El ascenso

Enrique Vela

Subir a la cima del palo es en sí mismo un acto de profundas connotaciones simbólicas. De nuevo citemos a Stresser-Péan, quien señala que el palo representa un árbol mítico y que según los huastecos el palo de los primeros danzantes estaba plantado en la casa del Sol de oriente y alcanzaba la cima del mundo. Subir por el palo del Volador es, pues, una manera de alcanzar los dominios del Sol. Por su parte, Galinier apunta que:

El palo del volador es en realidad un verdadero eje del mundo, llamado metafóricamente [en otomí] tete mahes’i, la “escala del cielo”. Permite unir los espacios celestes e infraterrestres [...]. El palo se ubica exactamente en la intersección de los puntos cardinales [... y] expresa, por lo tanto, la ideología del “centro”, de la unión y de la separación del arriba y del abajo, de oposición entre las fuerzas diurnas (solares) y nocturnas (terrestres y lunares) (Galinier, 1990, p. 396, citado en Jáuregui, 2010).

Los danzantes suben uno detrás del otro por medio de las sogas que, previo al levantamiento del palo, se han colocado rodeándolo y hacen las veces de escalones. Cabe señalar que aquellos que participan en la danza han sido entrenados para tal fin desde niños, pues se requiere fortaleza física y serenidad ante las alturas. Además de conocer perfectamente los pasos del rito y los momentos precisos en los cuales realizar los movimientos, de la exacta coordinación entre los participantes depende el éxito del vuelo y el descenso.

 

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.

Vela, Enrique, “El ascenso”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 88, pp. 80-81.