Destrucción del Templo Mayor de Tenochtitlan

En 1519 llega Cortés a las costas de Mesoamérica. Encuentra la hostilidad de los mayas, pero al llegar a costas veracruzanas la actitud cambia. Se le recibe bien y se quejan ante él de que estos pueblos (totonacos) están sujetos al señor de México, Moctezuma II, y tienen que pagar un fuerte tributo. El capitán español aprovecha esta circunstancia y establece un acuerdo con los totonacos: ya no pagarán ni estarán sometidos al señor de Tenochtitlan. Cortés decide entonces encallar sus naves (que no quemarlas), ya que encuentra una situación que le es propicia. Moctezuma, sabedor de que han llegado a las costas gentes extrañas, les envía ricos presentes sin saber que con esto aviva más el interés español por el oro. A partir de aquel momento empieza el avance hacia la conquista de Tenochtitlan, para lo cual Cortés va a contar con el apoyo de fuertes contingentes indígenas, que ven ahora la oportunidad de liberarse del yugo azteca. Lo que sigue ya lo sabemos: tras una resistencia memorable, cae Tlatelolco, último reducto azteca, en poder de Hernán Cortés. Era el 13 de agosto de 1521…

El Templo Mayor fue destruido hasta sus cimientos, aunque se conservan partes de las etapas anteriores. Esto era inevitable, pues simbólicamente el Templo Mayor equivalía al centro de la cosmovisión mexica: a través de él se podía subir a los niveles celestes o bajar al inframundo. De allí partían los cuatro rumbos del universo. Su destrucción era inaplazable, pues después del enfrentamiento militar venía la imposición ideológica que pretendía cambiar la manera de pensar, vivir y actuar de un pueblo.

La misma suerte tuvo la ciudad de Tenochtitlan. Fray Toribio de Benavente (Motolinía) compara esta destrucción con las plagas de Egipto. Dice el franciscano:

 

También concuerda la séptima plaga […] del Apocalipsis con ésta cuando derramó el séptimo ángel su vaso, y fueron hechos truenos y relámpagos, y fue hecha gran tempestad, y la gran ciudad fue hecha en tres partes; y las ciudades de los gentiles cayeron. Hacerse la gran ciudad de Tenochtitlan-México tres partes, qué otra cosa sino reinar en ella aquellas tres cosas que San Juan dice en su Canónica. La una parte es codicia de la carne; la segunda, codicia de los ojos; la tercera, soberbia de la vida; que no faltó soberbia levantar tales edificios que para los hacer hubiesen de derribar las casas y pueblos de los indios gentiles, como a la letra acaeció deshacer muchos edificios y algunos llegar de bien lejos los materiales a México para otros.

 

 

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Tomado de Eduardo Matos Moctezuma, “Destrucción del Templo Mayor”, Arqueología Mexicana, Especial 56, El Templo Mayor, a un siglo de su descubrimiento, pp. 10 - 32.

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