Una vez que los soldados españoles al mando de Hernán Cortés arribaron a Tenochtitlan y fueron hospedados en las Casas Viejas de Axayácatl, a los pocos días Moctezuma Xocoyotzin los visitó y les comentó que dos años atrás había sido informado del arribo de una expedición española que tuvo un enfrentamiento con habitantes de Champotón, y que al año siguiente llegaron otros cuatro navíos y que al poco tiempo se retiraron. Se trataba de las expediciones a cargo de Francisco Hernández de Córdoba y Juan de Grijalva. También les hizo saber que contaba con información oral y gráfica de los combates recientes entre indígenas e hispanos en lugares como Potonchán, en Tabasco, y Tlaxcala (Díaz del Castillo, 2000, p. 163).
Es probable que el tlatoani haya sido igualmente enterado de los náufragos españoles que en 1511 salvaron la vida en un batel y que el viento condujo hasta costas de Yucatán. Como es sabido, la mayoría de ellos murieron casi de inmediato al ser atacados por guerreros mayas, otros fueron capturados y sacrificados a los dioses del lugar, y sólo Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar lograron salvar la vida e integrarse a las comunidades locales (Tapia, 2008, pp. 29-31).
La noticia del arribo de las expediciones ibéricas debió llegar rápidamente a Tenochtitlan y seguramente se difundió hasta los confines del imperio. El encuentro con los barcos y sus tripulantes tuvo que ser impactante; la presencia de gente extraña generó confusión, temor y angustia entre la población indígena.
Para los mexicas no había duda, se trataba del retorno del mítico Quetzalcóatl, aquel que de acuerdo con la leyenda, un día por conflictos internos se marchó de Tula e hizo un viaje hasta Huehuetlapallan, cercano a Coatzacoalcos, donde se embarcó en una balsa que desapareció en el Golfo de México. De acuerdo con el mito, Quetzalcóatl prometió regresar en una fecha del calendario xiuhpohualli, que curiosamente coincidió con la llegada de Juan de Grijalva y sus navíos en 1518 a costas veracruzanas. Este hecho atemorizó a los mexicas, quienes se consideraban herederos de la cultura tolteca.
No debe sorprendernos el hecho que los mexicas hayan considerado que se trataba del retorno de Quetzalcóatl, puesto que dentro de su cosmovisión, los tlatoanis, sacerdotes, jefes militares e individuos cuyo destino era el sacrificio, podían ser sacralizados y convertidos en personificaciones, representantes o encarnaciones de los dioses durante los rituales. Es decir, eran convertidos en divinidades a las que se conocía como ixiptlas; así pues, podían transformarse y portar los atributos de las deidades a quienes representaban.
No fue fácil pero tampoco pasó mucho tiempo para que los nobles mexicas se dieran cuenta de que los desconocidos no eran dioses ni divinidades. Después de despejarse las dudas por medio de los mensajeros enviados por Moctezuma Xocoyotzin a las costas de Veracruz, se confirmó que se trataba de gente de carne y hueso, como ellos. Sin embargo, no ocurrió lo mismo entre los habitantes de los pueblos por los que los conquistadores españoles pasaron durante su trayecto a Tenochtitlan, quienes aún confundidos los seguían viendo como personificaciones divinas o teúles. La palabra teúl es una deformación de la palabra náhuatl teotl, que los españoles equipararon con el concepto de dios o santo, pero que en realidad significa poder sagrado.
Raúl Barrera Rodríguez. Arqueólogo por la ENAH. Investigador de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH. Responsable del Programa de Arqueología Urbana.
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