Hoy vamos a emprender un viaje al pasado. Tendremos que remontar varios siglos para situarnos en el momento en que los aztecas o mexicas, después de muchas peripecias, fundan su ciudad de Tenochtitlan en medio del lago de Texcoco. Esto ocurrió, según lo señalan varias fuentes históricas, hacia 1325 d.C. Tanto el mito como los datos históricos se entretejen para hablarnos de diversos aspectos relativos a la fundación de la ciudad. El primero de ellos es aquel que se refiere al encuentro del águila parada sobre el nopal, símbolo que el dios Huitzilopochtli había señalado para identificar el lugar prometido. En realidad nada de esto ocurrió. Bien sabemos que el águila representa al Sol y por ende al dios mencionado. Sin embargo, algunas fuentes exponen que eran pájaros los que tenía en sus garras el ave, como apunta fray Diego Durán. También tenemos la versión de que el águila está sola sin nada en el pico, como se observa en la lámina 1 del Códice Mendocino y en un monumento de piedra: el Teocalli de la Guerra Sagrada. Los estudiosos de religiones están de acuerdo en el hecho de que, en la antigüedad, toda fundación de ciudad iba acompañada de presencias importantes, ya fuera un animal, una planta, un objeto, etc. Los mexicas, como vemos, no fueron ajenos a esto. Se trata de la manera de legitimar por medio del mito el lugar que ocuparán, pues la ciudad es una representación del cosmos. A esto hay que agregar cómo en ese año de 1325 ocurrió un eclipse solar, fenómeno natural de gran relevancia en Mesoamérica, de ahí la necesidad de adoptar esta fecha para la fundación, ya que el eclipse representaba la lucha entre el Sol y la Luna, de la cual el primero salía triunfante. Este combate se narra en el conocido mito del enfrentamiento entre Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, y Coyolxauhqui, deidad lunar, que cobra vida en el Templo Mayor de Tenochtitlan.
¿Qué nos dice el dato histórico sobre esto? Sabemos que los islotes en medio del lago pertenecían al señor de Azcapotzalco, y que éste permitió a los mexicas asentarse siempre y cuando fueran sus tributarios y lo ayudaran en sus guerras de conquista. Así ocuparon éstos los terrenos en donde asentarán su ciudad y en cuya construcción emplearon sus conocimientos lacustres. Acto seguido, establecen el espacio sagrado en donde se construirá el templo a sus dioses y lo separan del espacio profano que será la habitación de los hombres. Las grandes calzadas unirán a Tenochtitlan con tierra firme: la de Iztapalapa corre hacia el sur; la del Tepeyac hacia el norte; la de Tacuba hacia el poniente, y se habla de una cuarta calzada que se dirigía hacia el oriente. Con ello, el Templo Mayor y el recinto ceremonial quedan como centro fundamental, en tanto que la ciudad misma está orientada hacia los rumbos del universo.
Con estos antecedentes podemos iniciar nuestro recorrido por los vestigios del Templo Mayor, no sin antes observar que el enorme monumento tuvo siete etapas constructivas durante las cuales el edificio fue agrandado por sus cuatro lados, además de otras ampliaciones parciales. La última etapa constructiva tuvo hasta 82 m por lado y alcanzó una altura aproximada de 45 m. El edificio está orientado hacia el poniente y sobre una enorme plataforma se asienta el edificio con sus cuatro cuerpos superpuestos y los dos adoratorios en la parte alta. Uno de ellos está dedicado a Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, y el otro a Tláloc, dios del agua, de la fertilidad. Esta dualidad representa los dos aspectos en que se sustentaba la economía mexica: por un lado la guerra, como medio de hacerse de diversos productos tributados por las áreas conquistadas, y por el otro la producción agrícola, indispensables ambos para el sostenimiento de Tenochtitlan.
Veamos cómo describe fray Bernardino de Sahagún al Templo Mayor en su Historia general de las cosas de la Nueva España:
La principal torre de todas estaba en el medio y era más alta que todas, era dedicada al dios Huitzilopochtli o Tlacauépan Cuexcótzin. Esta torre estaba dividida en lo alto, de manera que parecía ser dos y así tenía dos capillas o altares en lo alto, cubierta cada una con un chapitel, y en la cumbre tenía cada una de ellas sus insignias o divisas distintas. En la una de ellas y más principal estaba la estatua de Huitzilopochtli, que también la llamaban Ihuícatl xoxouhqui; en la otra estaba la imagen del dios Tláloc […] Estas torres tenían la cara hacia el occidente, y subían por gradas bien estrechas y derechas.
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Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, “Una visita al Templo Mayor de Tenochtitlan”, Arqueología Mexicana, Especial 56, El Templo Mayor, a un siglo de su descubrimiento, pp. 10 - 32.