Con motivo de la celebración del Centenario de nuestra gloriosa independencia, las distintas Secretarías de Estado presentaron sus programas conmemorativos, entre éstos el de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, quien propuso que se llevasen a cabo algunos trabajos arqueológicos referentes a nuestra prehistoria que tanto interesa a propios y extraños. El señor ministro de ese ramo, señor licenciado don Justo Sierra, proyectó que las dos obras arqueológicas que debían de llevarse a cabo fuesen la exploración y reparación de algunos de los monumentos prehispánicos de Teotihuacán y la reconstrucción del importante monumento de Xochi calco, obras que se concluyeron con toda oportunidad.
Ames de decidirse el Ministerio a llevar a cabo la gigantesca exploración y reconstrucción de las ruinas de Teotihuacán, el señor ministro Sierra pasó detenida y concienzuda visita a los monumentos de Teotihuacán y también a los de Xochicalco. En la primera de estas visitas pudo el señor ministro formarse juicio exacto de la importancia y magnitud de la obra, fijando su atención en la gran Pirámide del Sol (entonces cerro), y me dijo frente a ella: “¿Cree usted poder encontrar debajo de esta inmensa mole de tierra y piedra alguna arquitectura definida que nos enseñe la forma verdadera que tenía en sus primitivos tiempos? ¿Acaso como han opinado algunos, que al retirarse los moradores de esa ciudad acometieron la gigantesca obra de cubrir sus edificios para evitar de este modo la profanación de manos extrañas y que estén ahí debajo del espeso velo que los cubre bien conservados y en condiciones de revelarnos toda su historia? ¿O acaso no sean más que, como dijo Humboldt, grandes hacinamientos de tierra sin forma determinada arquitectónica? De todos modos, si usted cree que en los cinco años que faltan para la celebración del Centenario podemos descubrir esas construcciones y consolidarlas al mismo tiempo que se descubran, haré un esfuerzo para conseguir que el gobierno le suministre los fondos necesarios para llevar a cabo es te pensamiento. Comprendo desde luego que la parte científica de la obra, lo mismo que la material, es colosal, pues se necesita operar con finísimo tacto para no destruir lo que se debe poner a la luz. Vuelvo a repetir, la obra es gigantesca, pero cuando el hombre se propone con buena voluntad hacer algo, lo lleva a cabo.”
El proyecto fue sometido al señor Presidente y al Ministro de Hacienda, y después de más o menos aclaración, fue aprobado. [ ... ]
Descubrimiento de la Pirámide del Sol
Tratóse lo primero de descubrir la capa más exterior de la construcción. para deducir de ella la forma que tuviera en su primitiva época la hoy llamada Pirámide del Sol, en otro tiempo templo dedicado probablemente a Quetzalcóatl (dios del aire), a juzgar por los atributos que encontré en el plano superior de ella y que figuran hoy en el museo local de Teotihuacán y en ello se ocupó una numerosa cuadrilla de operarios, dividida en brigadas vigiladas por cabos y capitanes, bajo el mando de un capataz general, y se comprende esta vigilancia, pues había que cuidar de que el pico del jornalero fu ese manejado con toda cautela para que en vez de descubrir no destruyese.
Las excavaciones comenzaron por la base del ángulo Sudoeste de la pirámide, o sea por el punto donde en la exploración preliminar había encontrado el paramento de primer cuerpo.
A medida que avanzaban las obras acumulábanse, como era de esperar, enormes cantidades de escombros que exigían su remoción muchas veces antes de acarrearlas, faena que resultaba costosísima. En un principio hice el acarreo de esos materiales en carretillas de mano, después con vagonetas volcadoras montadas en trucks de cuatro ruedas sobre vía móvil de 60 centímetros de anchura, sistema alemán Koppel, hasta que por fin emplee el ferrocarril de tracción de vapor, con una vía permanente de 90 centímetros de ancho.
La paramentación que iba descubriendo estaba formada con gruesas piedras volcánicas, con la particularidad de aparecer pulimentada la cara que debía quedar al exterior. Nótanse de distancia en distancia, sobre toda la superficie del paramento unas piedras salientes que probablemente tendrían por objeto amarrar la capa de construcción que gravitaba encima, de igual manera que se ven también colocados de trecho en trecho unos contrafuertes o estribos de piedra y barro, que servirían tal vez para proporcionar mayor estabilidad a la construcción.
La manera como los constructores de aquellos edificios sentaban las piedras en los paramentos era colocándolas en hiladas diagonales, formando cada serie de éstas un lienzo de anchuras diferentes según los casos.
