Cómo ahuyentar a la muerte

Alfredo López Austin

¿Era fatal el presagio?

Las luchas contra fantasmas llevan a otra interesante conclusión: los presagios no eran fatales. O sea, no revelaban algo que sucedería indefectiblemente. Por el contrario, era factible que una acción humana cambiara lo que en un principio había sido la intención de los dioses. En otras palabras, los hombres podían rogar a los dioses para que cambiaran sus designios, o pedir a otras divinidades que intercedieran para librarlos del peligro, o incluso llegar a procedimientos graves para cambiar el destino anunciado. En los combates contra las apariciones fantasmales contaba el arrojo de los valientes que se atrevían a pelear con denuedo. Los comerciantes, tras oír el canto agorero de un ave que predecía un camino lleno de obstáculos y peligros, se reunían en las noches para orar fervorosamente a su dios patrono, Yacatecuhtli, pidiéndole que los liberara del presagio del ave. Entre todos los recursos, hay uno, agresivo, que merece ser señalado. El aviso era el canto de la lechuza y el arañar de sus garras sobre los tejados de las casas de la gente. Los afectados sabían que la lechuza era un yaotequihua enviado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, el señor y la señora de la Región de la Muerte. El ave llevaba el mensaje de que uno de los miembros del hogar debía viajar muy pronto al otro mundo. Pese a su origen divino, el mal podía detenerse. Si quienes respondían al llamado eran varones, debían decir al emisario: “¡Detente, pícaro! ¡Tú, el de los ojos hundidos, el que fornicas con tu madre!” Y las mujeres le decían: “¡Mantente quieto, putón! ¿Acaso ya perforarse el cabello con el que habré de beber [en la Región de la Muerte]? ¡Aún no es tiempo de que vaya!” De esta manera el mal quedaba conjurado.

 

Alfredo López Austin. Investigador del Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM.

Tomado de Alfredo López Austin, “¿Qué es un augurio?”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 89, pp. 22-27.