A la fecha, en todo el mundo se conocen siete objetos que se asocian con la plumaria mesoamericana; este corpus consta de un tocado (quetzalapanecáyotl, conocido como Penacho de Moctezuma), cuatro chimallis (escudos de formato circular), un disco (al que se le ha asignado el nombre de Tapacáliz) y una insignia colonial (también de formato circular) con diseños de una mariposa y una flor. Ninguna de las siete piezas tiene plumas de colibrí.
A este arte de plumaria le llaman en náhuatl con la palabra amantecáyotl y se refiere a un arte mecánico o al arte del mosaico de las plumas. En varios capítulos del Códice Florentino describen las más importantes tradiciones artesanales indígenas del centro de México, entre las que se incluye el trabajo de los antiguos “artistas de la pluma” o amantecas.
En las fuentes del siglo XVI los talleres de los plumajeros de la Triple Alianza se ubicaban en Azcapotzalco, justamente en el barrio de Amatlán, que hoy se conoce como San Miguel Amantla o San Miguel Ahuexotla; especialistas recibían el nombre de “amanteca”.
Una de las materias primas de estos artistas eran las plumas de colibrí. Todas las especies de esta ave que se encuentran en territorio nacional tienen plumas verdes, pero sus tonalidades son variables. Es posible observar que para el siglo XIX algunos amantecas seguían dominando de manera magistral el arte del mosaico plumario y que, con diferentes tonalidades de las plumas verdes, definían componentes, lograban efectos de profundidad de campo, texturas y escenas luminosas.
En la portada de este articulo podemos ver un extracto de la obra Misa de San Gregorio de 1529, el cual es un mosaico de plumas con soporte de madera.
Tomado de: María Olvido Moreno Guzmán (2025) Amantecáyotl, en: Arqueología Mexicana, edición especial 120, pp. 47-48.