Desgraciadamente este sistema de construcción adolecía de un gravísimo defecto y era que estando toda ella formada de arcilla y piedra, se desbarataba con el agua pluvial, hallándose sobremanera expuestas a la destrucción las hiladas en forma de talud. Tal sucedía con los paramentos de los cuerpos de las pirámides; bajando el agua pluvial desde lo alto de la pirámide cual una verdadera cascada, hubiera arrastrado por completo el revestimiento a no haber acudido yo al daño con el establecimiento de drenajes de madera para recoger las aguas que se precipitaban de los cuerpos superiores, no puestos aún al descubierto y encauzándolas luego por medio de canales, también de madera, que conducían el agua fuera de la construcción.
Precisaba ahora consolidar los paramentos y para ello procedí a introducir, entre piedra y piedra una argamasa de cal, arena y cemento, reforzada con gravela de tezontle (piedra volcánica), rellenando con dicho material los huecos dejados por el barro previamente extraído para ser reemplazado con la pasta protectora. Toda esta larguísima y delicada operación se llevó a efecto sin mover las piedras de su sitio primitivo y así pudo conservarse religiosamente la antigüedad y originalidad de la construcción primitiva. Una vez introducido el mortero en las junturas por inteligentes albañiles, se pulían después para que fuese mayor la resistencia ofrecida, subsanando así la deficiencia del sistema empleado por los constructores para conseguir la unión de las piedras.
Creo, con lo expuesto, haber demostrado que la Inspección de Monumentos Arqueológicos a mi cargo, obró tomando todas las precauciones en su cometido y que en las exploraciones de Teotihuacán se limitó a descubrir sin destruir y a consolidar sin perjudicar en lo más mínimo, la originalidad y autenticidad de los monumentos exhumados.
Por conducto de un amigo hube de enterarme, sin embargo, de que había quien me criticaba por haber extendido una fuerte capa de cemento sobre el plano superior de cada uno de los taludes de cada cuerpo de la pirámide y de los pequeños templos que se hallan al Poniente de la base de la gran pirámide; mas ¿de qué otro medio podía valerme para impedir que las aguas pluviales se infiltrasen dentro del corazón de aquellas construcciones, se disgregasen las partes de la construcción y viniese ésta por tierra? ¿Cómo sostener los pisos de la segunda época de Teotihuacán, que constituyen, según demostraron las excavaciones, el techo de la primera si no era, como lo hice, por medio de armaduras de hierro, soportadas por pilares del mismo metal o de ladrillo? Véanse los subterráneos.
Nada más fácil que la crítica cuando no se propone el noble objeto de ilustrar, enseñar o corregir y se reduce solamente al venenoso deseo de perjudicar a otro personalmente, como en mi caso, sin importar nada el perjuicio que se irroga a la ciencia y a la historia achacando imaginarios defectos a nuestros monumentos arqueológicos.
Igual estructura estratigráfica, o sea, por superposición de capas, que ofrece la Pirámide del Sol, he encontrado en todos los demás monumentos por mí descubiertos en Teotihuacán. Hasta los pisos estaban formados por varias capas de mortero de barro y polvo de toba volcánica (tezontle).
En el Templo de la Agricultura no solamente se nota la superposición de capas y construcciones, sino aun las pinturas murales, apareciendo unas debajo de otras a manera de colosales palimpsestos: esas pinturas, desgraciadamente, se hallaban en extremo deterioradas, y por los fragmentos que yacían en el suelo se podía venir en conocimiento de que representaban personajes. A estas interesantes pinturas puse como defensa de la intemperie, grandes y gruesos crista les franceses, y para proteger a éstos fuertes cortinas de persianas de acero mandadas a construir a los Estados Unidos de América.
También está sumamente deteriorada la Pirámide de la Luna, de suerte que sólo aparece alguno que otro resto de las capas que formaban los paramentos del edificio y el núcleo, formado de ladrillos crudos.
Cerca de la estación del ferrocarril de las pirámides y en el grupo de monumentos en que por espacio de muchos años funcionó una fábrica de ídolos falsos, descubrí varios templos además de los aposentos revestidos de pinturas murales que ya existían, con la particularidad de que en ellos no están superpuestas las pinturas como en el Templo de la Agricultura. Para proteger esas pinturas murales les coloqué gruesos cristales.
Leopoldo Batres. Nació en 1852 en la ciudad de México, donde murió en 1926. Es considerado el arqueólogo oficial del porfiriato, sobre todo por sus trabajos a gran escala realizados en la zona arqueológica de Teotihuacan. Su propósito era mostrar los principales monumentos de la ciudad con motivo de las celebraciones del primer centenario de la Independencia. Más allá de las encendidas polémicas causadas por la forma en que realizó esos trabajos es indudable la contribución de Leopoldo Batres a la arqueología mexicana de principios de siglo. Además de en Teotihuacan, realizó exploraciones en Xochicalco, Morelos; Isla de Sacrificios, Veracruz, y en la Calle de las Escalerillas, hoy Guatemala, en búsqueda del Templo Mayor de Tenochtitlan, entre otros.
Leopoldo Batres, “El “descubrimiento” de la Pirámide del Sol”, Arqueología Mexicana, núm. 1, pp. 45-48.
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