En el año de 1885, los habitantes de la capital mexicana vieron con asombro los esfuerzos desplegados por un grupo de militares para desprender, del costado poniente de una de las torres de la Catedral metropolitana, el célebre monolito conocido popularmente como Calendario Azteca. El propósito era conducirlo al, en ese entonces, flamante Museo Nacional. Éste estaba ubicado –a partir del infeliz gobierno de Maximiliano– en el palacio colonial remodelado durante la época de Felipe V, lugar donde antaño se fundían y acuñaban los metales preciosos.
Durante varias décadas del siglo pasado, los interesados y estudiosos de las antiguallas mexicanas, precursores de nuestra arqueología, solicitaron afanosamente a los gobiernos en turno que este significativo monumento del pasado prehispánico se resguardara y protegiera de la ignominia que padecía, pues según los cronistas de la época, al estar expuesto al aire libre la masa inculta lanzaba inmundicias y fruta podrida al relieve calendárico. Incluso los soldados que en algún momento ocuparon el centro de la ciudad de México –a causa de las constantes asonadas e invasiones extranjeras que caracterizaron al México decimonónico– mataban el tiempo “tirando al blanco” al rostro de la deidad.
Así, finalmente, en aquel año el gobierno porfiriano, atendiendo a las solicitudes, decidió colocarlo en un pedestal en el salón principal del Museo Nacional, situado en la parte posterior del patio. Con la llegada de la Piedra del Sol al viejo Museo Nacional de la calle de la Moneda, la institución conjuntó esfuerzos para reunir en torno a tan importante monumento las principales esculturas prehispánicas que hasta entonces se habían reunido en la capital del país. Así, en 1887 el presidente Díaz inauguró la gran Galería de los Monolitos, y desde entonces el monumento destacó como centro, núcleo y corazón del Museo Nacional.
Como bien sabemos, la Piedra del Sol fue descubierta el 17 de diciembre de 1790 en el costado sur de la Plaza Mayor de la ciudad de México, en un área cercana a la acequia que corría por el costado meridional del Palacio Nacional. El hallazgo fue circunstancial y fue realizado por los peones que excavaban el terreno para empedrar la plaza. El monolito se hallaba con el relieve hacia abajo, de modo que a primera vista sólo se apreciaba la roca lisa, lo que nos induce a pensar que la escultura no se hallaba in situ. Por ello se ha dicho que fue removida de su ubicación original, y más aún, que después de la conquista de la ciudad indígena por los españoles, los sobrevivientes a la hecatombe protegieron su diseño con una capa de cenizas volcánicas o arena, con lo que la salvaron de una inminente destrucción.
Desde que fue descubierta, su posición, significado y funcionamiento han motivado numerosas propuestas, y es nuestro propósito realizar una breve reseña de los estudios más sobresalientes. Aunque son muy numerosas las publicaciones que han derivado de los estudios sobre la Piedra del Sol, no es conveniente llenar este breve espacio sólo con la muy vasta bibliografía. Por lo tanto, recomendamos al lector interesado los artículos de H. B. Nicholson (1993) y de Michel Graulich (1992).
La posición
Antonio León y Gama, quien en 1792 publicó el primer estudio sobre la Piedra del Sol, consideraba que debió de haber estado colocada en posición vertical, “pudiendo así registrarse con facilidad todo lo que hay en ella gravado”. Posteriormente, Alfredo Chavero planteó que debió de haberse colocado “en un asiento de 20 brazas en redondo, de manera que quedaba acostada horizontalmente”. Hasta nuestros días, éstas han sido las dos propuestas hacia las cuales se han inclinado diversos investigadores. A manera de aclaración, sólo quisiéramos recordar que Hermann Beyer, en su clásico estudio sobre el Calendario Azteca de 1921, mencionó que el monolito está inconcluso y que seguramente la idea de los escultores era recrear un monumento semejante en forma a la llamada Piedra de Tízoc, o al recientemente descubierto Cuauhxicalli de Moctezuma Ilhuicamina. Según Beyer, la obra no fue concluida, pues cuando “ya se había esculpido la superficie circular, se desprendió un gran pedazo en el lado izquierdo [sic], haciendo imposible la ejecución del plano original. Entonces no quedó otra salida que la de llevar el relieve lateral, sólo hasta la quebradura”. Beyer tiene razón ya que este relieve lateral está completo en toda la circunferencia, con los 32 diseños que evocan el símbolo de Venus, acompañados con cuchillos de sacrificio. Todo ello nos inclina a pensar que la posición de la Piedra del Sol debía de ser horizontal y que mostraba la imagen del relieve solar como en muchos otros monumentos de forma cilíndrica que conocemos.
Función
Desde el estudio realizado por Chavero en el siglo pasado, se ha considerado que en posición horizontal la Piedra del Sol pudo haber sido utilizada como plataforma ceremonial, para efectuar sobre su superficie sacrificios de diversa índole. A manera de comprobación de esta propuesta, sólo es necesario recordar el dibujo que los tlacuilos del padre Durán, en su Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme, pintaron, referente a la época del gobierno de Axayácatl, en donde el sumo sacerdote extrae el corazón de una víctima sobre un monumento semejante (Durán, 1992, p. 108).
A partir de entonces se ha discutido si el monolito funcionaba como un temalácatl destinado específicamente al sacrificio gladiatorio, o si, como dice Beyer, sería un cuauhxicalli en el que se depositaban los alimentos sagrados de las deidades. Para los autores heterodoxos, se pueden considerar temalácatl sólo aquellas piedras circulares que tienen un travesaño al centro, en el que con una cuerda de color blanco se ataba al prisionero durante el desarrollo de la fiesta del tlacaxipehualiztli. Algunos consideramos, después de leer cuidadosamente la obra del padre Durán, que este tipo de monumentos de grandes dimensiones, como la Piedra del Sol, la Piedra de Tízoc y el monolito del ex-Arzobispado, eran plataformas que funcionaban a manera de temalácatl, pero que también, al recibir la sangre y los corazones de las víctimas, era recipientes cuauhxicalli, por lo que cumplían simultáneamente con ambas funciones (Solís, 1992).
Felipe Solís. Arqueólogo. Maestro en antropología. Fue Subdirector de Arqueología del Museo Nacional de Antropología.
Solís, Felipe, “La Piedra del Sol”, Arqueología Mexicana, núm. 41, pp. 33-39.
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