Semblanza de un arqueólogo
Palabras en el homenaje a Otto Schondube Baumbach coordinado por el Centro Regional del inah en Jalisco. Fue inaugurado por el director del INAH, Diego Prieto, y se llevó a cabo los días 23, 24 y 25 de febrero. En la primera mesa estuvieron Susana Ramírez, Peter Jiménez, Joseph Mountjoy, José María Muriá y Eduardo Matos Moctezuma, bajo la coordinación de Lorenza López Mestas.
Carta al amigo:
Recuerdo cómo te conocí: íbamos al Instituto Patria, en la Ciudad de México, perteneciente a los jesuitas, y tú cursabas la preparatoria y deseabas ser ingeniero, escuela a la que finalmente ingresaste en el seno de la Universidad Iberoamericana. Yo estaba inscrito en primer año de secundaria y por mi mal promedio no me admitieron al segundo, por lo que mis padres me inscribieron en el Instituto Alonso de la Veracruz, de padres agustinos. Imagínate, de San Ignacio de Loyola a San Agustín de Hipona. O como se decía por aquel entonces: de la sapiencia jesuítica a la Legión Extranjera, nombre asignado a mi nuevo plantel donde íbamos a parar todos los corridos del Patria.
Por entonces era yo muy religioso pero pronto me pude sacudir el tutelaje eclesiástico y así ingresé a la ENAH en 1959, donde me sentí a mis anchas y el pensamiento materialista me inundó de cabo a rabo. Por tu parte, después de algún tiempo en ingeniería optaste por entrar a la ENAH. Te llamaron más la atención las ciencias sociales y las humanidades que los cálculos matemáticos. Hiciste muy bien; iba más con tu carácter y creo que nunca te arrepentiste.
Nuestra “alma mater” por aquellos años no alcanzaba el tamaño que hoy tiene en cuanto al número de alumnos. Creo, si mal no recuerdo, que nuestros maestros debieron de ser los mismos, aunque nunca coincidimos en las aulas: Lorenzo, con su rigidez extrema pero buen maestro; Piña Chán, que bajo un rostro austero manaba bondad. Fuiste coautor con él del libro Culturas de Occidente, en 1969, y poco después nos dabas Arqueología del Occidente, en 1971.
Como preámbulo a estos trabajos habías escrito “Figurillas del Occidente de México”, en 1968, y en el mismo año, “Los olmecas en el Occidente de México”. Otros títulos enriquecen tu producción académica, sin embargo, debo confesarte que a mí el trabajo que más me gusta es aquel que presentaste en la XIII Mesa Redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología dedicada al “Balance y perspectiva de la antropología de Mesoamérica y del Norte de México”. Publicado en 1975, en él hablabas acerca del tema “Interpretación de la estructura ubicada al pie de la Pirámide de la Luna, Teotihuacan”. Te comento por qué lo considero uno de tus mejores logros. A diferencia de tus otros trabajos, en los que profundizas en la arqueología del Occidente y aportas las impresiones y características de esa importante región, en el estudio de esa estructura penetras en la interpretación del edificio y haces un análisis memorable. En pocas páginas, describes su peculiar forma cuadrada, con su acceso viendo hacia el oriente. Ya en el interior, nos das al detalle lo que allí se encuentra: altares en las esquinas y otros más que permiten ver el cosmograma de la concepción del universo que tenía el teotihuacano.
La comparación con la lámina 1 del Códice Fejérváry- Mayer nos muestra la misma situación: vemos los rumbos del universo y los elementos intercardinales. Uniste tanto la arqueología como el dato de esta fuente histórica de importancia relevante. Pero lo más digno de admirar es la observación que hiciste de la estructura y cómo de inmediato vino a tu mente la imagen del Fejérváry y la asociaste a ella. Esto indica observación, conocimiento, percepción e inteligencia. Todo ello se reúne en ti y lograste abrir el camino sobre un dilema que persistía: cuál era la visión que se tenía en Teotihuacan sobre el universo. Si a don Alfonso Caso le tocó hablar acerca de la escritura de la gran urbe, a ti te correspondió dar paso al conocimiento que en remotas épocas se tuvo de lo anterior. Ahora sabemos que desde tempranas fechas la idea de la estructura universal que predominaba en Mesoamérica partió, como muchas otras cosas, de Teotihuacan.
Tu labor en el campo y en las aulas y las conferencias que dictabas transmitían un conocimiento que pronto rindió frutos. En alguna ocasión me invitaron de nuestro Centro Regional en Jalisco para dar una charla sobre el Templo Mayor, en el Museo de Guadalajara, y presidiste la mesa. Hicimos un intercambio magnífico de ideas y fue una experiencia para mí inolvidable. Los aportes que has hecho a la arqueología del Occidente de México dieron por resultado el que te otorgaran merecidamente el Premio Jalisco en 1995; una sala del museo lleva tu nombre; recibiste el Galardón Pedro Sarquís en 2003; en el año 2011, la fil de Guadalajara te rindió un homenaje, en el que tuve el placer de participar diciendo algunas palabras. También pusiste atención en la niñez y en el “Trompo Mágico” lograste tu empeño. Pero lo más importante: fuiste formador de nuevas generaciones de arqueólogos, algunos de los cuales están hoy aquí presentes para reconocer en ti al profesor, al guía y al amigo.
En los últimos años siempre ibas a todas partes con tu incansable bastón. Bueno, creo que el incansable eras tú, no el bastón. Siempre te recuerdo con una enorme sonrisa y tu disposición para atender y escuchar, síntomas inequívocos del hombre sabio. Tu nombre está inscrito junto al de los grandes estudiosos que a lo largo del tiempo tuvieron la oportunidad de desentrañar las esencias de esa región. Recuerdo con peculiar cariño a Isabel Kelly, a José Corona Núñez y tantos otros que, como tú, marcaron la ruta. Hoy, nuevas generaciones toman la estafeta y con juvenil impulso siguen el camino que ustedes trazaron. Así es esto. Querido Otto: para terminar sólo quiero comentarte lo siguiente: entre los mexicas, como bien sabes, se pensaba que los guerreros muertos en combate acompañarían al Sol desde el orto hasta el mediodía. Después de cuatro años se convertirían en aves de bello plumaje que libaban las flores. Cada mañana pienso que cuando el Sol lanza sus rayos estás ahí iluminándonos con tu sabiduría. Es el destino de los hombres sabios… y tú lo eres.
Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Matos Moctezuma, Eduardo, “Otto Schondube (1936-2020). Semblanza de un arqueólogo”, Arqueología Mexicana, núm. 168, pp. 82-83.