El vocablo Teotenantzin es una redundancia en idioma náhuatl, puesto que no se puede hacer referencia al mismo tiempo a la venerable madre de alguien (te) y decir que es la Madre de dios (teo). Las alternativas correctas podrían ser Tenantzin (“La venerable madre de alguien”) o Teonantzin (“La venerable madre de dios”). Lugar aparte tiene este documento asociado al guadalupanismo, que, por su estilo y origen, no debería de considerarse como un códice o manuscrito pictórico indígena.
Códice de Teotenantzin. Ni códice ni prehispánico
Lugar aparte tiene este documento asociado al guadalupanismo, que, por su estilo y origen, no debería de considerarse como un códice o manuscrito pictórico indígena. El Códice de Teotenantzin es un documento dibujado en la primera mitad del siglo XVIII sobre papel europeo por un artista entrenado en los estilos europeos, probablemente para servir de referencia pictórica a la obra que sobre la Virgen de Guadalupe proyectaba publicar el caballero Lorenzo Boturini, y en cuya colección se hallaba el original. Por esta circunstancia, y aunque la pintura hace referencia directa a un segmento de la cultura indígena, no se considera como un ejemplo de códice, en virtud de que no contiene elementos escriturales indígenas. En la actualidad se halla depositado en la Sala de Testimonios Pictográficos de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, con el número 35-86.
La denominación de la pintura, proveniente de un texto colocado en el margen inferior derecho, se refiere a la representación de una diosa supuestamente nombrada por los indígenas Teotenantzin, lo cual resulta una redundancia en náhuatl, puesto que no se puede hacer referencia al mismo tiempo a la venerable madre de alguien (te) y decir que es la Madre de dios (teo). Las alternativas correctas podrían ser Tenantzin (“La venerable madre de alguien”) o Teonantzin (“La venerable madre de dios”). Hasta donde hemos podido averiguar, fue el bachiller Miguel Sánchez (1648) el primero en utilizar este nombre, cuando se refiere a “que en el monte adoraban a un ídolo a quien llamaban la Madre de los Dioses y en su lengua Theothenantzi…”.
Descripción del documento
De izquierda a derecha, se representa una capilla o ermita sobre un cerro (a); inmediatamente abajo hay un rectángulo (b), que Alfonso Caso, sin indagar más a fondo, asocia con los cuadretes de los signos anuales, y que según Ramón Mena representa un teocalli o templo indígena. Creemos que más bien se trata de un depósito de agua de donde sale un arroyo o corriente. A la derecha de la ermita se aprecia un paisaje con agaves o pequeños arbustos, en lo que parece ser un somonte (c) que sirve de fondo a dos esculturas en bajorrelieve, presentadas frontalmente. Las esculturas muestran deterioro o destrucción en algunas de las secciones talladas. Finalmente, hacia el lado derecho del somonte aparecen dos construcciones dentro de un patio rodeado por una cerca o muro (d). Un breve texto (e) explica las figuras.
Estas dos pinturas son unos diseños de la diosa que los indios nombraban Teotenantzin, que quiere decir Madre de los Dioses, a quien en la gentilidad daban culto en el cerro del Tepeyac, donde hoy lo tiene la Virgen de Guadalupe.
El dibujante no entendió plenamente los elementos iconográficos, que sin duda pertenecen a dos deidades femeninas a quienes Alfonso Caso identificó como Chalchiuhtlicue (“Su falda de jade”), a la izquierda y Tonantzin (“Nuestra Venerable Madre”) o Chicomecoatl (“7 Serpiente”, como nombre calendárico), al lado derecho.
Por las similitudes que estas dos esculturas presentan con los relieves del cerro de la Malinche, en Tula, Hidalgo, fechados entre 1486 y 1519, y del llamado Punto G, en Tezcotzinco, Estado de México, Esther Pasztory ha opinado que las figuras dibujadas en el Códice de Teotenantzin eran originalmente esculturas talladas en la parte escarpada de un cerro, y corresponden a deidades femeninas agrupadas en un complejo que la autora llama del maíz-agua-tierra: “Ellas fueron, de esta manera, literalmente, formaciones de la tierra.”
Según el texto que acompaña a los dibujos, las esculturas estuvieron alguna vez “en el cerro del Tepeyac, donde hoy [el culto] lo tiene la Virgen de Guadalupe”. Llama la atención que las esculturas hayan sobrevivido, en regular estado de preservación, hasta la primera mitad del siglo XVIII, cuando el caballero Boturini se dedicaba a recolectar documentación concerniente a la aparición guadalupana. Lamentablemente, la desaparición de las esculturas fue total. En la actualidad no queda rastro de ellas, razón por la que Alfonso Caso planteó la posibilidad de que procedieran de otro cerro, como el de la Malinche, en Tula.
Se trata de una prueba arqueológica que confirma la información etnohistórica sobre el sitio cultural dedicado a importantes deidades femeninas de la religión prehispánica mexica. Sin duda una de las representaciones es la de la Madre de los dioses, ya que Sahagún, crítico de los procesos de sincretismo que ocurrían en varios santuarios del centro de México, la menciona como principal deidad subyacente en el culto de la Virgen María en su santuario guadalupano.
La importancia del documento aquí descrito –que ni es códice, ni debería intitularse “Teotenantzin”, por las razones previamente dadas– radica en ser el único testimonio gráfico ahora conocido sobre el culto a Tonantzin (y probablemente otras deidades femeninas asociadas a ella) en la zona del Tepeyac. Alfonso Caso destaca el valor de este documento diciendo que a pesar de estar
…mal dibujadas y mal interpretadas por el dibujante (las figuras) conservan sin embargo suficientes características que demuestran que no se trata de una pura invención hecha por un autor español, sino, como hemos dicho antes, la copia de esculturas que realmente existieron.
Xavier Noguez. Doctor en estudios latinoamericanos por la Universidad de Tulane, Nueva Orleáns, Louisiana. Investigador del área de historia prehispánica en El Colegio Mexiquense, A.C., Toluca, Estado de México.
Tomado de Xavier Noguez, “De Tonatzin a la Virgen de Guadalupe. El culto prehispánico en el Tepeyac”, Arqueología Mexicana, núm. 20, pp. 50-55
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