no tenemos ningún dato acerca de cuál habría sido el fenómeno deseado; es decir, no sabemos cuántos triángulos se habían propuesto observar los mayas, ni en qué fecha ni en qué momento del día. Cabe preguntarnos, incluso, si tales efectos se lograron realmente a propósito.
¿Los equinoccios en la arquitectura?
¿Cómo podemos explicar, entonces, la idea tan popular de que el fenómeno de luz y sombra en el Castillo de Chichén Itzá fue resultado de un diseño consciente, cuyo objetivo fue conmemorar los equinoccios? La inspiración principal ha de buscarse, sin duda, en los conceptos de la astronomía occidental, acríticamente proyectados sobre el pasado prehispánico.
A la luz de lo que leemos en numerosas obras, parecería que los solsticios y los equinoccios eran las fechas más importantes para los antiguos mesoamericanos, a pesar de que la realidad revelada por los estudios arqueoastronómicos realizados durante las últimas décadas es muy diferente. Las orientaciones en la arquitectura marcan las salidas y puestas del Sol en distintas fechas, cuyo significado puede entenderse en términos de su importancia en el ciclo agrícola y los cómputos calendáricos; entre las fechas marcadas figuran los solsticios, pero los alineamientos que pueden vincularse con las posiciones equinocciales del Sol son tan escasos que bien pueden merecer explicaciones diferentes. Es importante subrayar que los solsticios son los momentos naturalmente significativos del año trópico, marcados por los extremos fácilmente perceptibles de la trayectoria anual del Sol a lo largo del horizonte, mientras que los equinoccios no son directamente observables y sólo pueden determinarse con métodos relativamente sofisticados. Es probable que en muchas culturas del pasado no existiera noción alguna sobre los equinoccios, como son ahora definidos en la astronomía moderna.
En la arquitectura maya no se han encontrado orientaciones que puedan relacionarse, de manera confiable, con los equinoccios. Ni siquiera el famoso Grupo E de Uaxactún, en Guatemala, que en innumerables ocasiones ha sido designado como observatorio equinoccial y solsticial, incorpora un alineamiento que hubiera permitido la observación del Sol equinoccial. Los principales componentes del grupo son los templos E-I, E-II y E-III, erigidos sobre una plataforma alargada en el costado oriente de una plaza, y la Estructura E-VII-sub, una pirámide en el lado poniente de la plaza. Observando desde este edificio, las Estructuras E-I y E-III marcaban aproximadamente las salidas del Sol en los solsticios, pero el alineamiento hacia la Estructura E-II, comúnmente considerado como equinoccial, no pudo ser funcional, ya que ese edificio obstruía la vista hacia el punto en el horizonte donde salía el Sol en los equinoccios; al aparecer por encima de la Estructura E-II, el astro ya se había desplazado a la derecha de su punto central. Es sugestivo que el grupo manifieste la desviación de casi 1° en el sentido de las manecillas de reloj respecto a los rumbos cardinales, hecho que comparten diversos edificios en el área maya y en Mesoamérica en general. Este grupo de orientaciones corresponde a las puestas del Sol en los llamados días de cuarto del año, fechas que, junto con los solsticios, dividen el año en cuatro periodos iguales de aproximadamente 91 días. Se trata de las fechas que, en lugar de coincidir con los equinoccios, caen dos días después y antes de los equinoccios de primavera y de otoño, respectivamente; dependiendo del día en que ocurre el equinoccio, corresponden al 22 o 23 de marzo y al 20 o 21 de septiembre.
• Ivan Šprajc. Arqueólogo, doctor en antropología por la UNAM. Investigador del Centro de Investigaciones de la Academia Eslovena de Ciencias y Artes (ZRC SAZU), Ljubljana.
• Pedro Francisco Sánchez Nava. Arqueólogo, doctor en antropología por la ENAH. Coordinador Nacional de Arqueología del INAH.
Šprajc, Ivan, Pedro Francisco Sánchez Nava, “El Sol en Chichén Itzá y Dzibilchaltún. La supuesta importancia de los equinoccios en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 149, pp. 26-31.
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