20. Monte Albán. Oaxaca

Enrique Vela

Monte Albán, Oaxaca. Una de las primeras grandes ciudades mesoamericanas, se desarrolló entre 500 a.C. y 800 d.C. La ciudad, cuya ubicación en lo alto de un cerro se debió seguramente a la necesidad de resistir posibles ataques, fue sin duda la capital zapoteca del Clásico y llegó a tener unos 35 000 habitantes. La mayoría de ellos residía en las laderas del cerro, en el que se situaba su centro cívico-ceremonial, conformado por una gran cantidad de templos, edificios públicos y habitaciones de la elite.

Desde el desarrollo de los grandes asentamientos olmecas del Preclásico, como San Lorenzo y La Venta, hasta las grandes concentraciones urbanas del Posclásico, como Tenochtitlan y Tlaxcala, por mencionar un par, Mesoamérica fue un territorio cuyo devenir estuvo marcado por la existencia de ciudades capaces de congregar grandes poblaciones e influir sobre extensas regiones. Estos centros urbanos fueron el resultado de largos procesos en los que fueron fundamentales factores como el crecimiento demográfico, la especialización productiva y la estratificación social.

En cada momento y en distintas regiones había una buena cantidad de asentamientos de distintos tamaños vinculados por complejas redes de relaciones comerciales y políticas; por lo general, uno de ellos hacía las veces de centro de rector que concentraba la mayor parte de la población, controlaba el acceso a productos y materias primas y mantenía relaciones, amistosas o no, con los centros principales de regiones cercanas o distantes. Hubo cientos de estos centros a lo largo de la historia mesoamericana. Además de los mencionados líneas arriba, citemos aquí a Teotihuacan, la urbe mesoamericana por excelencia, Monte Albán, Palenque, Tajín y Tula. Todas ellas se distinguieron por su gran población, su compleja organización y su elaborado plan urbano. Por lo general, las características de éste dependían no sólo de las singularidades del entorno, sino de una concepción específica del mundo. Las ciudades mesoamericanas se caracterizaban, además, por la clara distinción entre las áreas de habitación de la elite y las de la gente común. Las zonas en que se realizaban ciertos procesos productivos, especialmente aquellos controlados por el Estado, también estaban claramente definidas, al igual que los espacios en los que se llevaban a cabo actividades públicas, comerciales o rituales.

 

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial. Editor de la revista Arqueología Mexicana.

Esta publicación puede ser citada completa o en partes, siempre y cuando se consigne la fuente de la forma siguiente:

Vela, Enrique, “20. Monte Albán. Oaxaca”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 96, pp. 59-51.