Karl A. Taube
En vista de la importancia del maíz, no debe sorprendernos que los dioses más importantes y difundidos en la antigua Mesoamérica sean los de la lluvia, ya que son quienes aseguran su crecimiento y abundancia. Es probable que gran parte del ritual y mitología relacionados con los dioses de la lluvia provengan del periodo Preclásico, cuando se generalizó por toda Mesoamérica el cultivo del maíz. Los olmecas, que se asentaron en la zona sur del Golfo de México, fueron una de las culturas dominantes de ese tiempo, y su impresionante arquitectura y monumentos de basalto atestiguan su poderío, lo cual puede constatarse ya en el Preclásico Temprano en San Lorenzo, Veracruz (aproximadamente 1200-900 a.C.), y más tarde, durante el Preclásico Medio, en La Venta, Tabasco (900 a 500 a.C.), cuando el cultivo del maíz se difundió y se volvió más importante en Mesoamérica. Sin embargo, se conocen ofrendas en un manantial al pie del Cerro Manatí, Veracruz, en el corazón mismo de la zona olmeca, de 1500 a.C. Incluso en la actualidad las montañas y los manantiales son destino importante de peregrinaciones y rituales relacionados con las lluvias.
Origen del dios de la lluvia
Aunque J. Eric Thompson fue un arqueólogo especializado en la civilización maya del Clásico, sugirió que gran parte de los rituales y los simbolismos de la lluvia mesoamericanos comenzaron con los olmecas: “En mi opinión, el culto a la lluvia, con los colores del mundo, los rumbos característicos y las deidades cuatripartitas derivadas o fundidas con las serpientes, desarrolló su esencia durante el periodo Formativo, y probablemente fue creación olmeca” (Thompson, 1979).
Sin embargo, el investigador que más vehementemente defendió el origen olmeca de los dioses de la lluvia mesoamericanos fue Miguel Covarrubias. En el famoso esquema que apareció por primera vez en 1946, Covarrubias atribuía el origen de los dioses de la lluvia –el Tláloc azteca, el Cocijo zapoteco y el Chaac maya– a un prototipo olmeca. Su esquema sigue siendo esencialmente válido, a la luz de interpretaciones y descubrimientos posteriores, excepto por sus ejemplos del Chaac del Clásico maya, que en realidad representa a una montaña zoomorfizada, witz; este ser, sin embargo, se conjunta temáticamente con el dios maya de la lluvia.
Rasgos distintivos
Uno de los rasgos distintivos de las deidades de la lluvia mesoamericanas es que suelen tener colmillos, rasgo que Covarrubias rastrea hasta el dios olmeca de la lluvia. Según Covarrubias, los colmillos y la boca que gruñe se relacionan con el jaguar, criatura que, por cierto, habita en montañas y cuevas, lugar de residencia legendaria de los dioses de la lluvia. Además de la boca dentada, la deidad de la lluvia olmeca muestra con frecuencia el ceño fruncido y ojos oblicuos que tienden a adelgazarse en los extremos tomando la forma de una L acostada. A veces, los párpados aparecen hinchados, como si el dios derramara lágrimas de lluvia. El Monumento 10 de San Lorenzo, Veracuz, de 1000 a.C. aproximadamente, es un imponente ejemplo del dios de la lluvia olmeca. Sostiene un par de manoplas, objetos que, al parecer, eran de concha cortada y se usaban en combates rituales. Aún hoy en día, en Zitlala y otras comunidades de la sierra de Guerrero, jóvenes ataviados de jaguar con cascos de cuero luchan a puñetazos sobre una montaña sagrada para propiciar la lluvia.
El dios olmeca de la lluvia, además de aparecer en esculturas monumentales, se encuentra también en figurillas de cerámica, con frecuencia jugadores de pelota. Lo más probable es que muchas de estas figurillas representen a verdaderos jugadores con máscaras del dios de la lluvia. El juego de pelota de la antigua Mesoamérica se identificaba ampliamente con las deidades del agua y de la lluvia; en el sitio olmeca de El Manatí, Veracruz, se colocaron pelotas de hule como ofrenda en un manantial sagrado.
Los vecinos más próximos de los olmecas, zapotecos y mayas del Preclásico Temprano y Medio parecen haber recibido influencia del complejo olmeca relacionado con la abundancia agrícola y las lluvias. Los dioses de la lluvia más antiguos que conocemos entre mayas y zapotecos se parecen mucho al dios de la lluvia olmeca, lo cual parece confirmar las tesis de Covarrubias acerca del origen de los dioses de la lluvia mesoamericanos. La cara de una figurilla de un jugador de pelota olmeca con máscara de dios de la lluvia, supuestamente procedente de Tlatilco, estado de México, es asombrosamente parecida a un Cocijo de San José Mogote, Oaxaca, a pesar de que la pieza zapoteca es de más de mil años después. La estatuilla de piedra del dios de la lluvia olmeca del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York es un importante eslabón entre la figurilla del Preclásico Temprano y el Cocijo zapoteco más tardío; tiene una boca que gruñe, el ceño fruncido y los ojos oblicuos típicos del dios olmeca, pero también muestra marcas en las mejillas con la forma de una banda horizontal que tiene un elemento que se bifurca ligeramente hacia arriba y una banda vertical debajo. Estas marcas en las mejillas son muy parecidas a las que encontramos en los Cocijos tempranos, que incluyen una máscara de piedra correspondiente aproximadamente a 500 a.C. Esta máscara ostenta en la frente una forma temprana del glifo C, signo zapoteco para el día llamado agua. Una vasija muy elaborada de Cocijo, de aproximadamente 100 a.C., procedente de Zagache, Oaxaca, lleva el mismo glifo sobre el ceño fruncido. Esta pieza se parece tanto al dios olmeca de la lluvia como a los ejemplos tempranos de Chaac entre los mayas.
Taube, Karl A.,, “El dios de la lluvia olmeca”, Arqueología Mexicana núm. 96, pp. 26-29.
• Karl A. Taube. Doctor. Profesor de antropología en la Universidad de California, Riverside. Especialista en arqueología e iconografía de Mesoamérica.
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