Hemos querido traer a la memoria, en el marco del 80 aniversario de nuestro instituto, este pequeño pero ambicioso lugar, que ejemplifica aquellos momentos tempranos de la antropología en nuestro país.
Manuel Gamio y la memoria del Templo Mayor
En abril de 1914 Manuel Gamio le escribía a su entonces jefe, el director del Museo Nacional, que era importante supervisar la demolición de un predio en las antiguas calles de Seminario y Santa Teresa (actualmente calle de Guatemala), ya que probablemente se encontrarían restos arqueológicos de importancia.
Un mes después reportaba lo excavado hasta ese momento: una esquina de un templo prehispánico que tal vez fuera parte del Templo Mayor, el edificio principal y centro de la vida de Tenochtitlan. Recordemos que el huei teocalli o Templo Mayor había sido destruido y desmantelado tras la invasión española. Su exacta localización se desconocía y los expertos debatieron por años tratando de encontrarlo. Gamio tenía la certeza de que esa esquina era parte de ese importante edificio e insistió para que lo excavado quedara visible y accesible a la visita pública. Su objetivo era devolver a México el centro simbólico de su identidad prehispánica.
Cuando se descubren restos arqueológicos no siempre es posible habilitarlos para que se puedan visitar. Cuando lo es, se requiere de una fuerte inversión y gran esfuerzo para que el público los pueda disfrutar y comprender. En el caso de las ruinas encontradas en la calle de Santa Teresa, los arqueólogos y las autoridades lucharon por gestionar la adquisición del terreno y habilitarlo para permitir a la gente tener contacto con esos vestigios tan importantes. A las pocas semanas, el lugar era visitado por niños y adultos, nacionales y extranjeros, e incluso diplomáticos, y pronto formó parte del paisaje cotidiano del Centro de la Ciudad de México.
El honor de trabajar y la oportunidad de aprender
Con el tiempo, el espacio para resguardar esta pequeña “ventana arqueológica” se utilizó para la custodia del sitio y como bodega de bienes arqueológicos. Debido a su cercanía con la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), que compartía sede en esos tiempos con el Museo Nacional en la calle de Moneda, alumnos y maestros de la ENAH visitaban el espacio con frecuencia. Muchos de estos alumnos fueron integrados a proyectos arqueológicos y museográficos desde muy jóvenes, permitiéndoles aplicar lo aprendido durante sus años de formación en la escuela.
Profesores legendarios como Eduardo Noguera, especialista en cerámica, impartía clases aquí a los futuros arqueólogos, quienes entraban en contacto y se familiarizaban con los materiales que más tarde se encontrarían en sus propias excavaciones arqueológicas. En el lugar también se resguardaron objetos y esculturas de excavaciones cercanas, así como de otros sitios del país. Sabemos, por ejemplo, que en 1948 en el lugar había cerámica y escultura de Xochicalco, Tenayuca, El Opeño y Tehuacán, de acuerdo con el inventario encargado por el propio Noguera, quien ocupaba el cargo en esas fechas de director de Monumentos Prehispánicos.
Carmen Carrillo y el Museo Etnográfico
Entre 1929 y 1939, la joven Carmen Carrillo de Antúnez recorría el país registrando las danzas indígenas que se realizaban principalmente durante las fiestas patronales. Le preocupaba que la inminente y rápida modernización del país amenazaba estas expresiones, por lo que era preciso registrarlas de la mejor forma posible. Con su talento natural para la escultura,
realizó decenas de piezas en cera que retrataban esas danzas y logró convencer a las autoridades del INAH de acondicionar la pequeña bodega de las calles de Seminario y Guatemala y convertirla en un museo para exhibir las piezas. Buscaba enaltecer la belleza, expresividad y capacidad artística de los pueblos indígenas.
Convivieron así, la bodega de materiales arqueológicos y el Museo Etnográfico, durante más de 20 años. El museo, especializado en “Danzas y Tipos Indígenas” abrió sus puertas en 1954 contando con al menos 50 esculturas en cera de 60 cm de altura y maniquíes de tamaño natural. La colección deseaba transportar al espectador a la atmósfera de fervor y alegría en la que ocurrían las fiestas más emblemáticas de algunos pueblos. Las esculturas representaban escenas de danza, música y fiesta, materializando fielmente rostros, expresiones, vestimenta e instrumentos. Al plasmar la danza en la colección de esculturas en cera, el museo mostraba una de las prácticas más preciadas por los pueblos indígenas.
Patricia Ledesma Bouchan. Maestra en arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, con especialización en gestión del patrimonio. Directora del Museo de Templo Mayor, INAH.
Manuel Gándara Vázquez. Doctor en antropología por la ENAH. Profesor investigador del posgrado en museología, Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía, INAH.
Vanessa Isela Juárez Evangelista. Coordinadora de Publicaciones, Museo del Templo Mayor, INAH.
Leonardo Morlet Flores. Pasante de la licenciatura en historia de la ENAH. Integrante del Departamento de Curaduría del Museo del Templo Mayor desde 2018.
Mariel de Lourdes Mera Cázares. Arqueóloga por la ENAH. Integrante del Departamento de Resguardo de Bienes Culturales del Museo del Templo Mayor, INAH.
Adán Meléndez García. Doctor en arqueología por la ENAH. Jefe del Departamento de Resguardo de Bienes Culturales del Museo del Templo Mayor, INAH.
Guillermo Martínez Escobedo. Estudiante de la licenciatura en historia de la ENAH.
Ledesma Bouchan, Patricia, “El antiguo Museo Etnográfico. Espacio de vanguardia, reflejo de su tiempo”, Arqueología Mexicana, núm. 161, pp. 74-80.