Cortés y su expedición entraron en Tlaxcala el 18 de septiembre de 1519. Los caciques tlaxcaltecas los acogieron calurosamente, vistiendo ropa de tela roja o blanca hecha de fibras de henequén o de maguey: recordemos que no disponían de algodón debido al bloqueo mexicano. Los seguían unos sacerdotes con capuchas blancas en la cabeza y llevando los habituales braserillos de carbón ardiente para honrar a los visitantes divinos. Los sacerdotes, como de costumbre, causaron mala impresión a los conquistadores, pues como los demás que habían visto, llevaban el cabello largo, enmarañado y pegoteado de costrones de sangre, y las uñas horriblemente largas.
Cortés y sus hombres permanecieron veinte días en Tlaxcala; estancia tan importante en la historia de la conquista de México como cualquier batalla campal, pues les permitió descansar.
Fue en Tlaxcala donde los castellanos vieron por primera vez el estilo de vida de los habitantes de las zonas templadas de México. Cortés se enteró de cómo ir a Tenochtitlan: en ese momento su expedición había recorrido mucho más de la mitad del camino entre el mar y esa ciudad, pero antes de llegar allí habían de atravesar las montañas.
La alianza. Cortés, el político
Sin embargo el factor más importante de la estancia de Cortés en Tlaxcala fue la alianza duradera que estableció, fundamentada en lo que sorprendentemente parece haberse convertido en amistad entre el caudillo y los ancianos caciques, Maxixcatzin (“anillo de algodón”) y Xicoténcatl (“anillo de avispa”) el Viejo. Xicoténcatl el Joven, de cara áspera y espinillosa, no compartía el entusiasmo de su padre por los forasteros. Gracias a su fuerte personalidad, Cortés logró inspirar un cierto respeto en Maxixcatzin y Xicoténcatl el Viejo. Desde la efímera relación de Colón con los guacanagarí de La Española, era la primera vez que un comandante castellano había intentado formar alianza con caciques indios, y no digamos conseguir hacerlo. Esta hazaña de Cortés demuestra su faceta de político consumado. Su éxito se vio confirmado tanto por la insistencia en que sus seguidores no cogieran sino lo que se les daba como por la prohibición de que entraran en ciertas partes de la ciudad, por ejemplo, el templo. Pero también convenció a los tlaxcaltecas cuando les dijo que había llegado a ayudarlos. Ellos, a su vez, creían poder utilizarlo para sus propios propósitos.
Hugh Thomas. Doctor en Historia. Universidades de Cambridge y Sorbona, autor de varios títulos sobre la historia de España y América.
Thomas, Hugh, “Cortés y los tlaxcaltecas”, Arqueología Mexicana, núm. 13, pp. 42-47.
Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición impresa: