La capital tolteca se localiza en una región que en la época prehispánica era conocida como Teotlalpan, “tierra de los dioses”. Aunque el lugar en que se encontraba la ciudad era árido, la cercanía del caudaloso río Tula permitía a sus habitantes el acceso a una buena producción de maíz, frijol, amaranto y, en ciertas partes, algodón.
El primer asentamiento de la ciudad fue conocido como Tula Chico y tuvo su apogeo durante el Epiclásico. Abarcaba unos 5 kilómetros cuadrados y tenía su centro a 1.5 km de lo que sería el núcleo de la capital tolteca del Posclásico Temprano. En esta época Tula estuvo habitada por miembros de origen étnico diverso y extendió su influencia más allá del Centro de México. Como Teotihuacan, su predecesora, y Tenochtitlan, su sucesora, estaba construida a partir de un plan claramente establecido.
Contaba con áreas en las que había edificios destinados a funciones públicas, rituales y administrativas –como templos y canchas para el juego de pelota–, con zonas para la habitación del grupo dirigente y con otras para albergar al resto de la población, la que se concentraba en cientos de conjuntos habitacionales agrupados en barrios y comunicados entre sí por calles y calzadas.
En su apogeo, alrededor de 1100 d.C., la ciudad llegó a cubrir un área de cerca de 16 km2 y a albergar a una población cercana a los 60 000 habitantes, a los que habría que añadir otro número similar, que vivía en numerosos poblados situados en las cercanías.
Imagen: Atlantes, Tula. Foto: Santiago Noriega / Raíces. Lápida, Tula. MNA. Foto: Archivo Digital de las Colecciones del MNA, INAH-Canon.
Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor. Desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial. Editor de la revista Arqueología Mexicana.
Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:
Vela, Enrique. “Tula”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 112, pp. 64-67.