El culto al dios murciélago en Mesoamérica

María Teresa Muñoz Espinosa

En el México prehispánico, el culto al dios Murciélago comenzó hacia 500 a.C. y en muchos lugares de Mesoamérica hay numerosas representaciones de él en esculturas de piedra, urnas de cerámica, pinturas y códices. Asimismo, la imagen del murciélago –animal que se asociaba con la oscuridad, la tierra y la muerte, y con ritos de decapitación– dio nombre a varias poblaciones y periodos calendáricos.

 

La figura del murciélago tiene una negra fama. En la antigua Europa los murciélagos eran considerados como el espíritu de los muertos malditos, seres nocturnos que salían de las tumbas en las que se pudrían los cadáveres y succionaban la sangre de los vivos dormidos. A estos malhechores nocturnos los artistas de la Edad Media los representaron en forma de diablo o de murciélago. En el arte medieval se le consideró a este último como un demonio de la lujuria, que agotaba la savia de vida del cuerpo humano y consumía la fuente de la gracia que permitía la supervivencia del alma. El murciélago estaba en estrecha relación con las acciones de los genios nocturnos del mal.

En América, en cambio, el culto al dios Murciélago en el México prehispánico se remonta al menos a 500 a.C. y sus representaciones abundan en esculturas de piedra, urnas de cerámica, pinturas, códices o topónimos. La imagen de este animal sirvió para dar nombre a poblaciones y periodos calendáricos. Debe recordarse que por oposición a las ideas de luz, cielo y vida, hay dioses del mundo subterráneo, asociados con la noche, la tierra y la muerte. En este inframundo los aztecas colocaban la morada de los desaparecidos, el Mictlan, el lugar en que reinaba Mictlantecuhtli, señor de los muertos. El murciélago, junto con la araña, el búho y el alacrán, se asociaba por lo general a la oscuridad, la tierra y la muerte (Caso, 1985, p. 175).

 

El murcielago en la religión y la historia

 

En Mesoamérica abundan las representaciones de este animal, que recibe diferentes nombres según las distintas lenguas: tzinacan, náhuatl; zotz, maya; bigidiri beela, bigidiri zinia, “mariposa de carne”, zapoteco; ticuchi léhle, mixteco; thut, huasteco; nitsoasts, pame del norte; ntsúats, pame del sur; tsat’s, otomí (estas últimas lenguas de la Sierra Gorda); tsoats, otomipame (Bartholomew concluye que esta acepción es un préstamo maya).


Según cuenta un mito, tzinacan nace del semen y la sangre derramados por Quetzalcóatl en uno de sus autosacrificios. Es enviado entonces a que muerda el órgano genital de la diosa Xochiquétzal, y una vez que se lo arranca, lo entrega a los dioses, quienes lo lavan, y de esa agua nacen flores olorosas. Luego lo llevan al inframundo y ahí Mictlantecuhtli, señor de los muertos, lo vuelve a lavar y de esa agua nace el cempoalxóchitl, flor de los muertos.

 

Decapitación

 

El murciélago es “el animal que despedaza y desgarra, que arranca cabezas”, según Eduard Seler en su interpretación del Códice Borgia, y es uno de los “demonios” animales en que abunda el panteón mesoamericano. En el Códice Vaticano B está representado con cabezas en las “manos”. Los códices mayas lo muestran sosteniendo en una mano el cuchillo de los sacrificios, mientras que en la otra tiene a la víctima. El murciélago era considerado como un ser del inframundo (camazot, “murciélago-muerte”) entre los mayas quichés, asociado a la decapitación. Asimismo, en una estela de Izapa, Chiapas, aparece en el tocado de un decapitador. Por sus características, el animal llamó la atención de los antiguos mayas por ser el único mamífero cuya estructura altamente especializada le permite volar; así, lo escogieron para combinarlo con el signo de la inmolación, con lo cual se le relaciona con el sacrificio humano o al menos con una ofrenda que conlleva el concepto de derramar sangre.

 

Muñoz Espinosa, María Teresa, “El culto al dios murciélago en Mesoamérica”, Arqueología Mexicana núm. 80, pp. 24-25.

 

• María Teresa Muñoz Espinosa. Arqueóloga por la ENAH. Candidato a doctor en estudios mesoamericanos por la UNAM. Investigadora de la DEA del INAH. Directora del “Proyecto arqueológico del norte del estado de Querétaro, México” (Conacyt).

 

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