Eduardo Matos Moctezuma
Las excavaciones del Proyecto Templo Mayor provocaron el creciente interés del público. Se trataba de una oportunidad de dar a conocer lo que realmente era la arqueología; se aprovechó el momento y la difusión alcanzada tuvo consecuencias la mayor de las veces felices: dar a conocer que nuestra disciplina es una ciencia en que participan diversos especialistas y el cuidado necesario en la excavación y en los estudios.
Para la mayoría de los arqueólogos es sorprendente la creciente atención popular que recibe ahora nuestra ciencia. En el pasado hacíamos nuestro trabajo felizmente, interesándonos por él, pero sin esperar que los demás expresaran algo más que una moderada cortesía al referirse a nosotros; ahora, de repente, nos encontramos con que el mundo se interesa por nuestra actividad con una curiosidad tan intensa y ávida de detalles que se envían corresponsales especiales con crecidos sueldos para que nos entrevisten, informen de nuestros movimientos y se escondan tras las esquinas intentando sonsacarnos algún secreto (Carter, 1976).
Estas palabras escritas por Howard Carter en su libro La tumba de Tutankhamon pudiéramos suscribirlas cualquier miembro del Proyecto Templo Mayor. En efecto, durante el desarrollo del proyecto la visita de la prensa se dio cada martes, a las 13:00 hr, para atender el creciente interés que mostraba el público por saber lo que estaba encontrándose en las excavaciones. Lo que en un principio resultaba un tanto molesto, vimos que era una oportunidad de dar a conocer lo que realmente era la arqueología, pues no poca gente la considera un hobby que se resuelve a palazos. Se aprovechó el momento y la difusión alcanzada tuvo consecuencias la mayor de las veces felices: por un lado, dar a conocer que nuestra disciplina es una ciencia en que participan diversos especialistas y el cuidado necesario en la excavación y en los estudios. Por otro, las visitas se multiplicaron a grado tal, que allí se dieron cita reyes, primeros ministros, premios Nobel, artistas, científicos y público en general. No faltó quien se hacía pasar por periodista para colarse y uno que otro loco que decía ser “hijo de Quetzalcóatl”.
Fue tanto el interés, que durante el primer año de trabajos tuvimos que abrir las puertas de un pequeño sector de la excavación para que los sábados, de 10 a 12 hr, el público visitara el lugar. Un hecho inusitado ocurrió en aquellas visitas: un sábado, la enorme fila de visitantes avanzaba lentamente cuando de repente un joven arrojó algo a los pies de Coyolxauhqui. Se trataba de una rosa. Caso diferente fue el de un señor que publicó en un periódico una nota en la que auguraba grandes desgracias para la ciudad por los fluidos que emanaba la zona excavada. No faltó una señora que les puso a sus hijos los nombres de Huitzilopochtli y Coyolxauhqui. Cuando le comenté que el mito relata que el hermano mata a la hermana, que a su vez quería matar a la madre de ambos, la mujer palideció: me imagino que se daba por muerta a manos de sus propios hijos… Esto trae a mi memoria el encabezado del periódico Alarma que, haciendo honor a su política editorial de dar a conocer asesinatos, violaciones y otras lindezas, decía: “Mató a su hermana, desmembróla y decapitóla”, en referencia al susodicho mito. Hace pocos años un señor vestido de blanco que aún hace “limpias” afuera de la zona arqueológica, me pidió que lo dejara sacar agua del nivel freático ¡para venderla a sus clientes!, lo que, obviamente, le fue negado.
Matos Moctezuma, Eduardo, “Coyolxauhqui y el Templo Mayor en el imaginario del mexicano”, Arqueología Mexicana núm. 102, pp. 55-59.
• Eduardo Matos Moctezuma. Maestro en ciencias antropológicas, especializado en arqueología. Fue director del Museo del Templo Mayor, INAH. Miembro de El Colegio Nacional. Profesor emérito del INAH.